Ana L. García-Pérez y Ianire Astobiza
NEIKER-Instituto Vasco de Investigación y Desarrollo Agrario
Imágenes cedidas por las autoras
En la actualidad la fiebre Q está incluida dentro del grupo de enfermedades emergentes, pero en realidad se conoce desde 1935, cuando tuvo lugar una fiebre de origen desconocido en un colectivo de trabajadores de un matadero de Australia, y desde entonces hasta hoy se ha ido identificando su presencia en todo el mundo, con brotes epidémicos de mayor o menor intensidad. No obstante, al no ser una enfermedad de declaración obligatoria en muchos países, no existen datos fiables sobre la prevalencia de la infección en los animales y los datos relativos a casos humanos varían mucho según la región o país y la ocupación de las personas. Este último aspecto es muy relevante desde el punto de vista laboral, puesto que puede determinar que se considere una enfermedad profesional y un riesgo laboral, ya que son los veterinarios, ganaderos, personal de laboratorios, personal de mataderos, etc. los grupos que presentan mayor riesgo de entrar en contacto con la infección, hecho que se ha constatado en numerosos estudios de seroprevalencia realizados en estos colectivos. Además, la capacidad de resistencia de Coxiella le permite desplazarse con el viento, por lo que se pueden dar brotes en lugares alejados de zonas ganaderas y en poblaciones que nunca han estado en contacto con animales. En las personas la fiebre Q puede ocasionar un cuadro gripal leve, que en la mayoría de los casos no tiene mayores consecuencias para la salud. Sin embargo, las formas agudas se caracterizan por un cuadro febril de duración intermedia con neumonía o hepatitis. También existe la forma crónica, que principalmente cursa con endocarditis y que suele desembocar en algunos casos en el fallecimiento de pacientes, especialmente aquellos con valvulopatías previas o inmunodepresión. En España la fiebre Q es endémica en varias comunidades autónomas, predominando, en general, los cuadros neumónicos en la zona norte y la hepatitis en la zona sur.
La fiebre Q en animales
C. burnetii es una bacteria muy resistente en el medio ambiente, que se mantiene en la naturaleza a través de dos ciclos, un ciclo doméstico del que forman parte los rumiantes y los animales de compañía, y un ciclo silvestre en el que están implicados los animales silvestres y las garrapatas. En los rumiantes la fiebre Q puede causar abortos, especialmente en el ganado caprino y ovino, e infertilidad, metritis y mastitis en el ganado vacuno. El porcentaje de abortos es mucho más elevado en el ganado caprino, ya que pueden alcanzar tasas en torno al 50%. Además, en esta especie los animales que abortan pueden volver a sufrir abortos en la siguiente gestación, mientras que en el ganado ovino esto no sucede. Los abortos son siempre a término, los fetos cuando son expulsados tienen un aspecto fresco, mientras que la placenta está muy alterada con exudado amarillento-marrón. En ganado vacuno los abortos son raros.
Si no están gestantes, las hembras de rumiantes domésticos raramente muestran síntomas tras la primera infección, y la bacteria se acantona en el aparato reproductivo, incluida la glándula mamaria, desde donde la infección se eliminará al medio ambiente una vez que los animales estén gestantes. Así, la gestación parece ser un momento crítico para la reactivación de la infección con eliminación de numerosas bacterias con el feto, la placenta, fluidos amnióticos, tanto en el caso de que se produzca el aborto, como durante el parto normal. En el caso del ganado ovino, una vez que los animales abortan o cuando paren normalmente pero están infectados, liberan bacterias durante al menos cinco meses en heces, cuatro en leche y varias semanas a través de los fluidos vaginales. El porcentaje de animales eliminadores es muy elevado por lo que la época de partos puede resultar altamente contagiosa para los animales que no han tenido contacto previo con la infección. Los periodos de persistencia y eliminación de la bacteria son más prolongados en el ganado vacuno que en el ovino y caprino, sobre todo a través de la leche (tabla 1). Esta información es importante a la hora de establecer estrategias de control para limitar los riesgos de transmisión de animales a personas. Así, la utilización de estiércol ovino o caprino contaminado supone un material de riesgo, por lo que su manejo es clave para evitar la propagación de la bacteria en el medio ambiente. Sin embargo, el consumo de leche o derivados lácteos que han sido pasteurizados no supone ningún riesgo para las personas, puesto que las temperaturas de pasteurización destruyen la bacteria, y, además, la vía digestiva no parece ser una vía de contagio eficiente.
Diagnóstico y control
Los métodos de diagnóstico directo de C. burnetii se basan en la detección del agente en muestras de placentas procedentes de brotes de abortos. Debido a que el cultivo es laborioso y requiere tener un laboratorio con nivel de seguridad biológica 3, actualmente la técnica más usada es la PCR, que se basa en la amplificación del ADN específico de C. burnetii, y que se aplica tanto en muestras de placenta como en muestras de fluidos vaginales. Un resultado positivo en ausencia de otros agentes abortivos confirmará el diagnóstico de aborto por fiebre Q. Las pruebas indirectas de detección de anticuerpos en sangre son las más ampliamente usadas para detectar a los animales que están o han estado infectados. En la actualidad se utilizan métodos ELISA comerciales que tienen una sensibilidad mayor que la fijación de complemento. Así, seroprevalencias en torno al 50% sugieren la existencia de fiebre Q en la explotación. A nivel de explotación, el análisis de la leche de tanque mediante ELISA indica la existencia de anticuerpos frente a C. burnetii, y en el caso de obtener un resultado positivo, es necesario realizar análisis complementarios para confirmar que los problemas reproductivos son debidos a la fiebre Q.
En el momento del aborto o en el parto los animales infectados expulsan millones de bacterias con la placenta y otros fluidos. |
En la figura a continuación aparece un ejemplo del resultado obtenido en el plan de control de la fiebre Q en un rebaño ovino infectado, basado en el tratamiento antibiótico en el momento de los abortos y posterior vacunación antes del periodo de cubriciones.
Como medidas preventivas se incluyen el mantenimiento de unas condiciones higiénicas adecuadas en las explotaciones y comprobar la negatividad a C. burnetii (mediante ELISA y PCR) en animales de nueva compra. Ante un brote de abortos se recomienda la eliminación rápida de los fetos y las placentas, el aislamiento de los animales afectados, la aplicación de tratamiento antibiótico y evitar que se produzcan partos en el exterior de la explotación. Además, el uso de guantes y ropa desechable por parte del personal de la explotación es imprescindible para reducir las posibilidades de contagio, también hay que evitar el acceso a la explotación de personas ajenas a la misma, así como realizar desinfecciones de las instalaciones con los productos adecuados y no aplicar el estiércol contaminado como abono sin un tratamiento previo.
Se transmite principalmente por vía aerógena
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En lo que respecta a los riesgos para la salud humana, la principal vía de contagio es la vía aerógena y la mayor casuística viene siempre asociada a las épocas de partos. Por ejemplo, en la comunidad autónoma vasca (CAPV) la paridera ovina tiene lugar en los meses de invierno y comienzos de primavera, de forma que la máxima incidencia anual de fiebre Q en personas se da al final de la primavera. Ello es debido a la alta contaminación ambiental, y a la generación de aerosoles contaminados en torno al periodo de abortos, y en la paridera, debido a la expulsión al medio exterior de placentas y fluidos fetales con una alta carga bacteriana. Por lo tanto, dependiendo de la localización de la explotación, su proximidad a núcleos urbanos o de los vientos predominantes, la infección puede trasladarse hacia zonas urbanas y ocasionar un brote. |
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