A 40 años de la autopoiesis de
Maturana, el concepto más revolucionario de la ciencia chilena a nivel mundial
El alcance
de éste se estudia en medicina, educación, filosofía y psicología cognitiva.
Maturana partió con la biología molecular, pasó al sistema nervioso y luego
siguió con la biología del conocimiento y el lenguaje. Hoy, afirma que los
humanos somos seres donde la biología y la cultura son
"autopoiéticas". Durante los últimos 50 años el biólogo sistémico ha
dedicado su tiempo a comprender el conocimiento y el entendimiento humano.
Hace más de
50 años, Humberto Maturana era un joven biólogo que comenzaba a hacer clases en
el ex Instituto de Ciencias, hoy Facultad de Ciencias de la Universidad de
Chile. Entonces tenía poco más de 30 años y ya lo obsesionaba intentar dar
respuesta a preguntas imposibles, o imposibles para quienes no buscan
afanosamente encontrar respuestas. En sus propias palabras recuerda: “Yo me
creía capaz de responder todas las preguntas, pero hubo una que me hizo un
alumno en 1960 que no supe responder”. En esa clase Maturana estaba hablando de
los primeros seres vivos en el mundo y calculó que la vida había comenzado
hacía 2.800 millones de años. Entonces el alumno preguntó: “¿Que comienza hace
2.800 millones de años, de modo que usted me dice ahora que los seres vivos
comenzaron entonces?
Maturana se
quedó en silencio, después de unos segundos respondió: “No lo sé, pero si usted
vuelve a mi clase el próximo año le voy a proponer una respuesta”. Si el alumno
volvió o no a la clase nadie lo recuerda, pero a partir de ese momento la
búsqueda de la respuesta se convirtió en su tema. Se hizo biólogo sistémico,
con su ex discípulo Francisco Varela formó una de las duplas científicas
chilenas que más ha aportado al conocimiento mundial, escribió varios cientos
de papers y ha dado miles de horas en charlas, clases y simposios. Los
resultados de sus estudios se han aplicado a la biología, la medicina, la
educación, la filosofía y la psicología cognitiva.
No obstante
todo ello, hubo un solo concepto que dio el punto de partida. Un concepto que
hoy cumple 40 años y por el cual este viernes el profesor Maturana será
homenajeado en el marco de un seminario internacional organizado por el
Instituto de Filosofía y Ciencias de la Complejidad (IFICC): la autopoiesis.
Del Quijote a la autopoiesis
Antes de
intentar explicar la autopoiesis –que a modo de introducción sería necesario
señalar que es un término que no ha conocido límites de aplicación–, habría que
contar cómo fue que Maturana ya siendo un próspero científico progresista –a
mediados de los 60– aceptó a un joven discípulo para crear junto a él el primer
libro en que se habla de sistemas autopoiéticos, De máquinas y seres vivos.
“Francisco
Varela fue alumno mío en el Instituto de Ciencias, enviado por un profesor de
la Católica. Tenía 20 años y estaba estudiando medicina y yo lo entrevisté. Fue
en el curso de una conversación larga. Yo no tenía preestablecido lo que iba a
ser. La conversación fue sobre sus intereses. Tenía intereses filosóficos, pero
estaba estudiando medicina, tenía intereses políticos. En algún momento, yo le
pregunto: ‘¿Bueno, pero qué te interesa en la vida?’”
“Y él me
dice: ´Quiero entender el psiquismo en el universo’”.
“‘Humm…,
bien, bienvenido’ y lo acepté. ¿Y por qué lo hice? Yo creo porque me gustó la
audacia de quien quiere estudiar el psiquismo en el universo”.
Con este
estudiante, que rápidamente dejó la medicina, Maturana comenzó a madurar la
respuesta sobre el origen de los seres vivos que casi 10 años antes le había
hecho el otro estudiante. Sentía que ya tenía la respuesta, pero le faltaba el
concepto. Como su especialidad es la biología sistémica, el biólogo aventuró su
teoría en términos moleculares. “Los seres vivos son sistemas de dinámicas
cíclicas, cerradas en sí mismas, como redes de autoproducción de los
componentes moleculares que las constituyen”. En palabras simples, sería algo
así como que los seres vivos se hacen a sí mismos, se autoproducen, que el
resultado de estos sistemas cíclicos de producción molecular es el mismo ser
vivo. Hoy, es probable que esto no constituya novedad, pero hace 40 años fue
toda una revolución, porque se propuso dejar de pensar en la función de los
órganos (la preocupación científica de esos días) para concentrarse en el
resultado del proceso molecular. Esta aventura, originalmente biológica,
alcanzó ribetes entonces insospechados, que llevó al biólogo a otro mundo, para
nada menos complejo: el conocimiento, el entendimiento humano.
Mientras
Varela pensaba que era necesario formalizar la teoría, es decir, darle validez
mediante un razonamiento matemático, a Maturana se le cruza este conocimiento
con lo que ya había empezado a ver en el sistema nervioso, que también eran
procesos cerrados internos. Y se le viene una nueva gran pregunta. Y si el
sistema nervioso es un sistema cíclico de producción molecular que se autoproduce,
¿qué pasa con la percepción?, ¿son los elementos externos los percibidos o es
la experiencia, lo que le pasa a uno, lo que le da el sentido?
Mientras, el
concepto que finalmente terminó por definir el proceso nació de una
conversación anecdótica con un literato, Juan de Dios Bulnes. “Él me contó que
su tesis había sido sobre el dilema del Quijote, que era si debía dedicarse a
la producción (poiesis) de cuentos de caballería o a la praxis, la caballería
misma. Ésa es la palabra que yo necesito, me dije, ’poiesis’, porque lo
seres vivos se producen a sí mismos. ¡Autopoiesis! Y así creé una palabra
griega legítima”.
La biología del conocer
¿Si los
seres vivos son sistemas cíclicos cerrados que se autoproducen y el sistema
nervioso lo es asimismo también, qué es lo que nos hace entender las cosas, qué
hace que la gente pueda convivir, si la percepción no depende tanto de lo que
está afuera sino de lo que ocurre en nuestro interior? Para dar una respuesta a
esta pregunta, que aún siendo lógica deja abierta muchas más interrogantes,
Maturana recurre a un ejemplo sencillo para explicar la percepción, y cómo todo
finalmente se arma en el lenguaje. Nuestros ojos, explica, nuestra
retina, no percibe la misma composición espectral de los colores. Está claro
que frente a un color, que podría ser verde, no todos vemos la misma
composición, pero todos lo llamamos igual. Entonces el color no se capta en la
retina, se da en la experiencia, en la palabra.
“Todos ven
verde, pero todos no ven el mismo verde. No sabemos lo que ven, eso es lo
que no sabemos, pero todos le ponen el mismo nombre y si le ponen el mismo
nombre quiere decir que ven lo mismo, porque resulta que el nombre no es lo que
está allá, sino lo que le pasa a uno, entonces yo pude demostrar que la
actividad en la retina se correlaciona con el nombre del color, no con la
composición espectral del color”.
Esta función
que se da en el lenguaje no responde a un conjunto de símbolos codificados
mediante un consenso. Para Maturana lo fundamental es la acción del lenguaje y
la interacción, es decir, la convivencia que se da en los seres humanos en el
lenguaje. Y como se trata de una acción, no de un conjunto simbólico, el
biólogo prefiere hablar de lenguajear.
La Matríztica y la biología cultural
De acuerdo a
la lógica maturaniana, la convivencia que se da en el lenguaje entre los seres
humanos es la clave para entender cómo la experiencia es la que nos va
dirigiendo en la vida, según cada circunstancia. Para entender esta nueva
conceptualización, el profesor acuñó el concepto de “deriva natural”, que se
une a la evolución de la especies. Para el pensador, el vivir en convivencia y
el conocer están siempre a la deriva, al igual que el navegante de un velero
que ha perdido el motor de la nave, las velas y los remos y se encuentra a
merced de las corrientes. “Los organismos realizan su vivir en la tangente que
va apareciendo momento a momento en el deslizarse en un entorno sin que ellos
sepan para dónde van”. La sobrevivencia en el ejemplo, entonces, tiene que ver
con las decisiones que se toman sobre la base de las experiencias. De modo que
si está a la deriva, pero conoce la dirección y velocidad que toman las
corrientes, podría calcular la hora y el destino.
Esas
experiencias, bajo la misma lógica, están determinadas por la emoción. En este
punto el conocimiento se vuelve también autopoiético, y aunque si bien la
autopoiesis define un concepto de producción molecular, también sirve para
identificar que los seres humanos, en tanto personas, vale decir,
individualidades que se relacionan a través del lenguaje y que conviven en la
deriva natural, constituyen un todo compuesto de biología con cultura.
Hablar de
que los seres humanos somos biológicos y culturales parece una obviedad
tremenda, por eso es que Maturana elimina el “y”, y sostiene que las personas
somos seres “biológicosculturales” indivisibles, así como la biología y la
química es bioquímica.
Esta
reflexión es el fundamento de la Matríztica, el instituto que el doctor
Maturana ha levantado junto a Ximena Dávila, también discípula, para investigar
la matriz biológico-cultural de la existencia humana. La propuesta del
instituto es explicar las experiencias desde las experiencias, como un hacer
propio del modo de vivir humano (cultura) en un fluir en el entrelazamiento del
lenguajear y el emocionar (conversar), que es donde sucede todo lo
humano.
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