Cuando en la segunda mitad del pasado siglo (1866) el biólogo Ernst Haeckel ideó la palabra "ecología" para señalar con ella la relación entre los seres vivos y su medio natural no se imaginaba, tal vez, que este concepto llegaría a ser tan requerido un siglos más tarde. En efecto, uno de los rasgos más prominentes de estos últimos tiempos parece ser la preocupación del hombre por su hábitat y aquel de todo lo viviente.
En la actualidad numerosos eventos académicos, tanto nacionales como extranjeros han centrado su atención en diversos aspectos concernientes al medio ambiente y la humanidad. Así, La Cumbre de la Tierra (Brasil, 1992) para analizar temas vinculados a la ecología y el humanismo, evidenció las constantes actividades de quienes comprenden que la humanidad comparte de modo inseparable el destino de su planeta, el que ha soportado con milenaria resignación la presencia del hombre. Sin embargo, lo que observamos a nuestro entorno demuestra que estamos, paulatinamente, contribuyendo a la agonía de la "madre tierra". El problema es cotidiano y sus expresiones son tan significativas, como diversas: "la erosión del suelo ocurre cuando el hombre desenfrenado despoja a la tierra de su cobertura vegetal, tala los bosques, arranca el pasto, o utiliza nocivos métodos agrícolas que dejan la tierra a merced del viento y la lluvia. Por desgracia, como hemos visto, el hombre comete esos crímenes contra la naturaleza desde hace mucho tiempo.
"Y el terrible proceso continúa y es más peligros a medida que nace más y más gente en el mundo y tiene que ser alimentada, y la presión creciente lleva a campesinos y agricultores a tratar de obtener más y más del suelo". "La combinación de destructividad e incremento de la población es un hecho considerable y aterrador. Es uno de los mayores problemas que tienen que afrontar los seres humanos en la actualidad. Pero no hay que suponer que toda la gente ha sido destructiva en todos los tiempos y en todas partes. Por el contrario, en muchas partes del mundo, gente más bien primitiva ha demostrado una notable comprensión en lo que respecta a preservar y conservar el suelo" (Huxley, A., 1980, pp. 29–33).
El hecho descrito no es sólo de ahora, viene de lejos, ya en 1848 Chateaubriand nos decía: "Los bosques preceden a los hombres, los desiertos los siguen".
Podríamos decir que la Tierra está enferma de los hombres: Cabe entonces preguntarnos ¿serán sus dolencias la expresión de la debilidad interior del hombre, de lo desvitalizado y enfermizo de sus sentimientos hacia todo cuanto le rodea? Vivimos tiempos de diálogo efímeros y superficiales. La vertiginosa vida de cada cual aleja, cada vez más, al hombre del encuentro personal con sus semejantes. La conversación apacible, la contemplación de las cosas cotidianas, la sobremesa animada, el paseo sin premura, por algún lugar amplio y respirable, han ido quedando en el pasado. Infinidades de voces y acentos extraños emergen hoy de "los receptores" y se instalan en nuestros recintos familiares acallando la esperada palabra de los nuestros. Necesitamos, sin embargo, expresar nuestros sentimientos en la familia, en las instituciones laborales, en la vida colectiva. Más que nunca hoy, urge fortalecer los nexos con el linaje humano del que formamos parte y éste con su entorno. Pareciera que las necesidades espirituales se hacen más evidentes por estar, en el presente, más insatisfechas. El "homo ludens" que desde la infancia acompaña al hombre, no cesa de buscar el ritual del juego alegre, la presencia creadora, la invención gregaria y contagiosa. Los tiempos actuales parecieran no satisfacer, en plenitud, aquella necesidad de solidaridad, entre los hombres y entre éstos y su ambiente. Es preciso reflexionar sobre las proyecciones, a escala humana, de dichos fenómenos.
Toda la difusión que se ha venido haciendo para que tomemos conciencia del deterioro "global" no ha permitido aún, cambiar actitudes que orienten los comportamientos del hombre en pro de una mejor armonía ecológica. Cabe reconocer que la problemática del medio ambiente requiere de una conceptualización clara y de principios orientadores que permitan ordenar, categorizar o valorar debidamente las ideas; pero, sobre todo, de una enorme conjugación de elementos y situaciones tanto naturales como sociales que nos hagan sentir y comprender que la "una sola tierra" es un gran todo integrado. No es de extrañarnos si este planeta en que vivimos se nos muestra enfermo. La capa de ozono que se desplegaba amplia y protectora sobre nuestras cabezas, está dejando pasar más y más los rayos nocivos como si "ese azul que todos vemos" comenzará a apolillarse. El aire en nuestras ciudades se ha tornado irrespirable, las aguas de nuestros mares y ríos se saben contaminadas, nuestros bosques arden doloridos por negligencia o descuidos.
Un planeta sano, vigoroso, limpio, armonioso, supone los mismos atributos en la humanidad que lo habita. Esto nos lleva a pensar en los ecosistemas. Al respecto, recordemos que "los ecosistemas son la expresión máxima del grado de organización u ordenamiento a que ha llegado el planeta Tierra a lo largo cíe los siglos. Cada ecosistema es una unidad operacional autónoma, autosuficiente, dentro de la cual tiene lugar un flujo de transferencia energética suficiente para mantenerlo en actividad. Podríamos definir a los ecosistemas como sistemas integrados por todos los organismos vivos incluido el hombre, y por los componentes abióticos o no vivos de un sector ambiental definido en el tiempo y en el espacio, cuyas propiedades globales de funcionamiento y regulación derivan de la interacción que se genera entre sus componentes, estando condicionado el comportamiento de cada uno de ellos por el estado de los otros. La interacción se establece mediante el transporte o transferencia de materia, de energía y de información (Capurro L., 1984).
Los habitantes de este planeta, sin excepción, debemos profundizar la toma de conciencia de los ecosistemas en la dimensión de las ciencias sociales, para comprenderlos a escala humana. A este respecto, una petición surgida de una entrevista hecha al ilustre oceanógrafo francés Jacques Cousteau circula por diversos países y se espera, en septiembre, 1993, elevarla a la consideración de la Asamblea General de las Naciones Unidas, con el respaldo de una enorme cantidad de firmas. El texto dice así: "Exigimos que los derechos de las generaciones futuras sean declarados a fin de que todos los Hombres hereden un planeta indemne y no contaminado, donde todas las formas de vida puedan desplegarse. Pedimos a las personas firmar este texto" (Costeau, J., marzo 1992).
En los países en desarrollo no se tiene aún toda la conciencia deseable sobre la gravedad del problema que enfrenta nuestro planeta. No así en los otros. Sin embargo, tanto en los primeros como en aquellos de desarrollada tecnología, no se observan medidas de solución coherentes con la intensidad alcanzada por esta situación.
En la actualidad los movimientos ecologistas toman gran envergadura y solidez. Las personas que se orientan a estas actividades son, en su mayoría, profesionales responsables que intentan integrar esfuerzos y canalizarlos hacia fines nobles y positivos.
Decíamos al comienzo que una disciplina científica de dilatada trayectoria ha venido estudiando la interacción que existe entre los seres vivos y su medio natural. Tan elocuente como los principios que la ecología sustenta en la actualidad fue, hace ya más de un siglo (1855), una carta escrita por el jefe de los pieles rojas de la Tribu Suquamisch al Presidente de los Estados Unidos de Norte América, F. Pierce, en respuesta al ofrecimiento de comprarles las reservas de territorio que poseían en el Estado de Washington. Señalamos algunos párrafos de especial interés: " la idea nos parece extraña. Si no poseemos la frescura del aire, el centelleo del agua, cómo puede usted comprarlos.... "Cada partícula del pino, cada playa arenosa, cada bruma en los bosques oscuros, cada insecto zumbando, es sagrado en la memoria y en la experiencia de mi pueblo. La savia que corre en los árboles porta la memoria del hombre piel roja... "Nuestros muertos no olvidan jamás esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre rojo. Nosotros formamos parte de la Tierra y ella de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el águila, son nuestros hermanos. El agua es también la sangre de nuestros antepasados. "El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestra tierra, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermana". "Sus ciudades entristecen la mirada del piel roja. No hay lugar tranquilo en la ciudad del hombre blanco. No hay, lugar para escuchar la brisa en el follaje en primavera, o el ruido de las alas de un insecto. Pero sin duda soy un salvaje que no comprende. Qué vale la vida si un hombre no puede escuchar el grito solitario de la lechuza o la conversación de las ranas en torno a la charca, por la noche. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cara del lago y el olor del mismo viento, purificado por la lluvia del medio día o perfumado por la fragancia de los pinos". "El viento que dio a nuestro abuelo su primer aliento recibió también su último suspiro. Lo que sucede a los animales termina por suceder al hombre. Todo está comunicado. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha". "Usted debe enseñar a sus hijos que la tierra bajo sus pies está hecha de la ceniza de sus abuelos. Así respetarán esta tierra. Enseñándoles que esta tierra es rica en vidas de nuestros semejantes.Enseñe a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que sucede a la tierra sucederá al hijo de la tierra; "Sabemos esto: la Tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la Tierra. Todas las cosas están conectadas como la sangre que une la familia. Todo se corresponde. El hombre no ha urdido la tela de la vida; él es sólo un simple hilo. Amenos esta Tierra como un recién nacido ama los latidos del corazón de su madre" (Jefe Seattle, 1855).
La carta es extensa y, sin duda, de muchos conocida. Las palabras en ella contenidas, al leerlas, resuenan en el corazón. Es deseable que ese mensaje sea meditado y vivido. Los caminos que llevan a valorar la naturaleza deben pasar, en el hombre, por la encrucijada de sus sentimientos.
Así, para argumentar, racionalmente, por qué necesitamos conservar nuestro planeta, habrá primero que apreciarlo, luego conocerlo y en todo momento, propiciar actitudes tendientes a protegerlo. Los hábitos sociales suelen ser contagiosos y van perfilando el carácter de un pueblo. Es por esta y otras razones que la tarea educativa es de fundamental importancia si queremos ofrecer a las futuras generaciones un planeta más limpio y saludable. La principal preocupación de los educadores es ejercitar la sensibilidad del niño en su ambiente, a fin de vivenciar el profundo sentido de integridad con que funcionan los ecosistemas.
A nivel nacional, nuestras autoridades otorgan hoy, atención preferencial al Medio Ambiente en las políticas de Gobierno. Cabe tener presente, sin embargo, que todo aquello de poco serviría si no ponemos al servicio de esa causa una personal actitud de colaboración.
Recordemos que una de las explicaciones en torno a la actitud la señala como "la disposición fundamental que interviene junto con otras influencias en la determinación de una diversidad de conductas hacia un objeto, las cuales influyen creencias y sentimientos acerca del objeto y acciones aproximación evicción con respecto a él (Surnmer, 1978). Algunos otros estudiosos de esta materia piensan que las actitudes son elaboraciones personales que sustentan la conducta, impulsan la actividad, orientan las respuestas frente al ambiente y dan sentido unitario y singular a la persona. Habrá, sin duda, tantas explicaciones teóricas como especialistas reflexionen en el problema. Lo que subyace en las actitudes es la presencia de tres componentes fundamentales: cognitivo, afectivo y comportamental. Éstos se encuentran relacionados, se influyen recíprocamente y tienden a ser consistentes entre ellos. El cognitivo se evidencia en las percepciones, ideas, creencias y estereotipos; el afectivo está referido a las emociones y a los sentimientos y procura el carácter motivacional a la actitud; el comportamental, se manifiesta en la tendencia a actuar o reaccionar de algún modo respecto al objeto (Bloom, B., 1956).
Las actitudes procuran consistencia a la conducta y son susceptibles de ser medidas, a lo menos, a nivel ordinal. Por lo tanto, el ocuparse de la formación y desarrollo de ellas desde los primeros años de la vida es tarea prioritaria de los adultos. Cuando solemos adentrarnos en la luminosidad de un paisaje surge en nosotros un sentimiento singular, donde la fisiología y lo estético se funden en un mismo valor aunque, analíticamente, sean dos elementos diferenciables. La contemplación que trasciende la sensorialidad, mueve nuestros afectos. El sentimiento entrelaza en una operación vital aquello que el intelecto pudiera separar. La naturaleza no es ya un mero objeto de contemplación; sino que influye activamente en nuestra persona y adquiere un valor humanístico.
Algo nos compromete con lo que logra despertar en nosotros un afecto, nos vamos sintiendo responsables de aquello que dejamos en el entorno, en las cosas, en las personas, en las instituciones. Sobre la base de las sensaciones, configuramos el dinámico y complejo proceso perceptual. A partir de nuestra interpretación de la circunstancia, vamos organizando de manera comprensiva su contexto y desde la perspectiva espiritual, que nos es propia, intentamos precisar sus dimensiones. A través de nuestra singular condición humana elevamos el "medio" a la categoría de "mundo" más aún, podemos sentir nuestra propia realidad orgánica y tomar conciencia de ella. En nosotros, la persona es el centro que va más allá de la antítesis organismo–medio. La esencial realidad del ser humano le permite conjugar en su unicidad, la categoría de cosa y substancia, sin agotar el anhelo de constante perfección. La sensibilidad hacia lo viviente va incorporando al repertorio de cada persona, vivencias del entorno natural. Aquello que emerge de la flora, de la fauna o, simplemente del paisaje, llega a la sensibilidad de diversas maneras, creando estados anímicos que expresamos a través de diferentes modalidades. Nos proyectamos así en una especie de "ethos" natural con el que se produce una empatía estética. Percibimos lo viviente, nos asomamos a su verdad y esta esencial captación nos lleva a intuir la armonía. Toda percepción armoniosa de lo externo depende de una organización íntima sin la cual aquello se nos presentaría carente de orden y estabilidad. Lo sensible encuentra en nuestra realidad interior su verdadero sentido. Así, lo bello nos transporta, nos lleva a imaginar una felicidad desconocida. Lo feo nos debilita el entusiasmo y tendemos a rehuirlo. Lo importante es que todo aquello logre, para nosotros, ser sensible. Sólo así podremos idear sus proyecciones.
En la actualidad es fácil comprender que existe una falta de sensibilidad frente al ambiente. No hemos educado, todo, lo necesario aquella maravillosa capacidad. Pareciera que permanecemos indiferentes ante la belleza y lo que es peor, ante su negación. Si no tenemos conciencia estética difícilmente podremos disponer de una conciencia ética. El desarrollo de la sensibilidad, desde los primeros años de la vida, haría posible percibir lo bello y lo feo, con mayor facilidad. Este podría ser el camino para construir un mundo donde el hombre valorará más, toda manifestación de vida y tendiera al equilibrio armónico con el ambiente, donde le corresponde vivir. Los investigadores que han orientado su interés hacia otros planetas sin vida, han podido comprender cuán prodigiosa es la "Tierra en que vivimos". Qué grande es el privilegio de sus habitantes y, cuán poco sabemos apreciarlo.
Es fundamental que los ecosistemas sean percibidos en su dimensión social. Así podremos unir a los aspectos del medio natural: Ambiente; los componentes del medio humano de índole sociológico, social, económico, cultural: Mundo. Los unos y los otros se relacionan creando realidades interdependientes. Es deseable que los educadores continuemos en nuestro esfuerzo por elevar toda situación ambiental a escala humana, poniendo énfasis en la integración ambiente mundo, en los contenidos de enseñanza.
Al analizar críticamente, un problema ambiental es deseable atender a la totalidad de elementos que lo configuran. Como en el centro del sistema educacional está el sujeto, será de especial preocupación ejercitar la sensibilidad del alumno, enseñando a observar con todos los sentidos, para luego ofrecer las oportunidades de expresar lo percibido. Cuando hablamos de educación ambiental no deseamos hacer de ella una actividad curricular aislada, con un horario determinado, en una aula de muros, puertas y ventanas, queremos que sea la "atmósfera" donde respire y tome vigor cualquier contenido programático o extraprogramático, tendiente a elevar la calidad de vida del hombre. Sólo así se estará facilitando, progresivamente, la deseable toma de conciencia en nuestro niños y jóvenes del hecho de compartir un destino común con el planeta. Si propiciamos con nuestros comportamientos, tanto como con la palabra, el respeto por todo lo viviente y la búsqueda de soluciones para hacer nuestro ambiente y nuestro mundo más limpio, más bello, más tolerante, más humano, estaremos dándole el mejor sentido a la privilegiada tarea educadora. Es tiempo ya que volvamos nuestra mirada a la Tierra, no sólo para extraer de ella sus riquezas, sino para apreciarla, para escucharla. La sensibilidad también se educa valorando los aportes culturales en las múltiples expresiones del arte: literatura, poesía, música, pintura, escultura, danza, entre otras. La nómina podría ser inmensa.
La sensibilidad nos ofrece, sin duda, un nexo entre la naturaleza y el espíritu. La misión del artista -educar también es arte- consiste en hacer comprensible, a muchas personas, los enigmas; comunicar de manera sencilla los significados profundos, las verdades eternas. Es necesario que la naturaleza y su acontecer lleguen a nuestra sensibilidad; sólo entonces los hechos que en ella el científico evidencia, podrán producir en nosotros comportamientos nobles y positivos. La sensibilidad es uno de los aspectos fundamentales en el proceso de humanización. Este componente ha llevado al hombre, en su encuentro con el entorno, a expresar la belleza. La armonía del mundo circundante ha despertado en su intimidad una actitud estética, estableciéndose una especial relación entre su ser y lo contemplado. El hombre ha buscado la belleza como la perfección de su ser, y el arte le ha permitido la realización de un ideal humano. Cuando el hombre percibe el ambiente, crea un mundo que le pertenece; siente el imperativo de compartirlo, de proyectarlo. "Las obras de arte son la huella del hombre como la estela plateada de un caracol laberíntico y reflejan aspectos de nuestra conducta y sus motivaciones que no habríamos conocido sin amasarlos expresivamente" (Oyarzún, L. 1981). El artista configura y visualiza su objetivo con más libertad por cierto, que el científico. En su afán de mejorar la calidad de la vida sobre el planeta, éste descubre verdades, pero su meta no es, precisamente, la búsqueda de la belleza del universo, sino la del conocimiento.
No queremos decir con esto que no existe un sentido estético en la investigación científica, ya que la vida misma como manifestación es bella, y sus verdades son sobrecogedoras. El científico, sin duda, disfruta también de la maravillosa organización de la materia, tanto animada como inanimada. El anhelo del científico es llegar al descubrimiento, es descifrar los secretos donde estén. El del artista, en cambio, es expresar la belleza por medio de la palabra, los signos, los sonidos, gestos, colores, formas. En la intimidad de ambas aproximaciones a la realidad, está siempre la sensibilidad del hombre. En el hombre está la encrucijada de lo experimental y la fantasía; de lo demostrable y de los sueños.
Desde la infancia de la humanidad, el arte ha manifestado más claramente la sensibilidad del hombre, su sed de identidad y de trascendencia: "Todo lo bello se ilumina de Dios" (Yourcenar, M. 1982). El artista pertenece a una "raza" de hombres a quienes la vida se les presenta como una responsabilidad respecto a los otros hombres, por poseer una sensibilidad capaz de transmitir a sus iguales los mensajes de la naturaleza y del universo todo.
El educador sensible vive esencialmente de imperativos íntimos, todo llega a su sensibilidad por ese delicado prisma de su singular percepción, y su gran misión es despertar las conciencias y guiarlas. El educador, como artista, en el acontecer de la humanidad, siempre debe estar alerta, observando la realidad y, al mismo tiempo, mirando más allá del horizonte. Su capacidad de admiración por las formas y estructuras de lo viviente debe manifestarse. "Es preciso que el niño vea a su profesor entusiasmado con lo que muestra y enseña, y que junto con destacar la `verdad' de lo que se estudia, muestre su belleza, complejidad y misterio.
..."El gusto de vivir debe vivenciarse en la escuela. Si por la combinación de un ambiente empobrecido y de una atmósfera social decadente, este gusto se pierde, estaremos ante la más grave crisis, la de la pérdida del sentido de la existencia y por ende, de nuestra acción en el mundo". (Valenzuela, A., 1992).
La misión del educador no es sólo estar entre los hombres, sino compartir sus inquietantes, vivir intensamente en su tiempo, dado que "nada de lo humano le puede ser indiferente". La educación debe cultivar la sensibilidad del niño y dar un mayor espacio a sus múltiples expresiones, para despertar las conciencias, facilitándoles el encuentro con la belleza. Recordemos que el arte es un lenguaje fraterno y no conoce fronteras; a través de él nos llegan principios fecundos, tiempos intensos, espacios infinitos en donde la sed de absoluto, de ideal y de armonía encuentra "agua viva". Aunque, aparentemente, el arte nada resuelva en la lucha por la subsistencia sobre nuestro agobiado planeta, educar la sensibilidad del hombre desde niño podría
¡Sólo la belleza salvará el mundo. Ejercitar la sensibilidad desde la infancia y propiciar sus diversas manifestaciones, es la tarea más propiamente educativa, en la imperiosa necesidad de proteger nuestro planeta!
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