miércoles, 17 de diciembre de 2014

REPERCUSIÓN DE LA INFECCIÓN DEL VIRUS DE LA DIARREA VÍRICA BOVINA EN LA FUNCIÓN REPRODUCTIVA Susana Astiz Blanco 2014

Repercusión de la infección del virus de la diarrea vírica bovina en la función reproductiva (y II)
Susana Astiz Blanco
Dip. ECBHM. Dpto. de Reproducción Animal (INIA)

El virus del BVD puede persistir en el semen de un toro infectado durante una media de 2,75 años
La eficiencia reproductiva en las explotaciones bovinas, tanto en las lecheras como en las de carne, es muy importante, por lo que en esta segunda parte el artículo se centra en las evidencias científicas que se han publicado sobre la repercusión reproductiva de las infecciones por el virus del BVD.

La repercusión de cualquier infección en la función reproductiva de los animales la podemos encontrar mediada por distintos mecanismos y efectos. Se buscarán evidencias de fallos de fertilidad en los animales (lo que puede incluir pérdidas embrionarias tempranas o incapacidad para quedar gestante), pérdidas embrionarias tardías-fetales tempranas (tras diagnóstico de gestación positivo), abortos y, finalmente, el nacimiento de terneros débiles que mueren durante el parto o en las primeras 24 horas (stillbirth).

Repercusión en la fertilidad y pérdidas de gestación tempranas

Fray et al. (1998; 2001) demostraron la capacidad del virus de replicarse y afectar a las células de los folículos ováricos de las vacas en cualquier momento del desarrollo folicular en animales experimentalmente infectados con el virus. Estos animales presentaban, además, un menor nivel de liberación de estradiol entre los días 6 y 11 tras la infección, sin alteración de los niveles de progesterona séricos. Otros autores (Sentongo et al., 1980) comprobaron una ooforitis (inflamación en el ovario) persistente al menos durante 60 días tras la infección experimental de novillas. También se ha encontrado el pico preovulatroio de LH abolido casi por completo en infecciones experimentales, y necrosis de las células de la granulosa (están en los folículos ováricos) y del ovocito mismo (McGowan et al., 2003). Por lo tanto, la capacidad por parte del BVD de afectar directamente al tejido ovárico está descrita. De hecho, una vaca PI si llega a gestar, siempre da lugar a un descendiente PI, debido, probablemente, a la replicación vírica en el tejido ovárico y reproductivo (Meyling et al., 1990). Por lo tanto, Fulton (2013) considera que se puede asumir que el BVD se relaciona con problemas de fertilidad y una mayor repetición de celo en animales que sufren o han sufrido viremia.

Sin embargo, analizando los distintos estudios que han relacionado el contacto con el BVD (presencia o no de anticuerpos en los animales de la explotación) con su eficiencia reproductiva, ya sea a nivel individual (Houe et al., 1993a; Larsson et al., 1994; Rüfenacht et al., 2001) o a nivel de rebaño (Fredriksen et al., 1998; Valle et al., 2001; Robert et al., 2004), se encuentran resultados contradictorios, según dichos estudios. Algunos investigadores como Houe et al., (1993) detectaron una tasa de concepción menor durante las fases de circulación vírica en el rebaño, confirmando que la infección con VBVD reducía temporalmente la tasa de concepción. Igualmente, Larsson et al. (1994) encontraron efectos claramente negativos con más IA/gestación, mayor duración de la gestación en las multíparas gestando terneros PI (287 vs. 280 días de gestación, posiblemente debido a un retraso en el desencadenamiento de la señal del parto, por parte del feto a término) y mayor tasa de retención de placenta en las vacas que parían un PI, resultados también corroborados por McGowan et al., (1993) con reducidas tasas de concepción y muerte embrionaria temprana.
Por otro lado, otros trabajos (Rüfenacht et al. 2001; Fredriksen et al., 1998) no encontraron efecto negativo de la infección en los primeros 30-45 días de gestación. Valle et al. (2001) observaron un efecto negativo en la eficiencia reproductiva de las novillas con un retraso en la edad a la primera IA en novillas, sin efecto en el intervalo PP de las vacas.

Robert et al. (2004), en La Bretaña (Francia), demostraron, con un total de 150.854 IA, de 122.697 vacas procedentes de 6.149 rebaños, que no se asociaba el riesgo de repetición de celo durante las tres primeras semanas tras la IA a la infección con BVD, pero sí con una repetición de celo tardía, considerando esto como una demostración de que el BVD eleva el riesgo de “muerte embrionaria tardía-fetal temprana” (muerte embrionaria en las fases de gestación que comprenden el final de la fase de desarrollo embrionario y las primeras de lo que denominamos desarrollo fetal; esto es entre los días 30-45 de gestación) más que una reducción de la fertilidad en sí misma. Ya se habían documentado resultados previos a este trabajo de estudios observacionales de infecciones de BVD en rebaños comerciales que corroboran la existencia de pérdidas fetales (Barber et al., 1985; Roeder et al., 1986; Sprecher et al., 1991; Taylor et al., 1997). La contradicción con los estudios antes comentados se podría atribuir a que Rüfenacht et al. (2001) o Fredriksen et al. (1998) no incluían las pérdidas embrionarias tardías o fetales tempranas, dejando de observar los animales una vez diagnosticados como gestantes (Roberts et al., 2004). Por otro lado, Niskanen et al. (1995) encontraron relación entre mayores tasas de retención de placenta, un mayor uso de tratamientos para sincronización de celos, y un intervalo parto-parto más prolongado en explotaciones con exposición al BVD (anticuerpos positivos en tanque de leche, sin vacunación previa) que en aquéllos libres de contacto con el virus. Más recientemente, Yavru et al., (2013), en Hungría, demostraron que la presencia de virus (aunque no de anticuerpos) se relacionó con una tasa de concepción menor a la primera IA posparto (27,8 vs. 70,9 %), lo que indicaría que la viremia en el momento de la IA tiene un efecto negativo en la fertilidad.
En granjas lecheras de Nueva Zelanda, Heuer et al. (2007) relacionaron la presencia de anticuerpos contra el BVD en tanque (lo que a su vez representa el nivel de infección que tiene el rebaño) con una elevación clara de las tasas de aborto, mayores días abiertos y más IA/gestación. En concreto observaban peores índices reproductivos en las granjas con más anticuerpos en tanque, de modo que serían granjas que sufrían muy probablemente una infección activa de BVD en ese momento, con PI presentes. Por lo tanto, veían evidencias de una interferencia del BVD en la fertilización en sí o muerte embrionaria temprana (lo que implicaría los días abiertos más prolongados, así como más IA/gestación). Además, en este trabajo se declaraba una pérdida de producción lechera directamente ligada al nivel de anticuerpos en tanque.

Aono et al. (2013) demostraron, por otra parte, una mejora de la eficiencia reproductiva en rebaños de carne mediante la vacunación frente BVD y Herpesvirus-tipo I y Leptospira frente a los rebaños no vacunados, o sólo vacunados frente a Leptospira, habiendo diseñado el estudio para detectar las pérdidas embrionarias tardías-fetales tempranas, precisamente en animales dados por gestantes a día 30 posinseminación y antes del día 120.

Entre los trabajos experimentales (estudian los efectos de una infección con BVD provocada experimentalmente en animales en estudio; no se trata de observaciones de infecciones de campo en granjas comerciales) se ha observado muerte embrionaria temprana (Whitmore et al., 1981; Grahn et al., 1984; Bielanski and Dubuc, 1995; Van Roose et al., 1999), aunque también hay resultados que demuestran lo contrario (Zurovac et al., 1994; Tsuboi y Imada 1996; Stringfellowet al., 1997; Bielanski et al., 1998; Booth et al., 1998) y se ha argumentado que estas diferencias se deben muy posiblemente a distintas cepas de virus del BVD utilizadas en cada experimento (Robert et al., 2004).

Repercusión en la pérdida de gestación media y tardía: abortos y mortinatos

Donde sí suele coincidir la mayoría de los estudios es en que la infección de BVD eleva el riesgo y la incidencia de abortos (Fredriksen et al., 1998; Rüffenacht et al., 2001; Robert et al., 2004), e indican que por ejemplo en Suiza el 7 % de las muertes fetales era atribuible al BVD. Igualmente parece haber consenso general al respecto de la incidencia de mortalidad neonatal y en las primeras 24 horas, o durante el parto (stillbirth), que se ve significativamente elevada como consecuencia de la presencia del BVD en los rebaños (Gates et al., 2013).
El efecto de la infección fetal del virus del BVD depende, de nuevo, del tipo de virus, de la virulencia de la cepa y del momento de la gestación en que el animal gestante se infecta y sufre la viremia (Grooms, 2004). Realmente, depende de la capacidad inmunitaria del feto para hacer frente a la infección (Moening y Liess, 1995). Durante los primeros 18 días, mientras el embrión aún no se ha implantado, no hay infección fetal, ya que el virus no atraviesa la capa pelúcida (Moening y Liess, 1995). Durante los días 29 a 41, una vez que ya hay cotiledones en la placenta incipiente, una viremia de la madre gestante da lugar a muerte fetal directa (Carlsson et al., 1989; McGowan et al., 1984, y por lo tanto a menores tasas de gestación (Gahn et al., 1984).
La infección durante la ventana de tiempo entre el día 30 y el 90 de gestación es donde es más probable la generación de un ternero PI, porque éste no reacciona frente al virus, asumiéndolo como algo propio (Brownlie et al., 1998; Swasdipan et al., 2002). Si esto no ocurre, también pueden inducirse reabsorciones embrionarias, muerte fetal y abortos en estas fases (Kellig y Topliff, 2013).
La infección en fases centrales de gestación (días 80-150) da lugar a malformaciones congénitas variadas que afectan al sistema nervioso principalmente, pero también a otros sistemas orgánicos fetales. Dichas malformaciones incluyen hipoplasia cerebelar, microencefalia, hidrocefalia, hidranencefalia, porencefalia, formación de quistes cerebrales, hipomielinización, cataratas congénitas, microftalmia, degeneración retiniana, neuritis del par óptico, hipoplasia tímica, hipotricosis, osteogénesis imperfecta, artrogrifosis, braquignatia, desarrollo pulmonar fetal incompleto y crecimiento intrauterino retardado (Fulton, 2013 y Lanyon et al., 2013). Algunas de estas malformaciones son compatibles con terneros vivos con síntomas determinados. Por ejemplo, las malformaciones cerebelares, dan lugar a terneros típicamente atáxicos; es decir, con movimientos incoordinados y anormalmente descontrolados.

En estas fases de gestación, la infección de la madre gestante puede, igualmente, dar lugar a muerte fetal y aborto sin malformaciones (Done et al., 1980). Sin embargo, la clínica de los brotes puede variar dependiendo mucho de la cepa y del tipo del virus. Por ejemplo, Blanchard et al., (2010) han descrito un brote de BVD en una granja asociado fundamentalmente a abortos tardíos con malformaciones y partos prematuros.
Finalmente, una primoinfección durante el último tercio de gestación (días 150-180 de gestación) puede dar lugar al nacimiento de terneros seropositivos sanos (han seroconvertido y vencido la infección intrauterina; Hansen et al., 2010), o bien dar lugar a abortos, prematuros o mortinatos (Matsuno et al., 2007).

Efecto reproductivo en el toro
Se ha demostrado que la infección aguda en toros sexualmente activos da lugar a una reducción de la densidad y motilidad del semen y a un aumento de la tasa de espermatozoides anormales (Paton et al., 1993). En estudios in vitro se ha confirmado que las tasas de fertilización se ven significativamente reducidas cuando se incuba el semen con cepas no citopáticas de virus del BVD (Garousi y Mehrzad, 2011). Además, el virus del BVD puede persistir en el semen de un toro infectado durante una media de 2,75 años tras sufrir la infección (Givens et al., 2009) y, por último, también se ha comprobado que toros PI pueden presentar hipoplasia testicular como consecuencia de la replicación constante del virus en el tejido testicular (Borel et al., 2007).


Efecto general en la reproducción

Al igual que la repercusión económica en una explotación depende de varios factores, el efecto específico de la infección por virus del BVD en la eficiencia reproductiva de una explotación dependerá de distintos factores. En primera instancia depende del estado de infección inicial del rebaño (Heuer et al., 2007). Es decir, cuántos animales del rebaño presentan anticuerpos anti-BVD, si estos anticuerpos son posinfección natural o posvacunales, y cuándo han sufrido dicha infección o vacunación. Se puede obtener una idea indirecta del estado inmunitario de la explotación mediante un análisis de anticuerpos en leche de tanque, ya que tiene una relación directa (Bitsch y Rønsholt, 1995). Al considerarse la inmunidad provocada por las infecciones naturales de larga duración, en general, deberíamos esperar un efecto menor en aquéllas explotaciones que han sufrido infecciones activas y cuyos animales poseen anticuerpos en su mayor parte (alta prevalencia intrarrebaño) o en las explotaciones vacunadas.

Además, dependerá de la cantidad de animales que se infectan en el rebaño a partir de un PI o de infectados transitorios, lo que a su vez depende de las medidas de bioseguridad y biocontención dentro de la granja (lo que evita o contiene las transmisiones de gérmenes intrarrebaño). Es decir, si asumimos que los PI suelen ser animales jóvenes, la prevalencia intrarrebaño dependerá del contacto que tengan los distintos lotes productivos (de vacas adultas) con la recría y de los distintos lotes de novillas de distintas edades entre sí.
Por otro lado, el virus del BVD, además de tener dos especies reconocidas y distintos subgenotipos en cada una de ellas, presenta un gran abanico de cepas con distinta patogenicidad o virulencia, de manera que el efecto clínico y, por ende, económico, también dependerá de su virulencia, por lo que en general se pueden esperar peores consecuencias, más caras y persistentes en el tiempo cuanto mayor sea dicha patogenicidad.
Por lo tanto, con estas premisas se entiende la denuncia de numerosos casos en los que la infección del BVD ha dado lugar a una reducción de la eficiencia reproductiva clara y, sin embargo, de otros rebaños en los que no somos capaces de determinar que este efecto negativo sobre la reproducción por parte del virus del BVD existe, aun habiendo demostrado infección activa por BVD. O lo contrario: casos donde no somos capaces de concluir que una eficiencia reproductiva deficiente, demostrada en una granja y no atribuible a otras causas, sea debida a BVD.


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miércoles, 10 de diciembre de 2014

REPERCUSIÓN DE LA INFECCIÓN DEL VIRUS DE LA DIARREA VÍRICA BOVINA EN LA FUNCIÓN REPRODUCTIVA Susana Astiz Blanco. 2014

Repercusión de la infección del virus de la diarrea vírica bovina en la función reproductiva (I)

El ganado bovino es susceptible de infectarse con el virus en todas las edades.



Según la edad del animal infectado y su estado de gestación, la infección puede dar lugar a distintos síndromes.
Según la edad del animal infectado y su estado de gestación, la infección puede dar lugar a distintos síndromes
Susana Astiz Blanco
Dip. ECBHM
Dpto. de Reproducción Animal
Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA)

La enfermedad de la diarrea vírica bovina (BVD) desde su primera descripción en EE. UU. por Olafson y colaboradores, en 1946, ha pasado a ocupar un puesto muy relevante entre las patologías infecciosas bovinas, tanto por su alta prevalencia en América y en Europa (Houe, 1999), como por sus efectos clínicos (Gunn et al., 2005; Peterhans et al., 2010; Berends et al., 2008) y su repercusión económica negativa en los rebaños bovinos (Fourichon et al., 2005; Heuer et al., 2007).

Agente causal
El agente causal del BVD (VBVD), que es el mismo que el causante de otra enfermedad denominada enfermedad de las mucosas (que se observó por primera vez en Canadá), es un virus RNA, pestivirus, perteneciente a la familia Flaviviridae. Esta familia comprende oficialmente cuatro especies: BVD-1, BVD-2, virus de la peste porcina clásica (CSFV, en inglés) y el virus de la enfermedad de Border o BDV (Becher et al., 2003). Dentro de las especies se incluyen distintos subgenotipos. Además, en los últimos años se han aislado otros pestivirus suficientemente diferentes como para no incluirse dentro de ninguna de las cuatro especies anteriormente descritas que entran en un grupo de pestivirus sin clasificación, al menos por el momento (Neill, 2013). Ejemplos de estos virus son el “pestivirus de la jirafa”, “del antílope” o el “virus Bungowannah” aislado sólo en Australia de cerdos domésticos. Por último, encontramos otros pestivirus muy relacionados con el virus del BVD: virus HoBi, KaHo/cont y Kon-Kaen aislados de lotes de suero bovino procedente de Brasil, de cultivos celulares en Sudamérica y de un ternero en Tailandia, respectivamente (Neill, 2013). Por último, encontramos una cita de un pestivirus atípico, propuesto para la aceptación como nueva especie de BVD (sería BVD tipo 3) encontrado en Italia (Decaro et al., 2011), perteneciente precisamente al grupo de los virus HoBi.

En general, las infecciones por BVD tipo 2 son más virulentas que las de tipo 1 (Letellier et al., 2010), aunque hay citas descritas de virus del tipo 2 presente también en Europa, sin casos clínicos de gravedad (Barros et al., 2006; Sarrazin et al., 2013), o al contrario: casos muy graves de infección por BVD tipo 1.

Las diferentes especies de VBVD son genética y antigénicamente distintas, aunque comparten semejanzas, como que dentro de cada uno de ellos se diferencian dos biotipos según el comportamiento en cultivos celulares: BVD-virus citopáticos (cp) y no citopáticos (ncp). Hay que aclarar que el biotipo no se relaciona con la virulencia de la enfermedad que desarrollan. 

Signos clínicos y transmisión
Hoy se sabe también que la enfermedad de las mucosas es una enfermedad siempre mortal, resultado de una superinfección con una cepa citopática del virus del BVD sobre un animal persistentemente infectado (PI) por una cepa no citopática. También puede ocurrir que el virus ncp que infecta persistentemente a un PI mute, dé lugar a una cepa citopática y desencadene la enfermedad de las mucosas. Los PI están siempre infectados desde su vida fetal con cepas no-citopáticas del virus que han conseguido atravesar la placenta durante la gestación. En estas fases de gestación el feto aún no es inmunocompetente y no reconoce el virus como ajeno.

Los animales PI pueden presentar signos clínicos como diarrea intermitente, neumonía, elevada incidencia de infecciones varias, retraso en el crecimiento (Baker, 1995; Voges et al., 2006), etc., por lo que se sospecha de un malfuncionamiento del sistema inmunitario, quizás debido a una producción crónica de interferón. Sin embargo, la existencia de algunos PI normales, que incluso llegan a reproducirse, demuestra la inocuidad de algunas de estas infecciones persistentes. Además, debemos saber que una vaca PI siempre da lugar a un ternero PI (Meyling et al., 1990).

Lo que sí hacen todos los PI, independientemente de su origen, es eliminar virus al ambiente en altas cantidades y constituyen la principal fuente epidemiológica de la infección de BVD (Matsuno et al., 2007). Por esta razón, cualquier plan de control del BVD, ya sea regional, como de rebaño, debería incluir el intento de eliminar del mismo a todos los PI.

Transcurridos meses, incluso años, si no es eliminado antes, el animal PI desarrollará finalmente la enfermedad de las mucosas al sobreinfectarse (ya sea por infección externa o por mutación del propio virus) con una cepa citopática del virus del BVD. Esta enfermedad cursa con fiebre, disentería, lesiones en la mucosa oral e interdigital, así como úlceras en distintas partes de la mucosa digestiva y lesiones, especialmente en las placas de Peyer.

La existencia de algunos PI normales, que incluso llegan a reproducirse, demuestra la inocuidad de algunas de estas infecciones persistentes.


Por otro lado, se cree que un 60 % de los animales que viven en zonas endémicas de BVD no sometidas a programas de control tienen contacto con el virus durante su vida y se infectan “de manera transitoria” o “aguda” en algún momento de su vida. Se infectan de manera transitoria porque suelen acabar venciendo a la enfermedad, eliminando definitivamente el virus de sus organismos y adquiriendo inmunidad protectora, en principio de por vida (muestran anticuerpos anti-BVD durante toda su vida). Sin embargo, esta infección transitoria tiene consecuencias, en algunos casos muy graves para el animal y para el rendimiento económico de las explotaciones (Fourichon et al., 2005). Además, se ha demostrado que existen casos de infección crónica tras una infección transitoria de un animal, donde el virus se replica en zonas corporales “privilegiadas” que le permiten escapar de la respuesta inmunitaria y donde es capaz de mantenerse activo, a pesar de que el animal tenga anticuerpos funcionales frente al virus. Estas infecciones crónicas se han observado en el testículo de un toro joven del que se aisló el virus años después de la infección. También se ha observado replicación vírica prolongada en linfocitos circulantes, en tejido ovárico y en tejido nervioso (Givens y Marley, 2013).

A pesar de que hay que apuntar que la incidencia de este tipo de infecciones aunque posible es mínima, y su relevancia epidemiológica y clínica también, son infecciones que pueden tener mucha importancia en regiones o países en fases últimas de erradicación de la enfermedad, en donde formas atípicas o muy poco prevalentes de mantenimiento de la infección llegan a ser radicales para evitar rebrotes o reintroducciones de la misma.

Según la edad del animal infectado y su estado de gestación, la infección puede dar lugar a distintos síndromes. Puede cursar de manera subclínica (Peterhans et al., 2010), puede dar lugar a elevación de la incidencia de otras patologías frecuentes en las vacas, como neumonía y mastitis debido al efecto inmunosupresor que se le atribuye al virus (Berends et al., 2008). También se han descrito distintos síntomas de carácter reproductivo sufridos con mayor o menor intensidad (infertilidad, pérdidas embrionarias tempranas, abortos, etc.).

Diagnóstico del BVD en problemas reproductivos
Hay multitud de técnicas diagnósticas laboratoriales para determinar tanto el virus mismo (antígeno), como la reacción inmunitaria desarrollada en los animales que han sufrido la infección o que han sido vacunados (anticuerpos) (Lanyon et al., 2013).

Pero el diagnóstico basado en la sospecha clínica cuando estamos ante un caso de BVD es más complicado debido a la diversidad de síntomas y, sobre todo, a la variedad de intensidad de los mismos, como ya hemos comentado previamente, y por lo encontrado entre las evidencias científicas. Siempre que estemos ante brotes de abortos y/o terneros malformados debemos sospechar de ella. Igualmente, cuando hay un excesivo aumento de los nacidos muertos o muerte neonatal (primeras 24 horas) o elevada mortalidad neonatal en general (Gates et al., 2013).

En el caso de una eficiencia reproductiva deficiente (sin abortos/stillbirths, ni mortalidad neonatal) es mucho más complicado concluir que es debido al BVD. Si bien está demostrado que el virus es capaz de ello, y que hay evidencias científicas que lo ponen de manifiesto, hay casos de rebaños con PI detectados sin afección obvia en la reproducción. Como hemos comentado, depende mucho del tipo de virus, de la cepa y su virulencia, de la prevalencia intrarrebaño, de la biocontención y bioseguridad intrarrebaño y del estado inmunitario de la explotación. En cualquier caso, siempre debe ser una enfermedad que se debe incluir en los diagnósticos diferenciales que provocan escasa eficiencia reproductiva.

Si se pretende aclarar si una serie de problemas reproductivos ocurridos en la granja se deben a una infección por BVD aguda, también denominada transitoria, tenemos que ser capaces de detectar seroconversión en los animales (determinación seriada de anticuerpos en sangre, donde puede apreciarse ausencia de éstos en la primera muestra, presencia en la segunda, o bien que sean más escasos en la primera y mucho más abundantes en la segunda muestra). Otra opción es que seamos capaces de detectar los animales virémicos (determinamos el virus en sangre de animales afectados).

Las técnicas de RT-PCR nos permiten detectar el virus en sangre de los animales virémicos, ya que son técnicas muy sensibles. Sin embargo, para asegurarse de que se trata de una infección transitoria (y no un PI) se debería repetir dicho análisis al menos 19 días después, y esta segunda muestra sería ya negativa al antígeno si efectivamente era una infección transitoria o aguda (Meyling et al., 1990). Por otro lado, un animal que sufre infección aguda de BVD se hace seropositivo (es decir, presentará anticuerpos en sangre) aproximadamente 2-3 semanas tras la infección. De esta manera, si se determinan anticuerpos tres semanas tras tomar la muestra positiva a antígeno, también se demostraría que se trata de una infección aguda de BVD.

En el caso de abortos, con o sin malformaciones, la detección del virus en tejidos fetales es evidencia de infección fetal, así como la presencia del virus en fluidos fetales (Njaa et al., 2000). La seroconversión de la madre abortada en un espacio de 4-6 semanas también indica infección. Sin embargo, las vacas que abortan un ternero PI pueden sufrir una bajada de anticuerpos e interpretarse como que no hay seroconversión (Brownlie et al., 1984), y por tanto llegar a conclusiones erróneas.

En general, la interpretación exclusiva de los anticuerpos de un rebaño, incluso en muestras pareadas, suele ser difícil. Además, hay que tener en cuenta el historial de vacunaciones (que también dan lugar a anticuerpos, lo que complica la interpretación). Sin embargo, el hallazgo del virus siempre es indicativo de infección activa de BVD.