lunes, 31 de mayo de 2021

VIRUS CON ADN EXTRATERRESTRE. María teresa Tejedor Junco Universidad de Las Palmas de Gran Canaria 2021

 


Virus con ADN “extraterrestre”

María Teresa Tejedor Junco

Profesora Titular de Microbiología, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

 

El lenguaje de la vida se escribe con un código de cuatro letras: A, G, C y T. Son las abreviaturas de adenina, guanina, citosina y timina, las bases nitrogenadas que se encuentran en la mayoría de los genomas. En la doble hélice de ADN se aparean las bases, G con C y A con T. El ADN almacena la información, que posteriormente es transcrita a ARN mensajero y este se traduce a proteínas. Este esquema de flujo de la información genética fue denominado por Crick como “dogma central de la biología molecular”.

La Biología no es una ciencia exacta

Como el propio Crick reconocía, emplear el término “dogma” no fue una buena idea. Un dogma es una idea que no se puede cuestionar. Pero en biología parece que siempre se puede encontrar una excepción a las reglas generales: desde mamíferos que ponen huevos a células eucariotas sin mitocondrias. En el caso del “dogma central de la biología molecular”, poco a poco fueron describiéndose excepciones. Casi todas ellas en microorganismos.

Una de las principales fue la descripción de los Retrovirus, cuyo genoma no es ADN sino ARN. Poseen una enzima, la transcriptasa inversa, que copia ese ARN a ADN, cambiando así el sentido del flujo de información genética. Muchos virus tienen genomas de ARN, lo que añadiría una nueva letra (U = uracilo) al alfabeto genético, pero siempre son cuatro, ya que U reemplaza a T.

También se describen los viroides y los priones. Los primeros, son simples moléculas de ARN. Los priones, carecen de ácidos nucleicos y son proteínas capaces de replicarse.

Nuevas letras en el alfabeto genético

La biología sintética se enfoca a la síntesis de nuevas biomoléculas y a la ingeniería de sistemas biológicos para dotarlos de funciones nuevas que no se encuentran en la Naturaleza. Uno de los campos de investigación es la expansión del código genético, a fin de obtener proteínas con características novedosas.

Incorporar nuevas bases al ADN no es una tarea sencilla. La estructura de la doble hélice no debe alterarse, y las enzimas que desarrollan diversas tareas deben reconocer a las nuevas moléculas, a fin de que el flujo de información, desde genes hasta las proteínas, siga funcionando.

Un equipo de investigadores consiguió crear un ADN que utiliza ocho bases diferentes, en vez de cuatro. Inicialmente no se podía considerar un nuevo alfabeto genético, ya que no se traducía a nuevos aminoácidos. Pero se transcribe a un ARN que es capaz de reconocer y “pegarse” a las células cancerígenas, lo que se podría aplicar a nuevas técnicas de diagnóstico.

En 1977, científicos rusos describieron un bacteriófago (virus que infecta a las bacterias) que, en lugar de adenina, tenía en todos los casos 2-aminoadenina (abreviada como Z). Ahora bien, a diferencia del ADN sintético, las bases siguen siendo cuatro. Parece que la naturaleza se había adelantado a las ideas de los investigadores, creando virus con un “alfabeto” genético alternativo.

En ese ADN, Z se une a T por 3 enlaces de puente de hidrógeno, en vez de por los dos que forman la unión entre T y A. El ADN resultante es más estable frente al calor y a otros factores ambientales.

Z, la 2-aminoadenina, es un compuesto que se encuentra en la naturaleza, proveniente de restos de meteoritos. Nunca se había descrito como parte de un organismo. Debido a eso, empezaron a llamar a este ADN, “ADN extraterrestre”.

Varios grupos de investigadores comenzaron a analizar bases de datos, buscando otros fagos que pudieran tener las mismas características, y encontraron bastantes casos. Durante décadas nadie había conseguido averiguar cómo sucedía esto y la importancia que podría tener.

¿Cómo se sintetiza ese ADN diferente, si Z no existe en las bacterias?

Tres trabajos publicados en 2021 en la revista Science y en Nature Communications explican este proceso.

Podemos leer un estupendo artículo de la doctora Gemma Marfany y ver el vídeo explicativo del doctor Lluis Montoliu, que resumen los aspectos más importantes relacionados con este tema. Lluís Montoliu explica el nuevo nucleótido Z encontrado en el ADN de algunos virus de bacterias.

Estos fagos codifican en su genoma enzimas que retiran la adenina del ADN y la sustituyen por Z. También codifican enzimas que pueden sintetizar Z a partir de precursores existentes en las bacterias.

Como indica la doctora Zhao, investigadora principal de uno de los grupos que trabajan en este tema, todavía no está del todo claro cómo se produce la síntesis del ADN con esta nueva base en las bacterias, ni como interactúan todas las enzimas implicadas en la replicación y transcripción del ADN, con esta nueva molécula.

Beneficios para los virus que usan Z

Los fagos son virus que infectan bacterias. Las bacterias poseen mecanismos que les permiten luchar contra estas infecciones, ya que pueden reconocer el ADN del fago y degradarlo.

Pero las defensas de las bacterias no pueden reconocer a este nuevo ADN, por lo que el fago puede escapar de ellas. Esto también podría suponer una ventaja en los tratamientos por fagoterapia, ya que la bacteria causante de la infección no podría destruir los fagos usados como tratamiento.

Al ser un ADN más estable, permite la persistencia del virus en condiciones adversas, ampliando el rango de hospedadores que puede colonizar.

Aplicaciones de este nuevo ADN

Actualmente se investigan numerosas aplicaciones de biología sintética para las que este nuevo ADN sería muy útil, dada su mayor estabilidad. Por ejemplo, contribuiría a mejorar el almacenamiento de datos en ADN. También sería aplicable a las técnicas que utilizan papiroflexia de ADN para la administración dirigida de medicamentos.

Por ahora no se han descubierto organismos celulares que posean Z en su ADN, pero se trabaja en dicha posibilidad, intentando incorporarla en E. coli y que la célula siga siendo funcional.

¿Qué implicaciones tiene?

El descubrimiento de estos virus con un código genético diferente no solo tiene aplicaciones desde el punto de vista de la biología sintética. Nos plantea también numerosos interrogantes sobre el origen de la vida en la Tierra y sobre la posibilidad de vida en otros planetas.

Es discutible si los fagos que contienen Z en su ADN son nuevas formas de vida, ya que incluso se discute si los virus son seres vivos o no. Pero está claro que esta nueva codificación genética, que permite la síntesis de proteínas funcionales, influirá en la búsqueda de vida en otros planetas. No solo habrá que buscar este nuevo compuesto sino que también, dado que este nuevo ADN tolera condiciones ambientales más extremas que las convencionales, se amplían las opciones de búsqueda.


Virus y sus enigmas

Mariano Esteban y su equipo del Esteban Lab (CNB, CSIC)

Nada menos que 700 000 vidas cada año se cobra el virus del SIDA y alrededor de 400 000 el de la hepatitis C. Las fiebres hemorrágicas causadas por virus como el Ébola han causado unas 20 000 muertes desde su aparición. El virus de la viruela acabó con la vida de cientos de millones de personas hasta que se erradicó en el año 1980. Síndromes respiratorios como el que genera el virus de la gripe provocan alrededor de 650 000 fallecimientos cada año. Y los coronavirus, ahora en boca de todos, están detrás de miles de muertes si juntamos los casos de SARS, MERS y el nuevo 2019-nCoV. ¿Por qué en pleno siglo XXI cuesta tanto pararles los pies?

Los virus dominan la Tierra

Los virus son microorganismos mucho más pequeños que las bacterias, visibles solo bajo el microscopio electrónico. Se componen básicamente de material genético en forma de ácido ribonucleico (ARN) o desoxirribonucleico (ADN), junto con proteínas y, en algunos casos, envolturas lípídicas. Tienen la particularidad de que necesitan de un hospedador para mutiplicarse (célula animal, planta, hongo, bacteria o arquea). Por eso surgieron en nuestro planeta coincidiendo con la aparición de los seres vivos. Y a los humanos nos han acompañado desde los orígenes de la especie.

Solo en los océanos hay aproximadamente 10³⁰ virus, que puestos en fila alcanzarían las galaxias próximas a nuestro planeta. Estos virus acuáticos juegan un papel muy importante en los procesos respiratorios de la naturaleza, ya que absorben la mitad del oxígeno que entra en nuestros pulmones.

Según el mapa global de los virus del planeta (viroma, en la jerga científica), el total de virus de la Tierra se estima en unos 2 millones de especies distintas. Es decir, que estamos ante el grupo más numeroso y diverso de los seres vivos.

Difíciles de cultivar

Gracias a la investigación científica (I+D) y a la inversión de los países más desarrollados, en los últimos tiempos hemos avanzado en conocer al virus. Empezamos a entender cómo es capaz de penetrar en la célula hospedadora, a descifrar los mecanismos que utiliza para producir más copias de su material genético, para apoderarse de la maquinaria celular, para producir miles de partículas virales por célula, y luego salir e infectar a las células vecinas para propagarse y multiplicarse en el organismo invadido.

Todo este conocimiento debería permitir establecer procedimientos de control de los virus, además de generar antivirales, anticuerpos y vacunas. Pero los científicos se encuentran aquí con un escollo importante. Cuesta encontrar sistemas para hacer crecer a los virus en el laboratorio. Para hacernos una idea, actualmente solo tenemos métodos de crecimiento en cultivos celulares para el 1% de los virus conocidos. Una pega importante.

El “don de la ubicuidad” de los virus

Vivimos en un mundo poblado por 7 700 millones de personas, en continuo crecimiento demográfico, donde el flujo de individuos, animales y mercancías entre países y continentes es enorme. El viento sopla a favor de los virus, que ahora más que nunca pueden propagarse de manera rápida en la población.

No hay que irse muy lejos para entender de qué hablamos. El virus estacional de la gripe se distribuye por todos los continentes transportado por la migración de las aves. Pero es que, para colmo, virus que se mantenían confinados en poblaciones y continentes han salido de sus nichos, proliferando y causando epidemias y pandemias al cruzar las barreras de sus hábitat naturales. Es el caso del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), que pasó de infectar monos a propagarse entre los humanos. Y luego se extendió rápidamente por la movilidad de las personas infectadas portadoras del virus.

Desde su aparición en 1981, el VIH ha infectado a unos 78 millones de personas con unos 32 millones de fallecimientos. Conocemos la biología molecular de este virus como nunca antes en toda la historia de agentes patógenos. Hemos desarrollado más de 30 fármacos capaces de bloquear distintos estadios de la replicación viral y convertir la infección en crónica. Y pese a todo, aún no disponemos de una vacuna profiláctica y terapéutica capaz de prevenir o eliminar la infección en las personas infectadas.

 

Vacuna frente al VIH en cuyo desarrollo ha participado Mariano Esteban.

Por suerte hay esperanza. Nuestro laboratorio participa en un programa mundial apoyado por la Fundación Bill y Melinda Gates, la Unión Europea y el Plan Nacional de I+D, y hemos desarrollado candidatos vacunales contra el VIH que se han ensayado en personas sanas y en infectados con resultados prometedores. Estamos trabajando en [protocolos de vacunación] por combinación de vacunas que puedan inducir un alto porcentaje en el control de la infección por el VIH.

Las vacunas contra los virus salvan vidas

Las vacunas son el procedimiento más eficaz del que disponemos a nivel sanitario para controlar procesos infecciosos. Básicamente, se componen en general de un extracto del patógeno inactivado, atenuado, que al administrarse a un organismo por distintas vías (escarificación, subcutánea, intradérmica, intramuscular o intranasal) produce en 10 días una respuesta inmunológica. Así de simple.

Las vacunas se utilizan mayoritariamente con carácter profiláctico. Solo entre 2001 y 2020, las vacunas habrán salvado unos 20 millones de vidas, prevenido unos 500 millones de casos de enfermedad y ahorrado en torno a 350 000 millones de dólares. Actualmente se vacuna frente enfermedades como difteria, tétanos, polio, sarampión, paperas, rubeola, tosferina, hepatitis B, bacilo de Pfeiffer, neumococo y meningococo C. Sin embargo, hay otras enfermedades con gran mortandad para las que aún no hay vacunas aprobadas.

 

El coronavirus 2019-nCoV no tiene precedentes

Existe una gran preocupación a nivel global por la aparición de nuevas enfermedades emergentes y otras re-emergentes producidas por virus. Ahí tenemos el caso de la reciente aparición el mes de diciembre de 2019 en China de un coronavirus aún sin clasificar (2019-nCoV), que está produciendo el mayor acopio mundial de recursos humanos y estratégicos para contener la extensión del virus. A 30 de enero de 2020, el virus se ha llevado por delante a 170 personas, y ha infectado a 7 700. Las autoridades chinas han activado un cinturón de control de la población que afecta a unos 60 millones de personas, con restricción de movilidad y de operatividad en todos los transportes.

Este hito, jamás conocido en la historia de la humanidad por su magnitud, ni siquiera en los casos de la peste o la viruela con millones de muertes, refleja la crudeza con la que nos enfrentamos ante virus emergentes mortales. Todo parece poco para intentar evitar su propagación. Y para, a nivel científico, avanzar lo más rápido posible en el conocimiento de la biología del virus y establecer pautas de control con antivirales, anticuerpos y vacunas.

 Mariano Esteban y su equipo del Esteban Lab (CNB, CSIC)

En el Centro Nacional de Biotecnologia (CNB-CSIC), el grupo del doctor Luis Enjuanes y el mío trabajamos en pro de una vacuna contra el coronavirus 2019-nCoV. También hemos generado candidatos vacunales contra Ébola, el Zika y el Chikungunya que inducen alta protección frente a los distintos virus. Sin lugar a dudas se hace necesario conseguir cuanto antes antivirales y terapias basadas en anticuerpos para parar la infección por el coronavirus 2019-nCoV en personas ya infectadas.

También es necesario evitar la propagación del virus mediante vacunas preventivas, aplicables a personal sanitario y a todos aquellos con riesgo de infección por contacto previo con personas infectadas. De momento no disponemos de ninguno de estos procedimientos de control de la infección, pero auguro que se avanzará con prontitud. Es responsabilidad de todos aunar esfuerzos y poner remedio frente a un nuevo patógeno que tantos estragos personales y económicos está causando en la población china y a nivel global.

Está claro que la estrategia adoptada en China servirá como referente de futuras planificaciones ante la aparición de nuevos virus altamente patogénicos para los seres humanos. Le corresponde a la Organización Mundial de la Salud (OMS), que finalmente ha decidido declarar la emergencia internacional por el brote del coronavirus de Wuhan, establecer los protocolos de control de procesos infecciosos globales, como viene haciendo regularmente.


No cabe duda de que, en los últimos meses, todo lo relacionado con los virus ha cobrado una actualidad sin precedentes. Términos como IgG, IgM, PCR, antígenos o inmunidad celular, que antes estaban reservados casi exclusivamente a los foros científicos, ahora son de uso común en nuestras conversaciones. Creemos que estamos viviendo un momento histórico. Pero una breve mirada al pasado cercano nos muestra que esta situación no es extraordinaria.

Todavía hay 37 millones de personas en el mundo que están infectadas por el virus del SIDA; en África continúa habiendo brotes de Ébola; y virus que antes creíamos propios de lugares remotos, como el del dengue, el Zika o el Chikungunya, ahora pueden propagarse cerca nuestro.

Si miramos al futuro, la situación tampoco es tranquilizadora. Nuestro mundo hiperconectado y densamente poblado favorece extraordinariamente la propagación de los virus. Además, cada vez estamos dejando menos sitio libre para la fauna salvaje, con las consecuencias que eso tiene en la exposición a nuevos patógenos.

Así las cosas, no es extraño que la visión más extendida de los virus sea la de meros agentes causantes de enfermedades. Pero los virus son mucho más que eso. Han acompañado a la vida desde sus orígenes y han contribuido a moldearla, hasta el punto de que podemos afirmar que la biosfera que existe actualmente no sería como es si no fuera por su interacción con los virus.

¿Cómo surgieron los virus?

Hay varias hipótesis para explicar el origen de los virus. La más aceptada defiende que son descendientes directos del conjunto de replicadores primitivos. Esto es, de las moléculas con información genética transmisible mediante un proceso de copia que poblaron la Tierra antes de la aparición de la vida celular.

Existe amplio consenso entre los científicos en que esos primeros replicadores eran moléculas de ARN capaces de catalizar algunas reacciones simples. Su reunión en compartimentos, posiblemente de origen inorgánico, facilitó la cooperación entre ellos, al mismo tiempo que surgían parásitos genéticos. Esta distinción entre elementos cooperadores y parásitos es la que posteriormente daría lugar a la aparición del mundo viral y el mundo celular, tal y como los conocemos ahora.

La existencia de virus que almacenan su información genética en genomas de ARN, a diferencia de las células que siempre la almacenan en el ADN, parece ser una prueba de esta hipótesis ancestral de los virus. El hecho de que algunos virus posean una actividad que es capaz de transformar el ARN en ADN también se considera una prueba de su antigüedad y su posible papel en transiciones evolutivas relevantes.

Otra alternativa para el origen de los virus es la hipótesis regresiva, que defiende que son productos de la degeneración de células ancestrales que perdieron su autonomía y evolucionaron hacia una forma parásita.

 Y tenemos también la hipótesis de escape, que afirma que los virus proceden de genes celulares que adquirieron las capacidades de replicación autónoma –fuera del contexto del resto del genoma– e infectividad.

Sea cual sea su origen, lo cierto es que los virus han coevolucionado con la vida y han contribuido a la emergencia de innovaciones, hasta el punto de ser considerados el motor evolutivo más importante que existe en la naturaleza.

Los virus como presión selectiva

Una presión selectiva no es más que algo que limita la supervivencia de una población y que, por tanto, favorece a los individuos que mejor resisten esa circunstancia concreta.

En el caso de las bacterias, la infección por sus virus característicos, los bacteriófagos, otorga una ventaja a aquellas que poseen algún mecanismo de defensa. Por ejemplo, la existencia de un receptor con el que el virus no puede interaccionar. O la presencia de endonucleasas de restricción y el sistema CRISPR que degradan el material genético viral impidiendo su multiplicación.

A su vez, que existan estas bacterias resistentes supone una presión selectiva sobre la población viral, que favorece a los virus que resistan mejor los mecanismos de defensa bacterianos. Cuando estos ciclos se repiten en el tiempo, se produce una evolución concertada entre el patógeno y el hospedador, de modo que se acelera la evolución de ambos.

En el caso de los virus que infectan animales ocurre un esquema similar que, entre otras cosas, ha conducido a la aparición del sistema inmune adaptativo de los vertebrados. Por su parte, las poblaciones virales, muchas veces reducen su virulencia con el tiempo. Es decir, los virus se hacen menos agresivos para así poder permanecer más tiempo multiplicándose en su hospedador. En estos casos se puede llegar a una coexistencia pacífica entre ambos, generándose los denominados reservorios virales, especies animales que son portadoras de virus sin presentar síntomas de enfermedad.

Cuando, por alguna circunstancia, uno de estos virus salta a la población humana, puede surgir una nueva enfermedad para nuestra especie. Esto es lo que ha sucedido con la COVID-19, con el SIDA y con las nuevas cepas del virus de la gripe. A corto plazo, la introducción de estos nuevos virus va a ser muy negativa. Pero a largo plazo, son estas situaciones las que nos van moldeando. Y al final, como dice el refrán, lo que no nos mata nos hace más fuertes.

Los virus como generadores de diversidad genética

Los virus son grandes inventores de genes. Esto se debe a que, cuando copian sus genomas, producen muchas mutaciones que se transmiten a su progenie. Además, algunos genomas virales tienen cierta propensión a mezclarse entre ellos, lo que puede dar lugar a cambios muchos más drásticos que las mutaciones puntuales.

Muchos virus tienen la capacidad de integrar su genoma en el genoma del hospedador, multiplicándose al mismo tiempo que él y transmitiéndose así a la descendencia. Así es como muchos genes virales pueden pasar al mundo celular.

 

Sin ir más lejos, muchos genomas de bacteriófagos, integrados en genomas bacterianos, aportan a las bacterias capacidades tan interesantes como la de resistir la acción de los antibióticos o la producción de toxinas que les dan una ventaja frente a otras bacterias competidoras.

A veces, el genoma del bacteriófago se separa del genoma celular. En ese proceso, se lleva parte del material genético del hospedador, que ahora podrá ser transmitido a otra bacteria. Los virus, por tanto, constituyen un potente mecanismo de transferencia génica horizontal que permite que las innovaciones evolutivas que surgen en una especie sean compartidas por toda la comunidad.

Los genomas de vertebrados también poseen una buena parte de ADN de origen viral. En el caso del ser humano esto puede suponer hasta un 10% del genoma. Y no es ADN basura, sino que realiza importantes funciones. A veces contribuyendo a regular la expresión génica (los genes que se expresan en cada tipo celular en cada momento) y otras haciendo que emerjan nuevas funciones.

La lista de funciones, actividades y procesos celulares que han surgido o han sido modificados gracias a la acción de los virus es mucho más larga que lo que se puede describir en este artículo. El mensaje que se deriva de todo esto es que, en buena medida, somos el resultado de la interacción con los virus que nos han afectado a lo largo de nuestra historia. Algo que, a corto plazo, nos puede causar problemas, pero que, a lo largo de la evolución, ha contribuido a hacernos humanos.

Los virus cambian mutan.

En estas últimas semanas estamos asistiendo con alarma a la expansión, a escala casi mundial, de un virus hasta ahora desconocido, el denominado SARS-CoV-2. Este virus produce una enfermedad respiratoria, COVID-19, que, en aproximadamente el 20% de los casos, precisa hospitalización. Hay muchas cuestiones abiertas sobre cómo será la progresión de COVID-19. Una de las más inquietantes es si podría mutar hacia una forma más agresiva que aumentase la frecuencia del número de casos que cursan con síntomas graves.

Los virus están siempre mutando

Todos los virus poseen un genoma que contiene las instrucciones para multiplicarse y dar lugar a nuevos virus. El genoma viral, además, cuenta con información sobre las características particulares de cada virus, entre ellas algunas tan importantes como las especies que puede infectar, su modo de transmisión o su interacción con los mecanismos de defensa celulares. Durante la copia de los genomas virales siempre se producen algunos errores denominados mutaciones, impulsoras de los cambios que a veces ocurren en el comportamiento de los virus.

En el mundo celular, la información genética se almacena siempre en el ADN. Sin embargo, en el mundo viral también puede hacerlo en otra molécula, que es el ARN. Resulta inquietante que muchos de los virus más difíciles de controlar contengan genomas de ARN: el virus de la gripe, el virus de la inmunodeficiencia humana, el Ébola, los coronavirus causantes de síndromes respiratorios graves como el SARS, el MERS o COVID-19…

Las implicaciones de tener un genoma de ARN

Una diferencia importante entre la copia de los genomas de ADN y los de ARN es que solo existen mecanismos de corrección de errores en el primer caso. La ausencia de mecanismos similares en la mayoría de los virus de ARN implica que su tasa de mutación es muy elevada, del orden de 10⁻⁴ a 10⁻⁵ errores por nucleótido copiado.

Eso supone que, en un virus con un genoma de 10 000 nucleótidos (un tamaño común en este tipo de virus), puede llegar a producirse una mutación por cada vez que el genoma es copiado. Como resultado, las poblaciones virales son conjuntos heterogéneos de mutantes distribuidos con distintas frecuencias. Muchos de esos mutantes apenas se diferenciarán del virus original y otros, incluso, podrían funcionar peor. Pero si el número de virus en una persona infectada es lo suficientemente grande, siempre podrá surgir algún mutante que aporte alguna ventaja. Cuando eso sucede, el mutante se ve favorecido y comienza a estar cada vez más representado en la población. Es ni más ni menos que la selección natural actuando.

Algunos coronavirus, entre ellos los causantes del SARS, MERS o Covid-19, tienen genomas de unos 30 000 nucleótidos, mayores que los genomas típicos de los virus de ARN. Diversos estudios indican que estos virus poseen una actividad correctora de errores, lo que reduciría el número de mutaciones. Aunque no hay valoraciones precisas, se estima que su tasa de error puede ser entre quince y veinte veces más baja que la de los virus de ARN “típicos” sin actividades correctoras.

 Es probable que las mutaciones reduzcan el impacto futuro del virus

Algunas de las mutaciones beneficiosas para los virus pueden hacer que estos no sean reconocidos por los anticuerpos producidos por el sistema inmune en infecciones previas, que resistan la acción de los antivirales o que sean capaces de infectar nuevas especies.

Actualmente se cree que el SARS-Cov2 tiene su origen en un virus de murciélagos que pasó a nuestra especie a través de un animal intermediario, en el que probablemente surgieron los mutantes capaces de interaccionar con los receptores de las células humanas. Los contactos con ese animal facilitaron la entrada del virus en nuestra especie, y así comenzó la epidemia de COVID-19.

¿Y cómo será la evolución posterior del virus? Lo más probable es que inicialmente la selección natural favorezca a los mutantes para que se multipliquen y transmitan mejor en nuestra especie. Pero eso no es necesariamente negativo para nosotros. Un escenario probable es que en ese proceso de mutación y selección acaben imponiéndose los mutantes menos agresivos, los cuales, al ser menos letales, podrán replicarse más tiempo en nuestras células sin necesidad de tener que buscar un nuevo individuo que infectar.

Este proceso de atenuación de la virulencia, acompañado del aumento de la inmunidad existente en la población, probablemente reducirá el impacto futuro del virus. Algo así es lo que sucede con los nuevos virus de la gripe que se introducen en la población humana. Al cabo del tiempo son menos dañinos y se transforman en lo que denominamos la gripe estacional. Que si bien no es una enfermedad a despreciar resulta que, tomando las medidas adecuadas, puede resolverse sin grandes problemas.

¿Sucederá algo similar con el nuevo coronavirus? Algunos estudios sugieren que ya se están seleccionando las variantes menos virulentas, pero aún es pronto para poderlo afirmar con certeza. Las medidas de contención que se están empleando, con millones de personas en cuarentena, no tienen precedentes en la historia y probablemente están ejerciendo una gran presión selectiva sobre el virus.

Lo deseable es que se consiga su total erradicación de nuestra especie. Pero, si eso no llega ocurrir, habrá que estar muy atentos a su evolución, algo esencial también para determinar la efectividad de las vacunas y otros posibles tratamientos.