Virus con ADN “extraterrestre”
María Teresa Tejedor Junco
Profesora Titular de Microbiología, Universidad de Las
Palmas de Gran Canaria
El lenguaje de la vida se escribe con un código de cuatro
letras: A, G, C y T. Son las abreviaturas de adenina, guanina, citosina y
timina, las bases nitrogenadas que se encuentran en la mayoría de los genomas.
En la doble hélice de ADN se aparean las bases, G con C y A con T. El ADN
almacena la información, que posteriormente es transcrita a ARN mensajero y
este se traduce a proteínas. Este esquema de flujo de la información genética
fue denominado por Crick como “dogma central de la biología molecular”.
La Biología no es una ciencia exacta
Como el propio Crick reconocía, emplear el término “dogma”
no fue una buena idea. Un dogma es una idea que no se puede cuestionar. Pero en
biología parece que siempre se puede encontrar una excepción a las reglas
generales: desde mamíferos que ponen huevos a células eucariotas sin
mitocondrias. En el caso del “dogma central de la biología molecular”, poco a
poco fueron describiéndose excepciones. Casi todas ellas en microorganismos.
Una de las principales fue la descripción de los Retrovirus,
cuyo genoma no es ADN sino ARN. Poseen una enzima, la transcriptasa inversa,
que copia ese ARN a ADN, cambiando así el sentido del flujo de información
genética. Muchos virus tienen genomas de ARN, lo que añadiría una nueva letra
(U = uracilo) al alfabeto genético, pero siempre son cuatro, ya que U reemplaza
a T.
También se describen los viroides y los priones. Los
primeros, son simples moléculas de ARN. Los priones, carecen de ácidos
nucleicos y son proteínas capaces de replicarse.
Nuevas letras en el alfabeto genético
La biología sintética se enfoca a la síntesis de nuevas biomoléculas
y a la ingeniería de sistemas biológicos para dotarlos de funciones nuevas que
no se encuentran en la Naturaleza. Uno de los campos de investigación es la
expansión del código genético, a fin de obtener proteínas con características
novedosas.
Incorporar nuevas bases al ADN no es una tarea sencilla. La
estructura de la doble hélice no debe alterarse, y las enzimas que desarrollan
diversas tareas deben reconocer a las nuevas moléculas, a fin de que el flujo
de información, desde genes hasta las proteínas, siga funcionando.
Un equipo de investigadores consiguió crear un ADN que
utiliza ocho bases diferentes, en vez de cuatro. Inicialmente no se podía
considerar un nuevo alfabeto genético, ya que no se traducía a nuevos
aminoácidos. Pero se transcribe a un ARN que es capaz de reconocer y “pegarse”
a las células cancerígenas, lo que se podría aplicar a nuevas técnicas de
diagnóstico.
En 1977, científicos rusos describieron un bacteriófago
(virus que infecta a las bacterias) que, en lugar de adenina, tenía en todos
los casos 2-aminoadenina (abreviada como Z). Ahora bien, a diferencia del ADN
sintético, las bases siguen siendo cuatro. Parece que la naturaleza se había
adelantado a las ideas de los investigadores, creando virus con un “alfabeto”
genético alternativo.
En ese ADN, Z se une a T por 3 enlaces de puente de
hidrógeno, en vez de por los dos que forman la unión entre T y A. El ADN
resultante es más estable frente al calor y a otros factores ambientales.
Z, la 2-aminoadenina, es un compuesto que se encuentra en la
naturaleza, proveniente de restos de meteoritos. Nunca se había descrito como
parte de un organismo. Debido a eso, empezaron a llamar a este ADN, “ADN
extraterrestre”.
Varios grupos de investigadores comenzaron a analizar bases
de datos, buscando otros fagos que pudieran tener las mismas características, y
encontraron bastantes casos. Durante décadas nadie había conseguido averiguar
cómo sucedía esto y la importancia que podría tener.
¿Cómo se sintetiza ese ADN diferente, si Z no existe en las
bacterias?
Tres trabajos publicados en 2021 en la revista Science y en
Nature Communications explican este proceso.
Podemos leer un estupendo artículo de la doctora Gemma
Marfany y ver el vídeo explicativo del doctor Lluis Montoliu, que resumen los
aspectos más importantes relacionados con este tema. Lluís Montoliu explica el
nuevo nucleótido Z encontrado en el ADN de algunos virus de bacterias.
Estos fagos codifican en su genoma enzimas que retiran la
adenina del ADN y la sustituyen por Z. También codifican enzimas que pueden
sintetizar Z a partir de precursores existentes en las bacterias.
Como indica la doctora Zhao, investigadora principal de uno
de los grupos que trabajan en este tema, todavía no está del todo claro cómo se
produce la síntesis del ADN con esta nueva base en las bacterias, ni como
interactúan todas las enzimas implicadas en la replicación y transcripción del
ADN, con esta nueva molécula.
Beneficios para los virus que usan Z
Los fagos son virus que infectan bacterias. Las bacterias
poseen mecanismos que les permiten luchar contra estas infecciones, ya que
pueden reconocer el ADN del fago y degradarlo.
Pero las defensas de las bacterias no pueden reconocer a
este nuevo ADN, por lo que el fago puede escapar de ellas. Esto también podría
suponer una ventaja en los tratamientos por fagoterapia, ya que la bacteria
causante de la infección no podría destruir los fagos usados como tratamiento.
Al ser un ADN más estable, permite la persistencia del virus
en condiciones adversas, ampliando el rango de hospedadores que puede
colonizar.
Aplicaciones de este nuevo ADN
Actualmente se investigan numerosas aplicaciones de biología
sintética para las que este nuevo ADN sería muy útil, dada su mayor
estabilidad. Por ejemplo, contribuiría a mejorar el almacenamiento de datos en
ADN. También sería aplicable a las técnicas que utilizan papiroflexia de ADN
para la administración dirigida de medicamentos.
Por ahora no se han descubierto organismos celulares que
posean Z en su ADN, pero se trabaja en dicha posibilidad, intentando
incorporarla en E. coli y que la célula siga siendo funcional.
¿Qué implicaciones tiene?
El descubrimiento de estos virus con un código genético
diferente no solo tiene aplicaciones desde el punto de vista de la biología sintética.
Nos plantea también numerosos interrogantes sobre el origen de la vida en la
Tierra y sobre la posibilidad de vida en otros planetas.
Es discutible si los fagos que contienen Z en su ADN son
nuevas formas de vida, ya que incluso se discute si los virus son seres vivos o
no. Pero está claro que esta nueva codificación genética, que permite la
síntesis de proteínas funcionales, influirá en la búsqueda de vida en otros
planetas. No solo habrá que buscar este nuevo compuesto sino que también, dado que
este nuevo ADN tolera condiciones ambientales más extremas que las
convencionales, se amplían las opciones de búsqueda.
Virus y sus enigmas
Mariano Esteban y su equipo del Esteban Lab (CNB, CSIC)
Nada menos que 700 000 vidas cada año se cobra el virus del
SIDA y alrededor de 400 000 el de la hepatitis C. Las fiebres hemorrágicas
causadas por virus como el Ébola han causado unas 20 000 muertes desde su
aparición. El virus de la viruela acabó con la vida de cientos de millones de
personas hasta que se erradicó en el año 1980. Síndromes respiratorios como el
que genera el virus de la gripe provocan alrededor de 650 000 fallecimientos
cada año. Y los coronavirus, ahora en boca de todos, están detrás de miles de
muertes si juntamos los casos de SARS, MERS y el nuevo 2019-nCoV. ¿Por qué en
pleno siglo XXI cuesta tanto pararles los pies?
Los virus dominan la Tierra
Los virus son microorganismos mucho más pequeños que las
bacterias, visibles solo bajo el microscopio electrónico. Se componen
básicamente de material genético en forma de ácido ribonucleico (ARN) o
desoxirribonucleico (ADN), junto con proteínas y, en algunos casos, envolturas
lípídicas. Tienen la particularidad de que necesitan de un hospedador para
mutiplicarse (célula animal, planta, hongo, bacteria o arquea). Por eso
surgieron en nuestro planeta coincidiendo con la aparición de los seres vivos.
Y a los humanos nos han acompañado desde los orígenes de la especie.
Solo en los océanos hay aproximadamente 10³⁰ virus, que
puestos en fila alcanzarían las galaxias próximas a nuestro planeta. Estos
virus acuáticos juegan un papel muy importante en los procesos respiratorios de
la naturaleza, ya que absorben la mitad del oxígeno que entra en nuestros
pulmones.
Según el mapa global de los virus del planeta (viroma, en la
jerga científica), el total de virus de la Tierra se estima en unos 2 millones
de especies distintas. Es decir, que estamos ante el grupo más numeroso y
diverso de los seres vivos.
Difíciles de cultivar
Gracias a la investigación científica (I+D) y a la inversión
de los países más desarrollados, en los últimos tiempos hemos avanzado en
conocer al virus. Empezamos a entender cómo es capaz de penetrar en la célula
hospedadora, a descifrar los mecanismos que utiliza para producir más copias de
su material genético, para apoderarse de la maquinaria celular, para producir
miles de partículas virales por célula, y luego salir e infectar a las células
vecinas para propagarse y multiplicarse en el organismo invadido.
Todo este conocimiento debería permitir establecer
procedimientos de control de los virus, además de generar antivirales,
anticuerpos y vacunas. Pero los científicos se encuentran aquí con un escollo
importante. Cuesta encontrar sistemas para hacer crecer a los virus en el
laboratorio. Para hacernos una idea, actualmente solo tenemos métodos de
crecimiento en cultivos celulares para el 1% de los virus conocidos. Una pega
importante.
El “don de la ubicuidad” de los virus
Vivimos en un mundo poblado por 7 700 millones de personas,
en continuo crecimiento demográfico, donde el flujo de individuos, animales y
mercancías entre países y continentes es enorme. El viento sopla a favor de los
virus, que ahora más que nunca pueden propagarse de manera rápida en la
población.
No hay que irse muy lejos para entender de qué hablamos. El
virus estacional de la gripe se distribuye por todos los continentes
transportado por la migración de las aves. Pero es que, para colmo, virus que
se mantenían confinados en poblaciones y continentes han salido de sus nichos,
proliferando y causando epidemias y pandemias al cruzar las barreras de sus
hábitat naturales. Es el caso del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH),
que pasó de infectar monos a propagarse entre los humanos. Y luego se extendió
rápidamente por la movilidad de las personas infectadas portadoras del virus.
Desde su aparición en 1981, el VIH ha infectado a unos 78 millones
de personas con unos 32 millones de fallecimientos. Conocemos la biología
molecular de este virus como nunca antes en toda la historia de agentes
patógenos. Hemos desarrollado más de 30 fármacos capaces de bloquear distintos
estadios de la replicación viral y convertir la infección en crónica. Y pese a
todo, aún no disponemos de una vacuna profiláctica y terapéutica capaz de
prevenir o eliminar la infección en las personas infectadas.
Vacuna frente al VIH en cuyo desarrollo ha participado
Mariano Esteban.
Por suerte hay esperanza. Nuestro laboratorio participa en
un programa mundial apoyado por la Fundación Bill y Melinda Gates, la Unión
Europea y el Plan Nacional de I+D, y hemos desarrollado candidatos vacunales
contra el VIH que se han ensayado en personas sanas y en infectados con
resultados prometedores. Estamos trabajando en [protocolos de vacunación] por
combinación de vacunas que puedan inducir un alto porcentaje en el control de
la infección por el VIH.
Las vacunas contra los virus salvan vidas
Las vacunas son el procedimiento más eficaz del que
disponemos a nivel sanitario para controlar procesos infecciosos. Básicamente,
se componen en general de un extracto del patógeno inactivado, atenuado, que al
administrarse a un organismo por distintas vías (escarificación, subcutánea,
intradérmica, intramuscular o intranasal) produce en 10 días una respuesta
inmunológica. Así de simple.
Las vacunas se utilizan mayoritariamente con carácter
profiláctico. Solo entre 2001 y 2020, las vacunas habrán salvado unos 20
millones de vidas, prevenido unos 500 millones de casos de enfermedad y
ahorrado en torno a 350 000 millones de dólares. Actualmente se vacuna frente
enfermedades como difteria, tétanos, polio, sarampión, paperas, rubeola,
tosferina, hepatitis B, bacilo de Pfeiffer, neumococo y meningococo C. Sin
embargo, hay otras enfermedades con gran mortandad para las que aún no hay
vacunas aprobadas.
El coronavirus 2019-nCoV no tiene precedentes
Existe una gran preocupación a nivel global por la aparición
de nuevas enfermedades emergentes y otras re-emergentes producidas por virus.
Ahí tenemos el caso de la reciente aparición el mes de diciembre de 2019 en
China de un coronavirus aún sin clasificar (2019-nCoV), que está produciendo el
mayor acopio mundial de recursos humanos y estratégicos para contener la
extensión del virus. A 30 de enero de 2020, el virus se ha llevado por delante
a 170 personas, y ha infectado a 7 700. Las autoridades chinas han activado un
cinturón de control de la población que afecta a unos 60 millones de personas,
con restricción de movilidad y de operatividad en todos los transportes.
Este hito, jamás conocido en la historia de la humanidad por
su magnitud, ni siquiera en los casos de la peste o la viruela con millones de
muertes, refleja la crudeza con la que nos enfrentamos ante virus emergentes
mortales. Todo parece poco para intentar evitar su propagación. Y para, a nivel
científico, avanzar lo más rápido posible en el conocimiento de la biología del
virus y establecer pautas de control con antivirales, anticuerpos y vacunas.
En el Centro Nacional de Biotecnologia (CNB-CSIC), el grupo
del doctor Luis Enjuanes y el mío trabajamos en pro de una vacuna contra el
coronavirus 2019-nCoV. También hemos generado candidatos vacunales contra
Ébola, el Zika y el Chikungunya que inducen alta protección frente a los
distintos virus. Sin lugar a dudas se hace necesario conseguir cuanto antes
antivirales y terapias basadas en anticuerpos para parar la infección por el
coronavirus 2019-nCoV en personas ya infectadas.
También es necesario evitar la propagación del virus
mediante vacunas preventivas, aplicables a personal sanitario y a todos
aquellos con riesgo de infección por contacto previo con personas infectadas.
De momento no disponemos de ninguno de estos procedimientos de control de la
infección, pero auguro que se avanzará con prontitud. Es responsabilidad de
todos aunar esfuerzos y poner remedio frente a un nuevo patógeno que tantos estragos
personales y económicos está causando en la población china y a nivel global.
Está claro que la estrategia adoptada en China servirá como
referente de futuras planificaciones ante la aparición de nuevos virus
altamente patogénicos para los seres humanos. Le corresponde a la Organización
Mundial de la Salud (OMS), que finalmente ha decidido declarar la emergencia
internacional por el brote del coronavirus de Wuhan, establecer los protocolos
de control de procesos infecciosos globales, como viene haciendo regularmente.
No cabe duda de que, en los últimos meses, todo lo
relacionado con los virus ha cobrado una actualidad sin precedentes. Términos
como IgG, IgM, PCR, antígenos o inmunidad celular, que antes estaban reservados
casi exclusivamente a los foros científicos, ahora son de uso común en nuestras
conversaciones. Creemos que estamos viviendo un momento histórico. Pero una
breve mirada al pasado cercano nos muestra que esta situación no es
extraordinaria.
Todavía hay 37 millones de personas en el mundo que están
infectadas por el virus del SIDA; en África continúa habiendo brotes de Ébola;
y virus que antes creíamos propios de lugares remotos, como el del dengue, el
Zika o el Chikungunya, ahora pueden propagarse cerca nuestro.
Si miramos al futuro, la situación tampoco es
tranquilizadora. Nuestro mundo hiperconectado y densamente poblado favorece
extraordinariamente la propagación de los virus. Además, cada vez estamos
dejando menos sitio libre para la fauna salvaje, con las consecuencias que eso
tiene en la exposición a nuevos patógenos.
Así las cosas, no es extraño que la visión más extendida de
los virus sea la de meros agentes causantes de enfermedades. Pero los virus son
mucho más que eso. Han acompañado a la vida desde sus orígenes y han
contribuido a moldearla, hasta el punto de que podemos afirmar que la biosfera
que existe actualmente no sería como es si no fuera por su interacción con los
virus.
¿Cómo surgieron los virus?
Hay varias hipótesis para explicar el origen de los virus.
La más aceptada defiende que son descendientes directos del conjunto de
replicadores primitivos. Esto es, de las moléculas con información genética
transmisible mediante un proceso de copia que poblaron la Tierra antes de la
aparición de la vida celular.
Existe amplio consenso entre los científicos en que esos
primeros replicadores eran moléculas de ARN capaces de catalizar algunas
reacciones simples. Su reunión en compartimentos, posiblemente de origen
inorgánico, facilitó la cooperación entre ellos, al mismo tiempo que surgían
parásitos genéticos. Esta distinción entre elementos cooperadores y parásitos
es la que posteriormente daría lugar a la aparición del mundo viral y el mundo
celular, tal y como los conocemos ahora.
La existencia de virus que almacenan su información genética
en genomas de ARN, a diferencia de las células que siempre la almacenan en el
ADN, parece ser una prueba de esta hipótesis ancestral de los virus. El hecho
de que algunos virus posean una actividad que es capaz de transformar el ARN en
ADN también se considera una prueba de su antigüedad y su posible papel en
transiciones evolutivas relevantes.
Otra alternativa para el origen de los virus es la hipótesis
regresiva, que defiende que son productos de la degeneración de células
ancestrales que perdieron su autonomía y evolucionaron hacia una forma
parásita.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que los virus han
coevolucionado con la vida y han contribuido a la emergencia de innovaciones,
hasta el punto de ser considerados el motor evolutivo más importante que existe
en la naturaleza.
Los virus como presión selectiva
Una presión selectiva no es más que algo que limita la
supervivencia de una población y que, por tanto, favorece a los individuos que
mejor resisten esa circunstancia concreta.
En el caso de las bacterias, la infección por sus virus
característicos, los bacteriófagos, otorga una ventaja a aquellas que poseen
algún mecanismo de defensa. Por ejemplo, la existencia de un receptor con el
que el virus no puede interaccionar. O la presencia de endonucleasas de
restricción y el sistema CRISPR que degradan el material genético viral
impidiendo su multiplicación.
A su vez, que existan estas bacterias resistentes supone una
presión selectiva sobre la población viral, que favorece a los virus que
resistan mejor los mecanismos de defensa bacterianos. Cuando estos ciclos se
repiten en el tiempo, se produce una evolución concertada entre el patógeno y
el hospedador, de modo que se acelera la evolución de ambos.
En el caso de los virus que infectan animales ocurre un
esquema similar que, entre otras cosas, ha conducido a la aparición del sistema
inmune adaptativo de los vertebrados. Por su parte, las poblaciones virales,
muchas veces reducen su virulencia con el tiempo. Es decir, los virus se hacen
menos agresivos para así poder permanecer más tiempo multiplicándose en su
hospedador. En estos casos se puede llegar a una coexistencia pacífica entre
ambos, generándose los denominados reservorios virales, especies animales que
son portadoras de virus sin presentar síntomas de enfermedad.
Cuando, por alguna circunstancia, uno de estos virus salta a
la población humana, puede surgir una nueva enfermedad para nuestra especie.
Esto es lo que ha sucedido con la COVID-19, con el SIDA y con las nuevas cepas
del virus de la gripe. A corto plazo, la introducción de estos nuevos virus va
a ser muy negativa. Pero a largo plazo, son estas situaciones las que nos van
moldeando. Y al final, como dice el refrán, lo que no nos mata nos hace más
fuertes.
Los virus como generadores de diversidad genética
Los virus son grandes inventores de genes. Esto se debe a
que, cuando copian sus genomas, producen muchas mutaciones que se transmiten a
su progenie. Además, algunos genomas virales tienen cierta propensión a
mezclarse entre ellos, lo que puede dar lugar a cambios muchos más drásticos
que las mutaciones puntuales.
Muchos virus tienen la capacidad de integrar su genoma en el
genoma del hospedador, multiplicándose al mismo tiempo que él y transmitiéndose
así a la descendencia. Así es como muchos genes virales pueden pasar al mundo
celular.
Sin ir más lejos, muchos genomas de bacteriófagos,
integrados en genomas bacterianos, aportan a las bacterias capacidades tan interesantes
como la de resistir la acción de los antibióticos o la producción de toxinas
que les dan una ventaja frente a otras bacterias competidoras.
A veces, el genoma del bacteriófago se separa del genoma
celular. En ese proceso, se lleva parte del material genético del hospedador,
que ahora podrá ser transmitido a otra bacteria. Los virus, por tanto,
constituyen un potente mecanismo de transferencia génica horizontal que permite
que las innovaciones evolutivas que surgen en una especie sean compartidas por
toda la comunidad.
Los genomas de vertebrados también poseen una buena parte de
ADN de origen viral. En el caso del ser humano esto puede suponer hasta un 10%
del genoma. Y no es ADN basura, sino que realiza importantes funciones. A veces
contribuyendo a regular la expresión génica (los genes que se expresan en cada
tipo celular en cada momento) y otras haciendo que emerjan nuevas funciones.
La lista de funciones, actividades y procesos celulares que
han surgido o han sido modificados gracias a la acción de los virus es mucho
más larga que lo que se puede describir en este artículo. El mensaje que se
deriva de todo esto es que, en buena medida, somos el resultado de la
interacción con los virus que nos han afectado a lo largo de nuestra historia.
Algo que, a corto plazo, nos puede causar problemas, pero que, a lo largo de la
evolución, ha contribuido a hacernos humanos.
En estas últimas
semanas estamos asistiendo con alarma a la expansión, a escala casi mundial, de
un virus hasta ahora desconocido, el denominado SARS-CoV-2. Este virus produce
una enfermedad respiratoria, COVID-19, que, en aproximadamente el 20% de los
casos, precisa hospitalización. Hay muchas cuestiones abiertas sobre cómo será
la progresión de COVID-19. Una de las más inquietantes es si podría mutar hacia
una forma más agresiva que aumentase la frecuencia del número de casos que
cursan con síntomas graves.
Los virus están
siempre mutando
Todos los virus
poseen un genoma que contiene las instrucciones para multiplicarse y dar lugar
a nuevos virus. El genoma viral, además, cuenta con información sobre las
características particulares de cada virus, entre ellas algunas tan importantes
como las especies que puede infectar, su modo de transmisión o su interacción
con los mecanismos de defensa celulares. Durante la copia de los genomas
virales siempre se producen algunos errores denominados mutaciones, impulsoras
de los cambios que a veces ocurren en el comportamiento de los virus.
En el mundo celular,
la información genética se almacena siempre en el ADN. Sin embargo, en el mundo
viral también puede hacerlo en otra molécula, que es el ARN. Resulta
inquietante que muchos de los virus más difíciles de controlar contengan
genomas de ARN: el virus de la gripe, el virus de la inmunodeficiencia humana,
el Ébola, los coronavirus causantes de síndromes respiratorios graves como el
SARS, el MERS o COVID-19…
Las implicaciones de
tener un genoma de ARN
Una diferencia
importante entre la copia de los genomas de ADN y los de ARN es que solo
existen mecanismos de corrección de errores en el primer caso. La ausencia de
mecanismos similares en la mayoría de los virus de ARN implica que su tasa de
mutación es muy elevada, del orden de 10⁻⁴ a 10⁻⁵ errores por nucleótido
copiado.
Eso supone que, en
un virus con un genoma de 10 000 nucleótidos (un tamaño común en este tipo de
virus), puede llegar a producirse una mutación por cada vez que el genoma es
copiado. Como resultado, las poblaciones virales son conjuntos heterogéneos de
mutantes distribuidos con distintas frecuencias. Muchos de esos mutantes apenas
se diferenciarán del virus original y otros, incluso, podrían funcionar peor.
Pero si el número de virus en una persona infectada es lo suficientemente
grande, siempre podrá surgir algún mutante que aporte alguna ventaja. Cuando
eso sucede, el mutante se ve favorecido y comienza a estar cada vez más
representado en la población. Es ni más ni menos que la selección natural
actuando.
Algunos coronavirus,
entre ellos los causantes del SARS, MERS o Covid-19, tienen genomas de unos 30
000 nucleótidos, mayores que los genomas típicos de los virus de ARN. Diversos
estudios indican que estos virus poseen una actividad correctora de errores, lo
que reduciría el número de mutaciones. Aunque no hay valoraciones precisas, se
estima que su tasa de error puede ser entre quince y veinte veces más baja que
la de los virus de ARN “típicos” sin actividades correctoras.
Algunas de las
mutaciones beneficiosas para los virus pueden hacer que estos no sean
reconocidos por los anticuerpos producidos por el sistema inmune en infecciones
previas, que resistan la acción de los antivirales o que sean capaces de
infectar nuevas especies.
Actualmente se cree
que el SARS-Cov2 tiene su origen en un virus de murciélagos que pasó a nuestra
especie a través de un animal intermediario, en el que probablemente surgieron
los mutantes capaces de interaccionar con los receptores de las células
humanas. Los contactos con ese animal facilitaron la entrada del virus en nuestra
especie, y así comenzó la epidemia de COVID-19.
¿Y cómo será la
evolución posterior del virus? Lo más probable es que inicialmente la selección
natural favorezca a los mutantes para que se multipliquen y transmitan mejor en
nuestra especie. Pero eso no es necesariamente negativo para nosotros. Un
escenario probable es que en ese proceso de mutación y selección acaben
imponiéndose los mutantes menos agresivos, los cuales, al ser menos letales,
podrán replicarse más tiempo en nuestras células sin necesidad de tener que
buscar un nuevo individuo que infectar.
Este proceso de
atenuación de la virulencia, acompañado del aumento de la inmunidad existente
en la población, probablemente reducirá el impacto futuro del virus. Algo así
es lo que sucede con los nuevos virus de la gripe que se introducen en la
población humana. Al cabo del tiempo son menos dañinos y se transforman en lo
que denominamos la gripe estacional. Que si bien no es una enfermedad a
despreciar resulta que, tomando las medidas adecuadas, puede resolverse sin
grandes problemas.
¿Sucederá algo
similar con el nuevo coronavirus? Algunos estudios sugieren que ya se están
seleccionando las variantes menos virulentas, pero aún es pronto para poderlo
afirmar con certeza. Las medidas de contención que se están empleando, con
millones de personas en cuarentena, no tienen precedentes en la historia y
probablemente están ejerciendo una gran presión selectiva sobre el virus.
Lo deseable es que
se consiga su total erradicación de nuestra especie. Pero, si eso no llega
ocurrir, habrá que estar muy atentos a su evolución, algo esencial también para
determinar la efectividad de las vacunas y otros posibles tratamientos.
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