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martes, 3 de julio de 2012
HISTORIA DEL Clostridium botulinum Walter Ledermann 2003
Historia del Clostridium botulinum
Walter Ledermann D.*
Rev Chil Infect Edición aniversario 2003: 39 - 41
The History of Clostridium botulinum
La historia de este bacilo se inicia oficialmente en
1820, con las investigaciones realizadas por Justinus
Kerner (1786-1862), en el reino de Würtenburg, sobre
los envenenamientos producidos por salsas con
carne, conocidos como botulismo (de botulus, salsa)
1. Suele afirmarse con ligereza que este investigador
no era un científico, sino un poeta y místico,
pero ya que no figura en las más rigurosas historias
de la literatura ni en las mejores enciclopedias, debemos
estimarlo como poeta “menor”, a diferencia de
su contemporáneo Theodor Kerner, gran vate militar,
famoso por su Lira y espada2. El destino, burlón,
conservó el nombre de nuestro poeta en la “enfermedad
de Kerner”, como se llamó al botulismo, y no
ligado a poema alguno digno de recordarse.
En realidad Justinus era médico y alcanzó bastante
fama en su profesión, en el curso de la cual tuvo,
paradojalmente, una relación con la gran poesía cuando
sólo era estudiante de medicina al cuidar al famoso
escritor romántico Johann Christian Friedrich
Hölderlin (1770-1843). Recordemos que Hölderlin, “a
quien Apolo sonriera”, luego de alcanzar la cúspide
de su genio a la edad de 37 años, se hundió en una
tranquila locura3, en la que permaneció 36 años en
una torre de Tubinga4, al cuidado del ebanista Ernest
Zimmer, escribiendo aún versos notables bajo el
seudónimo de Scardanelli: según una teoría, no estaba
loco y sólo “dejó de hablar al mundo porque no
tenía ganas de hablar y no porque fuera incapaz de
hacerlo”...¡ Ojalá muchos políticos siguieran su ejemplo
! En el hospital o clinicum de la Universidad de
Tubinga, Suabia, había sólo 6 camas, de las cuales
dos estaban dedicadas a pacientes psiquiátricos; en
una de ellas era Holderlin atendido por el profesor
Autenrieth, secundado por el alumno Justinus
Kerner...5 ¿Cómo diablos, luego de conocer al divino
Hölderlin en 1808, pudo el joven Justinus derivar
hacia las salsas envenenadas en 1920? Como dijera
el mismo Hölderlin:
Diversas son las líneas de la vida
cual sendas y límites de montañas.
Tanto en Würtenburg como en el gran ducado de
Baden eran frecuentes las intoxicaciones por el veneno
de los embutidos o alantiasis, cuya alta mortalidad
impactó a Kerner y también a Paulus, quien
prosiguió las investigaciones en 1834. Entre 1793 y
1827 se registraron en Würtemberg 234 casos; y 400
hasta 1853, con 150 fallecidos6. Müller publicó en
1869 y 1870 extensas monografías sobre el tema7,8,
aprovechando el gusto de los alemanes por los embutidos
y las salsas de carne, que le suministraban
abundante casuística.
A lo largo del siglo pasado el interés se fue centrando
cada vez más en los embutidos, y hasta el
mismo Virchow, que abominaba de las bacterias9, las
buscó infructuosamente en estos alimentos. Van
den Corput6 postuló que el agente causal era un
hongo, que denominó Sarcina botulina, el cual aparentemente
sólo existió en su imaginación, pues nadie
pudo cultivarlo. Bien pronto se observó que el
veneno se encontraba en el centro de los embutidos,
con mayor probabilidad cuanto más gruesos fueran
éstos; que no se desarrollaba en presencia de oxígeno;
que los embutidos no mostraban signos de putrefacción
y que muchas veces eran frescos, recién
preparados. Se pensó en ptomaínas, sustancias encontradas
en cadáveres exhumados, así como en
una serie de compuestos químicos, como ácidos
prúsico, pícrico y grasos, o bases orgánicas volátiles.
Hasta llegó a hablarse de un ácido botulínico...
Sin embargo, el hecho más claro es que ninguna de
estas sustancias podía reproducir en animales de
laboratorio la característica parálisis del botulismo.
Entre 1895 y 1897, los microbiólogos belga Emile
Pierre van Ermengem, de Ghent, y alemán Wilhelm
Kempner, de Berlín, pondrían término a la incertidumbre,
al demostrar que el botulismo era causado
por la toxina de un bacilo anaerobio. Todo comenzó
en diciembre de 1895, en la villa de Ellezelles, Hainault,
Bélgica, donde concurrió una sociedad musical invitada
para tocar una elegía funeraria. Después de la
ceremonia fúnebre, la orquesta fue invitada a servirse
una colación fría, donde el plato fuerte era un
típico jamón salado. Este cerdo, narra el historiador
William Bulloch10, había sido sacrificado cuatro meses
antes, en agosto, “y en su estado fresco había
sido parcialmente comido with impunity” El remanente
quedó en salmuera hasta el día del mencionado
funeral. Enfermaron 34 personas, incluyendo a
todos los músicos, cuyos síntomas se presentaron
entre las 24 y 36 horas siguientes a la ingestión e
incluyeron estrabismo, diplopia, ptosis palpebral,
afonía y disfagia. Tres intoxicados fallecieron, lo que
arroja una letalidad cercana al diez por ciento. De los
restos del jamón, así como del bazo de una de las
víctimas aisló van Ermengem esporas de un bacilo
anaerobio, que denominó Bacillus botulinus. Además,
utilizando un filtrado del cultivo, libre de bacilos
y de esporas, pudo reproducir en animales de
laboratorio signos de parálisis, demostrando la existencia
de una toxina.
Trabajando con la cepa del belga, Kempner logró
40
producir en cabras una antitoxina neutralizante. A
mayor abundamiento, la etiología del botulismo pudo
ser rápidamente confirmada por Römer durante un
pequeño brote en Hesse, en 190011; y por Landmann
y Gaffky10, cuatro años después, al investigar en
Darmstadt una epidemia provocada por la ingestión
de porotitos en conserva. Este último brote fue muy
significativo, pues era la primera vez que se involucraban
alimentos vegetales en el botulismo.
Digamos, de paso, que también el primer brote
documentado de botulismo en Chile, en la década de
los setentas, fue provocado por porotitos en conserva,
preparados para consumo interno por religiosas
de una colectividad española. Las monjitas reían
inocentemente porque veían doble, pero luego parálisis
severas siguieron a la diplopia, y varias de las
afectadas, de edad avanzada, fallecieron. Restos de
los porotos fueron analizados, comprobándose la
presencia de toxina bolutínica por el Instituto de
Salud Pública, que recién había montado la técnica
para su detección.
Sucesivos estudios a nivel mundial demostraron
que el C. botulinum era capaz de producir 7 toxinas
antigénicamente distintas, designadas con letras A,
B, C, D, E, F, G, en tanto que otras especies del
mismo género, como C. barati y C. butyrum podían
también producir intoxicaciones, al poseer toxinas
similares a las F y E, respectivamente12. Todas estas
toxinas actúan en la sinapsis periférica, en la placa
motora, bloqueando la acetilcolina, con lo que generan
parálisis muscular. La toxina A, la más frecuente
y mejor estudiada, es termolábil, bastando calentar
los alimentos a 80º C por un minuto para destruirla.
El interés por estudiar la toxina recrudeció a raíz
de dos hechos: primero, la aparición de casos de
botulismo en lactantes por la ingestión de miel, y
segundo, su posible uso terapéutico.
En 1976 describió Picket13 los primeros casos de
botulismo infantil, aunque Arnon, que ha estudiado
el problema a fondo, piensa que en 1931 ya se habían
presentado otros, no debidamente diagnosticados14.
La hipótesis es que el bacilo esporula, las esporas
son llevadas por el viento hasta los panales e infectan
la miel. Engullida ésta, las esporas van al colon,
germinan y liberan la toxina, que por vía hemática va
a fijarse en las sinapsis. Experiencias en ratones
demostraron que la microflora normal impide la colonización
aunque la miel contenga hasta un millón de
esporas, cifra que cae a diez si se trata de ratones
criados cell-free15. Arnon logró reunir una casuística
de 26 lactantes, menores de un año, que enfermaron
entre los 14 y los 351 días de vida, porque sus torpes
padres les dieron a comer miel conteniendo entre
diez y cien esporas16. Considerando que la toxina
botulínica es el veneno más potente conocido, con
una dosis letal 50 de 1 mg/kg peso corporal, los
efectos fueron desastrosos. Algunos niños tuvieron
muerte súbita17.
Más interesante y más productivo es el asunto
del uso terapéutico. En 1885 ya Claude Bernard había
dicho que “los venenos pueden emplearse tanto
para destruir vidas como para el tratamiento de los
enfermos”18; en 1968 los norteamericanos Allan Scott
y Edward Schantz le tomaron la palabra e iniciaron
los estudios de las bondades curativas de la toxina
botulínica19. La historia comenzó en 1943, durante la
Segunda Guerra Mundial, cuando los servicios de
inteligencia británicos informaron que los alemanes
estaba estudiando bombardear toxinas sobre Gran
Bretaña, usando como “vectores” las célebres bombas
V-1. La Academia Nacional de Ciencias de
EE.UU., a través de los profesores Fred y Baldwin y
bajo los auspicios del ejército, montó un laboratorio
en Camp Detrick (luego Fort Detrick) para investigar
el problema de la guerra tóxica y proponer soluciones
defensivas. Allí pudo Carl Lamanna obtener la
toxina botulínica tipo A en su forma más pura y
cristalina, con una fracción tóxica de 150.000 dalton,
unida a otra fracción no-tóxica de 750.000 dalton que
la protegía de la digestión enzimática en el intestino17.
Los alemanes nunca llegaron a bombardear
esporas o toxinas sobre Londres, pero los estudios
de Fort Detrick no fueron inútiles y tuvieron una
aplicación pacífica a partir de 1970, con un intento
para controlar el estrabismo rebelde.
En 1972, Estados Unidos fue una de las naciones
firmantes de la Convención de Armas Biológicas y
Toxinas, que ponía término a la investigación en
este campo, de modo que el presidente Nixon ordenó
cerrar Fort Dixon para estos fines. Schantz se fue
a la U. de Wisconsin y su investigación con la toxina
botulínica se centró en su posible utilidad terapéutica
y así pudo proporcionar a Scott la preparación
que, con permiso de la FDA, éste inoculó a voluntarios
humanos que sufrían de estrabismo, previo ensayos
en monos rhesus20. Pronto las indicaciones se
extendieron al blefarospasmo, ciertas formas de tortícolis
y otros desórdenes musculares. En 1989 la
FDA aprobó la toxina como orphan drug, siempre
que proviniera del único lote certificado, uno de 200
mg fabricado en 1979 con la cepa Hall, capaz de
generar diez millones de DL 50 para el ratón en 24
horas, en un medio muy simple. Las dosis terapéuticas
se expresan en nanogramos, de los que 10 pueden
curar una tortícolis ( si hay trastornos de la
deglución, bajar la dosis) .
Gracias a la toxina botulínica, artistas que sufrían
de distonías musculares han vuelto a tocar el piano
y el violín, y de esta manera el Clostridium botulinum,
que diezmara la banda musical de Ellezeles en 1895,
ha podido casi un siglo después pagar su deuda con
el arte.
No conozco ningún verso de Justinus Kerner
que pudiera cerrar la historia de este bacilo, tan
relacionada con la poesía y la locura, la música y la
carne, la miel y la guerra, de modo que he de recurrir
a su célebre paciente Hölderlin en la torre de
Tubinga:
Su vida escoge el hombre, su objetivo,
gana, libre de error, sabiduría, pensamientos
y así contempla la verdad
y el más alto sentido
y las más singulares preguntas
Humildemente, Scardanelli (1841)
Historia del Clostridium botulinum - W. Ledermann D.
41
P.S. Was bleibet aber, siften es die Dichter (“Pero
lo que permanece, lo fundan los poetas”. Y esto
último lo escribió, mis estimados científicos, cuando
aún no estaba loco)
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