miércoles, 23 de agosto de 2017

EL VIRUS DE LA HEPATITIS E EN EL CERDO Y SU TRANSMISIÓN AL HOMBRE

El virus de la hepatitis E en el cerdo y su transmisión al hombre. Nilsa de Deus, Joaquim Segalés. 2013



El virus de la hepatitis E en el cerdo y su transmisión al hombre
La hepatitis E es una enfermedad humana importante en países en vías de desarrollo de Asia y África. En la epidemiología de la infección cada vez cobra más importancia el ganado porcino, ya que se han detectado cepas víricas porcinas genéticamente muy similares a las del hombre.
Nilsa de Deus1 y Joaquim Segalés2,3 
1Centro de Investigação em Saúde da Manhiça (CISM), Manhiça, Mozambique. 
2Centre de Recerca en Sanitat Animal (CReSA), UAB-IRTA, Campus de la Universitat Autònoma de Barcelona, 08193 Bellaterra, Barcelona, España 
3Departament de Sanitat i Anatomia Animals, Universitat Autònoma de Barcelona, 08193 Bellaterra, Barcelona, España. 
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El virus de la hepatitis E (VHE) es un virus RNA sin envoltura de aproximadamente 27-30 nm de diámetro cuyo genoma tiene 7,2 kb de tamaño (Reyes et al., 1993). El VHE es agente causal de la hepatitis E (HE), una enfermedad humana importante en países en vías de desarrollo de Asia y África. En estos países, el VHE causa importantes brotes de hepatitis asociados a condiciones sanitarias deficientes (Panda et al., 2007) y puede causar hasta el 25% de mortalidad en mujeres embarazadas (Emerson y Purcell, 2003; Purcell y Emerson, 2000). Contrariamente a lo que se observa en los países en vías de desarrollo, la epidemiología de la enfermedad es diferente en países industrializados, donde la HE se asocia habitualmente a pacientes que han viajado a zonas endémicas (Balayan, 1993; Cacopardo et al., 1997; Coursaget et al., 1993). Actualmente los casos autóctonos de hepatitis E están aumentando en los países industrializados mucho más que los casos “importados” (Nicand et al., 2009).


La importancia del cerdo en la epidemiología de la infección por el VHE en el hombre va ganando terreno en la medida en que se detectan cepas víricas porcinas genéticamente muy similares a las del hombre (Meng et al., 1997). Por otro lado, la mayor prevalencia de anticuerpos frente al virus en veterinarios y personal trabajador del sector porcino (Meng et al., 2002) también significó un mayor interés en el estudio de esta infección en el cerdo. Además, en países como Japón, donde existe la costumbre de comer carne poco cocinada o cruda, se ha constatado una asociación entre casos de HE y el consumo de derivados de cerdo y jabalí poco o mal cocinados (Matsuda et al., 2003; Tamada et al., 2004; Tei et al., 2003). Por todo ello, el conocimiento de la infección natural por VHE en el cerdo es de vital importancia en los países industrializados donde la frecuencia de casos de hepatitis E autóctonos ligados a consumo de carne ha aumentado recientemente. 

Epidemiología de la infección en el cerdo

El VHE es endémico en cerdos tanto de países en vías de desarrollo como de países industrializados (Lu et al., 2006; Okamoto, 2007). La seroprevalencia frente al VHE en el cerdo varía según países, granjas y edades, y puede llegar a ser muy elevada (>90%) en áreas geográficas donde la enfermedad no es endémica en la especie humana (Choi y Chae, 2003; Cooper et al., 2005; Hsieh et al., 1999). En España, de 41 granjas analizadas, 40 (97,5%) presentaban animales positivos a IgG anti-VHE (Seminati et al., 2008). Además, estudios serológicos retrospectivos realizados también en España indican que el VHE se encuentra en la cabaña porcina de forma ubicua desde 1985 (Casas et al., 2009b), mucho antes de la primera descripción molecular de este virus (Meng et al., 1997). Concretamente, de las 208 granjas analizadas retrospectivamente, 204 (98%) fueron positivas a IgG anti-VHE. 

El VHE se puede detectar en animales de 1 a 22 semanas de edad (de Deus et al., 2008), con mayor prevalencia entre los 3 y los 4 meses de vida (Choi et al., 2003; Huang et al., 2002). La mayor prevalencia de infección observada en estas edades está relacionada con la disminución de los anticuerpos maternales y con el incremento de la probabilidad de que los animales se infecten debido a la contaminación fecal del ambiente, del alimento y del agua (Williams et al., 2001). 

En una granja convencional, la dinámica de infección por el VHE es muy similar a otros agentes víricos (de Deus et al., 2008). Una elevada proporción de animales adultos son seropositivos y los lechones lactantes presentan anticuerpos IgG e IgA anti-VHE adquiridos de forma pasiva. Estos anticuerpos tienen una duración variable dependiendo de la cantidad de anticuerpos maternales transferidos (Meng et al., 1997). Lechones nacidos de madres con títulos de anticuerpos muy elevados pueden ser seropositivos hasta las 9 semanas de edad (de Deus et al., 2008; Meng et al., 1997). Una vez que los animales pierden los anticuerpos maternales, se infectan y la seroconversión se da entre las 12 y 14 de edad, aproximadamente. La seroconversión se caracteriza por la aparición primero de IgA e IgM anti-VHE alrededor de las 12 semanas de edad y una semana después por la aparición de IgG anti-HEV anti-VHE. Las IgM se pueden detectar durante un periodo entre 5-7 semanas, mientras que las IgG duran hasta la edad del sacrificio (de Deus et al., 2008; Meng et al., 1997). La detección de IgM habitualmente está relacionada con la presencia de virus en sangre (viremia), lo que significa que este tipo de anticuerpo es indicativo de la fase aguda de la infección. 

Entre las 12 y 15 semanas de edad, se observa el pico de infección, momento en que el VHE puede ser detectado, además de en sangre, en bilis, nódulo linfático mesentérico, hígado y heces en más del 50% de los animales infectados. En paralelo se pueden observar lesiones hepáticas que varían de intensidad leve a moderada; en ningún caso se observan lesiones macroscópicas significativas y que sean causa de sintomatología clínica (de Deus et al., 2008).

Transmisión zoonótica del VHE
La evidencia de la transmisión zoonótica del VHE se observó en individuos que habían ingerido hígado crudo o poco cocinado de cerdo y desarrollaron hepatitis (fatal en algún caso). Las cepas descritas en estos pacientes presentaron una identidad nucleotídica del 98,5-100% con las cepas detectadas en hígados de cerdos vendidos en carnicería (Yazaki et al., 2003). Por otro lado, también se han descrito casos de hepatitis en pacientes que habían consumido carne de cerdo y jabalí crudas o poco cocidas (Masuda et al., 2005; Yazaki et al., 2003). Los hechos descritos y la relativamente alta seroprevalencia frente al VHE observada en personas aparentemente sanas en países industrializados sugiere que el VHE podría ser realmente una zoonosis, y no solamente restringida a colectivos profesionales concretos, como se había sugerido previamente (Drobeniuc et al., 2001; Meng et al., 2002). Un factor aparentemente tranquilizante es el hecho de que la seroprevalencia en el cerdo es extremadamente elevada, mientras que la ocurrencia de HE en humanos en países desarrollados continúa siendo muy baja.

Patogénesis y signos clínicos

Estudios epidemiológicos iniciales indicaban que los cerdos de 2 a 4 meses de edad eran los que básicamente se infectaban por el VHE. No obstante, trabajos recientes han detectado el virus en lechones de un mes de edad (de Deus et al., 2007; Fernandez-Barredo et al., 2006), lo que inicia el debate sobre la transmisión del virus en edades muy tempranas. Una posible explicación es que las cerdas podrían ser una causa significativa de infección para los lechones, sea por transmisión vertical u horizontal (de Deus et al., 2008). Sin embargo, hasta el momento no se han publicado evidencias inequívocas de la transmisión del virus de la cerda a sus lechones. 

La transmisión horizontal del virus se ha demostrado, pero queda la duda sobre la eficacia de la transmisión. Todo indica que, a nivel de campo, la transmisión horizontal es efectiva, pero experimentalmente sólo se ha conseguido esta eficacia por vía endovenosa y cuando el cerdo consigue excretar grandes cantidades de virus (Bouwknegt et al., 2008). En cambio, cuando los animales son desafiados por vía oronasal, la infección de cerdos por contacto sucede de forma esporádica (Casas et al., 2009a). Por otro lado, hasta el momento no se ha evidenciado la existencia de transmisión vertical del VHE con la infección experimental de cerdas gestantes, las cuales si fueron capaces de infectarse y seroconvertir (Kasorndorkbua et al., 2003). En este mismo experimento tampoco se observó mortalidad en las hembras gestantes, tal como se ha descrito en la especie humana.


De forma natural, se asume que el cerdo se infecta por la vía orofecal. De hecho se ha demostrado experimentalmente esta ruta de infección usando cerdos libres de patógenos específicos (SPF). Una vez que los animales se infectan por la vía oral, el virus se replica en el tracto digestivo y llega al hígado presuntamente a través de la vena porta, donde se replica en los hepatocitos y se excreta en bilis y heces (Choi y Chae, 2003). No obstante, estudios experimentales han demostrado que el VHE en el cerdo se replica en otros órganos aparte del hígado (Williams et al., 2001), incluyendo intestino delgado, colon y nódulos linfáticos. El virus también puede detectarse en epitelio de conductos biliares así como en el intestino delgado y grueso, nódulos linfáticos, tonsila, bazo y riñones de animales infectados de forma natural (Choi y Chae, 2003). 

Al contrario de lo que puede ocurrir en el hombre, la infección por el VHE en el cerdo cursa sin signos clínicos aparentes (Halbur et al., 2001). Al infectar cerdos con cepas tanto humanas como porcinas del VHE se ha observado que pueden inducir una hepatitis subclínica en el cerdo (Halbur et al., 2001). Las lesiones macroscópicas que se describen incluyen un ligero incremento de tamaño de los nódulos linfáticos mesentéricos. Histológicamente se observa hepatitis multifocal linfoplasmocitica, de leve a moderada (Martin et al., 2007; Meng et al., 1997). Las lesiones hepáticas están relacionadas con el pico de detección del virus en bilis y en nódulo linfático mesentérico (de Deus et al., 2007) y con altos valores de densidad óptica de IgG e IgM anti-VHE (de Deus et al., 2008). 

Bibliografía disponible en www.albeitar.grupoasis.com/bibliografias/virushepatitisE137.doc

viernes, 18 de agosto de 2017

FALLOS VACUNAS DEPENDIENTES DEL ANIMAL: MITOS Y REALIDADES Fernando Fariñas G 2015

Fallos vacunales dependientes del animal: mitos y realidades

Inmunología y enfermedades infecciosas


Fallos vacunales dependientes del animal: mitos y realidades
Son muchos los factores que pueden afectar a la inmunidad de las mascotas, y todas las vacunas dependen de su sistema inmunitario para conseguir las respuestas protectoras adecuadas y deseadas. Por lo tanto, es posible que la inmensa mayoría de los fallos vacunales sean en realidad fallos de inmunización achacables al vacunado.
Dr. Fernando Fariñas GuerreroInstituto de Inmunología Clínica y Enfermedades Infecciosas
f.fariñas@inmucei.com 
farinas.inmunopatologia@gmail.com

La vacunación forma parte importante de los programas de salud que se aplican a nuestras mascotas. Normalmente, los veterinarios siguen las recomendaciones de administración que indica el laboratorio fabricante, directrices que a menudo incluyen revacunaciones anuales. Sin embargo, hace ya unos años se están abordando cuestiones e incluso dudas acerca de la duración de la inmunidad conferida por algunas vacunas y la necesidad o no de estas revacunaciones anuales, sobre todo en perros adultos. Por otra parte, otros especialistas creen que los datos actuales no demuestran adecuadamente los periodos de inmunidad previstos por los laboratorios fabricantes. De esta forma, los veterinarios clínicos se encuentran en una posición difícil a la hora de informar a los propietarios de sus pacientes.
Además, la vacunación no es siempre un procedimiento inocuo y su uso debe acompañarse de manera invariable de una evaluación de los riesgos, lo que se denomina “virulencia residual o efectos secundarios de las vacunas”.
Es evidente que la capacidad de inmunización de una vacuna en cada animal va a depender de múltiples factores propios de este último entre los que cabe destacar la edad, el sexo, la raza, la existencia o no de enfermedades de base (neoplasias, alergias, endocrinopatías, etc.), la administración de fármacos inmunosupresores (corticoides, ciclosporina, azatioprina, etc.) y la existencia de estados de malnutrición y estrés entre otros. Así, existen trabajos que refieren, en relación a la vacunación frente a la rabia, que las razas pequeñas presentan unos niveles de seroconversión (tanto en el título como en la duración de estos altos títulos) mayores y mejores que las razas grandes, dándose en estas últimas un mayor número de “fallos vacunales”. Igualmente, se ha comprobado que los animales menores de un año vacunados de rabia presentan un nivel de respuesta muy inferior a los adultos, lo que plantea la necesidad de aplicaciones booster en los primeros y posibilidad de revacunaciones más tardías en los últimos.
Por otro lado y como ya se ha comentado anteriormente, otro factor a tener en cuenta es que la población de perros y gatos en situación de “inmunocompromiso” en los países desarrollados, con acceso a servicios veterinarios, es bastante elevada. Muchos son los animales en tratamiento inmunosupresor por múltiples patologías (alergias, enfermedades autoinmunes, etc.), a los que hay que sumar un largo etcétera de animales sometidos a grandes cirugías, que padecen enfermedades crónicas, o infecciones inmunodisregulatorias (infección por LeishmaniaEhrlichia, FIV, FeLV, etc.). Esto hace que la probabilidad de fallos vacunales en la primovacunación se encuentre incrementada y/o que la duración de la inmunidad conferida sea de corta duración.

Características de una vacuna ideal
La vacuna ideal debería cumplir una serie de requisitos entre los que se encuentran:
  • Inducir respuestas adecuadas.
  • Que ofrezca seguridad de forma que la inmunidad que genere no sea a costa de enfermar o lesionar al animal.
  • Que sea estable. El gran problema de las vacunas es la necesidad de mantener ciertas condiciones para que sea eficaz. Esto es más cierto en el caso de las vacunas vivas, en las que la interrupción de la cadena de frío puede literalmente “matar” al microorganismo que incorpora. Una vez administrada no es capaz de multiplicarse en el animal y por lo tanto no genera una respuesta inmunitaria adecuada.
  • Que su coste sea bajo. En ocasiones las mejoras en la fabricación de vacunas pasan por su enriquecimiento con adyuvantes que son clave para generar una respuesta inmunitaria potente (leucotoxinas, proteínas de membrana, ISCOMS, SAF-1, citoquinas, etc.). Con esto se logra una mejor protección, pero los costes se ven incrementados considerablemente.

Todo esto hace que, en ocasiones, estemos jugando a ciegas ya que probablemente habrá animales que lleguen y superen con creces la expectativa de la vacuna, y habrá otros muchos que no lleguen a producir un nivel suficiente de inmunidad frente a la misma.

Inmunidad y vacunación
La respuesta inmunitaria frente a una infección natural o a una vacuna ha sido evaluada generalmente midiendo títulos de anticuerpos en suero y correlacionando estos con distintos grados de protección o susceptibilidad. Esto es esencialmente cierto en el moquillo, parvovirosis, adenovirosis y borreliosis, donde altos niveles de anticuerpos se correlacionan muy bien con la protección frente al desafío. Sin embargo, una protección adecuada frente a cualquier agente infeccioso, puede requerir una fuerte inmunidad celular, una potente inmunidad humoral o una combinación de ambas. Así, las infecciones por Bordetella bronchiseptica, coronavirus o parainfluenza pueden causar un gran daño en las superficies mucosas y se requerirá una inmunidad mucosal eficaz para inducir un alto nivel de protección. Para estas enfermedades, por ejemplo, la concentración de anticuerpos séricos no se correlaciona con la protección. En general, la evaluación de la inmunidad celular en las distintas enfermedades caninas y felinas y sus vacunas, ha sido siempre la gran olvidada. En la literatura científica actual, pocos trabajos “rematan” sus resultados con medidas de esta inmunidad celular, a pesar de que hace años se han venido publicando casos de animales protegidos frente a una enfermedad que son seronegativos para la misma. Es seguro que en muchísimas de estas patologías, sino en todas, la inmunidad celular tiene un papel preponderante en el desarrollo de un grado significativo de protección. Así, habrá animales que presenten un título bajo de anticuerpos y, sin embargo, estén plenamente protegidos frente a la enfermedad gracias a la presencia de una inmunidad celular no medida en los test diagnósticos.
Por lo tanto, la vacuna ideal no va a ser la que induzca la formación de gran cantidad de anticuerpos, sino la que sea capaz de imitar al sistema inmunitario cuando este consigue resolver una infección. Incluso empleando la vacuna más ideal del mercado, hay que tener en cuenta que el éxito de esta en la prevención de una infección determinada no va a depender exclusivamente de su capacidad para inducir la formación de anticuerpos. Es más, en algunos casos los anticuerpos generados pueden resultar inútiles porque no son capaces de neutralizar el patógeno o incluso estos anticuerpos pueden favorecer la persistencia de la infección (anticuerpos facilitadores de la infección) o generar respuestas inmunopatológicas indeseables, dando lugar al desarrollo de fenómenos alérgicos y/o autoinmunes.


Fallos de inmunización

Incluso cuando se ha llevado a cabo la vacunación correcta del animal, la probabilidad de establecer una protección eficaz nunca es del 100 %. Esta proporción va a depender de muchos factores, alguno de los cuales implican al animal en sí y otros están asociados a la vacuna, bien sea a su composición (antígenos que incorpora, adyuvantes, etc.) o al mal uso de la misma (no respetar las instrucciones de administración o conservación impuestas por el fabricante, etc.). Todos estos factores que conllevan un mal resultado en la vacunación y que a veces implican que sea peor el remedio que la enfermedad, son los denominados fallos vacunales o fallos de inmunización activa. De hecho, para que una vacuna alcance su máxima eficacia hay que tener en cuenta varios factores dependientes del animal que recibe dicha vacuna.
Genética
Hoy sabemos que existen animales y razas que son genéticamente más resistentes que otros a distintas enfermedades. Incluso, podemos afirmar que dentro de una misma raza, existirán animales con un “bagaje genético” de mayor resistencia a enfermedades y a esto pueden deberse las diferencias observadas en cuanto a protección vacunal de unos y otros. Es bien conocida la susceptibilidad de razas como los Rottweiler, Doberman, Labrador y Pastor Alemán, entre otros, al padecimiento de cuadros graves de parvovirosis o a la tendencia a mostrar respuestas vacunales más pobres frente a este virus. Igualmente conocida es la susceptibilidad del Husky, Alaskan Malamute y otras razas nórdicas, al padecimiento y pobre respuestas vacunales al virus del moquillo.
Ni que decir tiene que una deficiencia genética en cualquiera de los componentes inmunológicos puede dar lugar al desarrollo de un “fallo vacunal” además de provocar, en ocasiones, un grave estado de “indefensión” frente a todo tipo de infecciones, tumores y al desarrollo concomitante de enfermedades autoinmunes por la existencia de mecanismos inmunológicos disregulados.
Dentro de estas, la deficiencia de una o más clases de inmunoglobulinas, es la inmunodeficiencia primaria más común en perros y gatos. Los signos clínicos de este desarreglo pueden no manifestarse hasta que se han agotado los anticuerpos maternos (12-15 semanas de edad). Los cachorros que no reciben un buen calostro, se hacen susceptibles a más temprana edad, con el desarrollo de infecciones respiratorias y gastrointestinales frecuentes.
Deficiencia de IgA
Probablemente la más frecuente de estas sea la deficiencia de IgA; esta se diagnostica cuando el título de dicha inmunoglobulina se sitúa por debajo de los 40-160 mg/dl. Un alto porcentaje de los animales con este déficit no va a mostrar signos de enfermedad infecciosa y en algunos se van a dar cuadros complicados de infecciones respiratorias, digestivas y tendencia a neoplasias linfoides. Recientemente también se sabe que muchas de estas inmunodeficiencias no sólo pueden predisponer al padecimiento de infecciones, sino también al desarrollo de cuadros alérgicos y/o autoinmunes. En el Pastor Alemán por ejemplo, se ha descrito una deficiencia de IgA que aparece con la presencia de enfermedades mucosas diversas que incluyen, colitis linfoplasmocitarias, fístulas perianales, pioderma profunda y aspergilosis diseminada principalmente por Aspergillus terreus. En el Beagle y Cocker Spaniel, se han observado casos de deficiencias selectivas de IgA asociadas a hipersensibilidad y patología autoinmunitaria, principalmente tiroiditis, orquitis, adrenalitis con hipoadrenocorticismo y lupus eritematoso sistémico. En otra raza, el Sharpei, se describen con frecuencia deficiencias selectivas de una o dos inmunoglobulinas (déficit de IgA o de IgA e IgG combinados), en muchos casos también asociados con dermatitis atópica y enfermedades autoinmunes.
Inmunodeficiencia Severa Combinada
Otro tipo de inmunodeficiencia primaria afortunadamente menos frecuente pero más grave es la Inmunodeficiencia Severa Combinada (IDSC), causada por un fallo tanto en la respuesta celular mediada por linfocitos T como en la producción de anticuerpos o inmunidad humoral mediada por linfocitos B. Se ha descrito en perros, y los cachorros recién nacidos suelen presentar cuadros graves de pioderma, otitis, gastroenteritis e infecciones respiratorias de etiología bacteriana que no responden o responden mal al tratamiento antimicrobiano. La mayoría de estos cachorros muere sobre los cuatro meses de edad por infecciones bacterianas diseminadas, por moquillo provocado por virus campo o por la cepa vacunal administrada en las vacunaciones. Desde un punto de vista laboratorial se aprecia bajo número o incluso ausencia de linfocitos T y B, y títulos bajos o ausentes de IgG, M y A. En la necropsia es patente la hipoplasia o aplasia de tejido linfoide, especialmente timo y linfonodos.
Edad
Desde el punto de vista inmunológico sabemos que los animales presentan unas capacidades defensivas que varían a lo largo de su desarrollo. Así, los animales recién nacidos y jóvenes al presentar un sistema inmunitario inmaduro, están predispuestos a que estos fallos vacunales sean más frecuentes. Esto mismo ocurre en los animales viejos, ya que el sistema defensivo de estos ha entrado en una fase conocida como inmunosenescencia o envejecimiento inmunológico, lo cual evidentemente le hace un fiel candidato a la no-respuesta o baja respuesta vacunal.
En los animales recién nacidos, la inmunidad depende directamente de aquella que le proporciona la madre vía calostral. Este sistema de donación de anticuerpos y células inmunológicas se da durante un periodo muy corto de tiempo, de tal forma que transcurrido este, la translocación de anticuerpos finaliza. Sabemos que un porcentaje significativo de los animales recién nacidos no recibe niveles adecuados de anticuerpos, lo que da lugar a una alta frecuencia de morbi-mortalidad neonatal. La razón de los fallos en esta translocación se deben principalmente a:
  • Condiciones no naturales del parto y lactación.
  • Nacimiento de animales débiles o deformes.
  • Retraso en el inicio de la lactancia.
  • Muerte de la madre.
  • Escasa producción de calostro.
  • Baja concentración de anticuerpos en calostro.
  • Escaso instinto maternal.
  • Camadas numerosas.
  • Amedrentamiento de animales débiles por parte de los fuertes.
Queda claro que el sistema inmunitario del cachorro recién nacido no responde de la misma forma que el de un perro adulto, ya que aquel muestra un perfil de respuesta prácticamente de tipo Th2 (inmunidad humoral), con pobres o deficientes respuestas de tipo Th1 (inmunidad celular). El desafío inmunológico al que sometemos al neonato a través de la vacunación debe claramente producir un impacto en el desarrollo del sistema inmunitario del cachorro. Algunos estudios han evaluado el efecto de la vacunación en el sistema inmunitario de los cachorros y han demostrado alteraciones inmunológicas evidentes. Por ejemplo, un estudio demostró la existencia de linfopenia siete días después del desafío vacunal. A pesar de estas observaciones, no hay duda de que en términos de riesgo/beneficio, la vacunación neonatal es crucial en la protección de los individuos y de la población frente a las enfermedades infecciosas.
Aunque no existe consenso sobre esta cuestión, normalmente se ha recomendado vacunar a los animales entre las 8-9 semanas de edad, y que la primovacunación no acabe antes de las 12-16 semanas de vida. Algunas primovacunaciones comienzan tan pronto como a las seis semanas de edad, con revacunaciones a veces muy frecuentes, otras finalizan demasiado pronto (a las 10-11 semanas), incrementado esto el riesgo de fallo vacunal. Hoy se acepta por los especialistas en el tema, que la frecuencia de revacunación es demasiado elevada y los esfuerzos se dirigen a acortar el número de vacunaciones y mejorar la inmunidad del animal.
Interferencia vacunal por anticuerpos maternos
Cuando en un animal se encuentran presentes anticuerpos maternales transferidos vía calostro, las propiedades antigénicas de la vacuna pueden verse neutralizadas y no se desarrolla una respuesta adecuada frente a ella.
Como en cualquier otra especie doméstica, se asume que el cachorro recién nacido tiene todos los componentes anatómicos de un sistema inmunológico inmaduro funcionalmente, y que se encuentra todavía bajo la influencia regulatoria del sistema inmunológico materno.
El mejor aspecto documentado del desarrollo del sistema inmunológico canino se refiere al requerimiento esencial de transferencia pasiva de inmunidad vía calostro. La especie canina tiene una placentación endoteliocorial zonaria, donde se establece una barrera relativamente impenetrable que dificulta la transferencia de anticuerpos desde la madre al feto.
Se acepta generalmente que, a través de esta barrera, pueden pasar pequeñas cantidades de anticuerpos tipo IgG llegando a alcanzar un 5-10 % de los niveles normales del perro adulto.
En las primeras 24 horas tras el nacimiento, el cachorro debe ingerir calostro rico en inmunoglobulinas. Esto le va a proveer de una inmunidad humoral y celular pasiva. Una vez ingerido el calostro, se van a absorber los anticuerpos, principalmente IgG, IgM e IgA, aunque en este último caso no se sabe muy bien si la IgA calostral es absorbida y re-excretada o si no se absorbe y simplemente se mantiene en la luz intestinal. Existe una variación considerable entre camadas en la eficiencia de la absorción de inmunoglobulina calostral, dependiendo de factores como el tamaño y fortaleza de los recién nacidos o de las capacidades maternas de la perra entre otros.
Se ha demostrado que el calostro canino es rico tanto en IgG como en IgA. Los cachorros recién nacidos tienen concentraciones séricas de IgG de 1,2 mg/ml la cual se incrementa a 23 mg/ml 12 horas después de la ingestión de calostro, teniendo concentraciones séricas menores de IgA e IgM (0,45 mg/ml y 0,2 mg/ml respectivamente).
La ingestión de estas inmunoglobulinas maternas es un arma de doble filo porque por una parte es un proceso vital para el recién nacido, ya que algún fallo en este mecanismo le hace susceptible a infecciones neonatales a menudo mortales y, por otro lado, la presencia de altas concentraciones de inmunoglobulinas maternas inhibe el desarrollo de la respuesta inmunitaria propia del animal. Esta inmunidad no se empieza a establecer hasta que la concentración de anticuerpos maternos ha descendido lo suficiente (la vida media de un anticuerpo materno IgG es de aproximadamente ocho días). Además, se ha sugerido que la tasa de crecimiento del recién nacido contribuye a la velocidad de degradación de los anticuerpos maternos, y son las razas de crecimiento más rápido las que más rápidamente eliminan estas inmunoglobulinas. Algunos estudios han puesto en evidencia que, en ausencia de transferencia de inmunoglobulinas maternas, los cachorros son capaces de responder a antígenos (por ejemplo vacuna de parvovirus) tan pronto como a las dos semanas de edad. Incluso algunos estudios han indicado que cachorros de un día de edad que no han recibido anticuerpos maternos, cuando son vacunados con vacuna viva frente a parvovirus o moquillo, desarrollan una respuesta serológica a los 21-91 días posvacunación, similar en magnitud a la respuesta de un cachorro más mayor.
El tiempo en el que un cachorro llega a hacerse inmunocompetente (generalmente se acepta que es entre las 6 y 12 semanas), depende de la concentración de anticuerpos maternos ingeridos, lo cual significa que no se puede establecer una medida o valor medio que asegure predecir cuándo un cachorro en particular se hace inmunocompetente.
Esto es muy importante a la hora de establecer un programa vacunal. Está claro que no todas las vacunas existentes funcionan por igual ni son capaces de superar esa interferencia materna. Actualmente existen en el mercado nuevas vacunas que tienen la capacidad de estimular la inmunidad del recién nacido incluso en presencia de anticuerpos maternos, superando el umbral de interferencia establecido por estas.
Nutrición
Existe una íntima relación entre la capacidad inmunológica de un animal y su estado nutricional, de tal forma que una nutrición tanto deficiente como excesiva pueden dar lugar a un proceso de inmunodeficiencia nutricional y un consecuente estado de no-respuesta a la vacuna. Por ejemplo, se sabe que deficiencias de cinc en hembras preñadas conlleva que la descendencia padezca una depresión intensa de la actividad inmunitaria.
Enfermedades concurrentes
Ciertas enfermedades, si están presentes en el momento de la vacunación, pueden predisponer a un estado de hiporrespuesta vacunal. Esto es particularmente cierto para diversas patologías:
  • Enfermedades parasitarias (leishmaniosis, helmintosis, etc.).
  • Enfermedades alérgicas.
  • Inmunodeficiencias secundarias o adquiridas. Mucho más frecuentes que las primarias vistas anteriormente. Estas inmunodeficiencias pueden estar asociadas a infecciones (por ejemplo FIV, FeLV, parvovirus, moquillo) o ser consecuencia de procesos neoplásicos, nefropatías, metabolopatías, desarreglos nutricionales, farmacoterapia, cirugía o estrés psicológico. El cuadro clínico que se desarrolla es similar al de las primarias pero, a diferencia de estas, puede ser superada si la causa subyacente se corrige.
Cada una de estas patologías se caracteriza por el establecimiento en el animal de un estado inmunológico de hiporrespuesta por alteración de la función inmunitaria de células y órganos linfoides, incluso cuando no se observen síntomas clínicos.
Estrés
Como ya se ha comentado, el estrés puede ser inducido en el animal de múltiples formas como son nutrición pobre, transporte, maltrato, etc., de modo que este puede llegar a sobreactivar el llamado eje hipotalámico-hipofisario-adrenal con la consiguiente producción de altos niveles de adrenalina y cortisol endógenos, hormonas con un conocido efecto inmunosupresor. Desde este punto de vista, es evidente que animales estresados pueden responder mal a las vacunas.
La utilización de fármacos, como corticoides y ciertos antibióticos (principalmente sulfamidas), puede predisponer a estados de inmunodeficiencia, una de cuyas consecuencias sería un incremento en la probabilidad de que se den estos fallos vacunales.
Como hemos visto a lo largo de este artículo, son muchos los factores que pueden llegar a afectar la inmunidad de nuestras mascotas, y a pesar de la gran cantidad de vacunas de alta calidad existentes en el mercado, todas ellas dependen de este sistema inmunitario para llegar a conseguir las respuestas protectoras adecuadas y deseadas. Por lo tanto, a la hora de evaluar cualquier fallo en la vacunación de nuestros pacientes creo conveniente y necesario establecer un protocolo de búsqueda de posibles fallos dependientes del estatus inmunitario del animal vacunado. Si seguimos estas recomendaciones, observaremos que en un gran número de casos no se han dado realmente fallos vacunales achacables a la vacuna, sino más bien fallos de inmunización achacables al vacunado.

Reacciones vacunales
Las ventajas de la vacunación están ampliamente documentadas al contrario que el riesgo de efectos adversos que, en muchos casos, son hipotéticos y se sustentan en estudios no contrastados. En muy raras ocasiones se ha podido determinar la verdadera prevalencia de efectos adversos asociados a la vacunación. En un estudio revolucionario realizado por Moore y colaboradores donde se determinó la prevalencia de efectos adversos sucedidos a los tres días tras la vacunación, del 1.226.159 de perros vacunados, se registraron 4.678 reacciones vacunales (38,2/10.000 perros). De estas, el 72,8 % tuvieron lugar el mismo día de administración de la vacuna y se correspondían el 31,7 % a reacciones alérgicas y el 65,8 %
a la toxicidad “normal” de las vacunas.
Igualmente, se determinó que el riesgo de efectos adversos era significativamente mayor en las razas pequeñas que en las grandes, en perros castrados y para los que recibieron múltiples dosis de vacunas. Cada dosis adicional de vacuna incrementó el riesgo de reacción adversa en un 27 % en perros de menos de 10 kg y en un 12 % en perros de más de 12kg. Las razas de mayor riesgo para el desarrollo de estas reacciones fueron Dachshund, Carlino, Boston Terrier, Pinscher miniatura y Chihuahua.
En gatos, en un estudio similar llevado a cabo en 496.189 animales, se describieron un total de 2.560 reacciones vacunales (51,6/10.000 gatos), y el riesgo se incrementaba en gatos mayores de 1 año y en castrados.
Dentro de las reacciones adversas a las vacunas, se describen clásicamente cuatro:
  • Reacciones de toxicidad “normal”.
  • Reacciones de inmunosupresión transitoria.
  • Reacciones de hipersensibilidad inmunitaria.
  • Producción de sarcomas de inoculación en gatos.
Toxicidad “normal”
Las vacunas pueden generar normalmente reacciones de tipo inflamatorio pasajeras y es bien sabido que se requiere un cierto grado de inflamación para inducir respuestas inmunitarias protectoras y eficaces. Las reacciones más frecuentes son las tumefacciones o inflamación en el punto de inoculación, que suelen aparecer al día siguiente de la vacunación y pueden durar hasta una semana. Otras reacciones tóxicas “normales” son la instauración de cuadros de fiebre, letargia y anorexia que responden a la activación de los mecanismos de inmunidad innata, con liberación de citoquinas (TNF-alfa, interleuquinas, etc.). Aunque estas reacciones son esperables tras una vacunación, es deseable minimizarlas tanto para el paciente como para el propietario. Una medida de prevención prevacunación es el empleo de un antiinflamatorio no esteroideo (AINE; acetaminofeno o aspirina), aunque algunos trabajos muestran que la inhibición de la vía ciclooxigenasa-2 por parte del AINE puede atenuar o disminuir la respuesta de anticuerpos.
Inmunosupresión transitoria
Sorprendentemente, existen evidencias de que ciertas vacunas pueden producir cuadros de inmunosupresión transitoria, y en algunos animales, esta puede generar problemas como la emergencia de una infección subclínica en el animal vacunado. Este tipo de reacción adversa se describe principalmente con la vacuna de parvovirosis y con la de moquillo, y también se ha descrito para otras vacunas, aunque menos frecuentemente.


Hipersensibilidad inmunológica
Las vacunas pueden causar reacciones de hipersensibilidad de tipo I, II, III y IV que, aunque alguna de ellas infrecuentes, pueden ser realmente importantes. En este breve informe, nos ceñiremos exclusivamente a las reacciones de tipo I.
Hipersensiblidad de tipo I o alérgica
Se han propuesto varias proteínas diferentes como causa de reacciones alérgicas en las vacunas de perros y gatos, aunque en casi todos estos estudios no se han medido concentraciones de IgE antígeno-específicas.
La mayoría de las vacunas son capaces de suscitar este tipo de reacciones y son las vacunas bacterianas (especialmente la de Leptospira) las que mayor riesgo presentan. Todos los estudios realizados a este nivel señalan a los excipientes vacunales (suero fetal bovino, conservantes, antibióticos, caseína, colágeno tipo I, fibronectina, tiroglobulina, laminina y miosina porcina), como los alérgenos involucrados con más frecuencia en estas reacciones tanto en perros como en gatos.
Como bien sabemos, las reacciones alérgicas mediadas por IgE requieren una primera fase de sensibilización clínicamente inaparente y una segunda fase efectora con provocación de cuadros que pueden ir desde reacciones urticariales a angioedemas (edema facial, periorbitario, laríngeo, de vías respiratorias altas, etc.), o reacciones realmente graves como la anafilaxia. Esta última se manifiesta en el perro de forma distinta a otras especies, ya que en este, el principal órgano afectado no es el pulmón sino el hígado, en especial las venas hepáticas. Así, los perros que sufren anafilaxia muestran un cuadro de excitación inicial con vómitos, diarrea y micción, seguida de depresión respiratoria, debilidad muscular, convulsiones, estado comatoso y muerte en aproximadamente una hora. Todos estos signos provienen de la oclusión de la vena hepática por contracción del músculo liso y el edema hepático. En los gatos, por el contrario, el principal órgano afectado es el pulmón con desarrollo de cuadros disneicos graves, hipersalivación, vómitos, incoordinación, colapso y muerte.
Todas estas reacciones (urticaria, angioedema y anafilaxia) pueden darse en el cachorro en primera vacunación o en revacunaciones (primera inoculación o posteriores). Las reacciones en primera vacunación se deben primordialmente al paso de IgE y de “factores alergénicos” ingeridos con el calostro, que favorecen el desarrollo de respuestas Th2 en los cachorros, o bien y más raramente a reacciones de tipo anafilactoide. El término “anafilactoide” suele emplearse para describir una respuesta que clínicamente es idéntica a la anafilaxia pero que no se debe a la presencia de anticuerposIgE, sino más bien a la liberación de histamina por parte de los mastocitos de forma inespecífica, no mediada por estos anticuerpos. En el perro estas reacciones se describen raramente con el empleo de vacunas bacterianas, principalmente vacunas de Leptospira y Bordetella. Las reacciones que ocurren en segundas o posteriores inoculaciones, se deben fundamental y directamente al cachorro, ya que este queda sensibilizado en la primera vacunación y desarrolla la fase efectora en las posteriores.
Por razones todavía no aclaradas, no todos los pacientes con hipersensibilidad alérgica demostrada en una vacunación, muestran reacciones en las siguientes vacunaciones.
Tanto en uno como en otro caso, es posible realizar un test de intradermorreacción en animales con un historial previo de reacción alérgica. Este test se puede realizar de forma simple o compleja (ver cuadro).

Test de intradermorreacción
  • Forma simple. Se rasuran dos áreas de la piel bien separadas y se inocula intradérmicamente en una de las zonas 0,1 ml (100 µl) de la vacuna. En la otra zona rasurada, se inocula 0,1 ml de suero fisiológico como control negativo.
  • Forma compleja. Se rasuran tres zonas del animal. Dos de ellas siguen las mismas indicaciones que las descritas para la forma simple y en la tercera zona rasurada se inocula 0,1 ml de histamina como control positivo.
En ambos casos, la producción de un nódulo, reacción urticarial, hiperemia extrema y/o prurito en la zona de inoculación de la vacuna, predice una alta probabilidad de reacción alérgica en segunda o posteriores vacunaciones.
Si no se desea realizar este test, los pacientes de alto riesgo pueden ser premedicados, 15 o 20 minutos antes de la vacunación, con un antihistamínico H1 (como por ejemplo la difenhidramina), administrándola vía subcutánea o intramuscular.

Actuación y tratamiento frente a una reacción de hipersensibilidad alérgica
El tratamiento de estas reacciones alérgicas debería estar adaptado al tipo y gravedad de los signos clínicos. Evidentemente, ante una anafilaxia, el tratamiento debe incluir la administración de epinefrina, glucocorticoides, antihistamínicos H1 y expansores de plasma (cristaloides fluidos intravenosos) para combatir el shock hipotensivo.
Sin embargo, reacciones más leves o moderadas como son las reacciones urticariales y el prurito en el punto de inoculación o la formación de un angioedema facial o periorbital, requieren otro tipo de estrategias terapéuticas. Este tipo de reacciones se cuentan entre las más frecuentes y se trata de lesiones que generalmente son transitorias y se resuelven por sí solas en el término de 24-72 horas. Estos casos no necesitan tratamiento corticoideo y se puede actuar sobre el mismo con un AINE combinado o no con un antihistamínico H1. El único peligro del angioedema es que afecte al tejido laríngeo o a las vías respiratorias altas; en este caso sí que está indicada la administración de un corticoide.
Los corticoides tienen un amplio espectro de acciones sobre el sistema inmunitario entre las que se cuentan:
Defectos fagocitarios: neutrofilia, disminución de la quimiotaxis, marginación reducida, disminución de la fagocitosis, descenso de la citotoxicidad celular dependiente de anticuerpos, capacidad microbicida intracelular disminuida y disminución o inhibición del procesamiento antigénico.
Defectos linfocitarios: descenso de la proliferación linfocitaria, disminución de las reacciones de linfocitos T, disminución de la producción de citoquinas (principalmente de la IL-2), disminución leve o mínima de los linfocitos B y disminución leve de inmunoglobulinas. Disminución o bloqueo de la respuesta de inmunidad celular Th1.
Queda claro que la administración de un corticoide debido a una reacción vacunal puede ser un arma de doble filo, ya que por un lado tratamos la reacción patológica alérgica reduciendo o anulando sus efectos a nivel clínico, pero por otro lado inhibimos los principales procesos que tienen que ver con la instauración de una respuesta inmunitaria adecuada a la vacuna. Se ha demostrado que, incluso con cortos periodos de corticoterapia o con una sola administración del fármaco para el tratamiento de una reacción vacunal, se puede dar lugar a respuestas subóptimas o nulas frente a vacunas absolutamente dependientes de respuesta Th1 (inmunidad celular), en las que se ven afectadas especialmente las respuestas de tipo celular. Tanto la prednisona/prednisolona como la metilprednisolona (corticoides más usados en perros y gatos), aunque difieren en su potencia, son fármacos de duración intermedia, con rangos de actuación que van desde las 12 a las 36 h. Es por ello que la aplicación de corticoterapia frente a una reacción vacunal se debería limitar a aquellas que representen un riesgo para la vida del paciente e intentar en todo momento tratamientos alternativos (antihistamínicos, AINE, etc.), para reacciones leves o moderadas no graves.

Bibliografía
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