lunes, 5 de marzo de 2012

REFLEXIONES EN TORNO A LA CIENCIA José Eduardo Rosales Trabuco 2011

REFLEXIONES EN TORNO A LA CIENCIA
REFLECTIONS ABOUT THE SCIENCE
José Eduardo Rosales Trabuco1

RESUMEN
En este artículo bosquejaremos los
hitos más importantes de la reflexión
filosófica en torno a la ciencia, desde
el siglo IV a. C. hasta el siglo XVIII d.
C. Las posturas de Aristóteles, Galileo
Galilei, Francis Bacon, René Descartes
y David Hume serán analizadas en
lo que respecta a la problemática
de la concepción de la ciencia. En
este recorrido nos detendremos en
los presupuestos esenciales de la
concepción antigua de la ciencia,
teniendo como eje a Aristóteles;
los presupuestos de la concepción
moderna de la ciencia, teniendo como
eje principal a Galileo Galilei; y el
problema de la inducción planteado
por el filósofo empirista David Hume.
Esta primera entrega proporcionará
una introducción importante para
la reflexión en torno a las teorías
epistemológicas contemporáneas,
que serán analizadas en una segunda
entrega.
Palabras clave: epistemología,
Aristóteles, Galileo Galilei, David
Hume
ABSTRACT
This article outlines the most important
milestones of philosophical reflection
about science, from the 4th century BC
to the 18th century AD. The positions
of Aristotle, Galileo Galilei, Francis
Bacon, Rene Descartes and David
Hume will be analyzed in relation to the
problem of the conception of science.
On this route, we will make a stop at
the premise of the ancient conception
of science with the axis of Aristotle; the
premises of the modern conception of
science with the main axis of Galileo
REFLEXIONES EN TORNO A LA CIENCIA
REFLECTIONS ABOUT THE SCIENCE
José Eduardo Rosales Trabuco1
Galilei; and the problem of induction
proposed by the empiricist philosopher
David Hume. This first installment
will provide an important introduction
for reflection on contemporary
epistemological theories, which will be
discussed in a sequel.
Keywords: Epistemology, Aristotle,
Galileo Galilei, David Hume
INTRODUCCIÓN
El desarrollo de reflexiones en el campo
de la filosofía de la ciencia ha ido en
aumento desde las primeras décadas
del siglo pasado. En la actualidad, la
investigación en este ámbito involucra
a gran cantidad de filósofos. Este
paulatino crecimiento se debe al
avance o mutación significativa de
las ciencias en los últimos siglos que
conllevó a la formulación de diversos
planteamientos que intentaron e
intentan asir lo sustancial de la actividad
científica. Ahora bien, la reflexión
en torno a la ciencia no es exclusiva
del siglo XX, sino que recorre toda la
historia de la filosofía. En ese sentido,
creemos importante, para ubicar las
reflexiones contemporáneas, hacer un
recuento de los hitos principales de la
reflexión filosófica sobre la ciencia a lo
largo de la historia.
La ciencia antigua
La palabra ‘epistemología’ proviene
del griego antiguo episteme, que se
traduce comúnmente como ‘saber’ o
‘conocer’. En su sistema filosófico,
Platón diferenciaba claramente el
conocimiento (episteme) de la opinión
o creencia (doxa). Cuando los antiguos
griegos hablaban de conocimiento
se referían al conocimiento racional,
pues consideraban que era el único
que podía ser verdadero; esto
mostraba su desdén por lo práctico.
La ciencia o saber para los griegos
estaba desconectada de la técnica:
la técnica está vinculada a los oficios
(a la experiencia acumulada); en
cambio, la ciencia, consideraban
ellos, pertenece al ámbito de las
razones, es asunto de razonamiento,
algo abstracto y teórico. Por ello, la
ciencia antigua no estaba vinculada
a la práctica de la experimentación,
esto explica también el hecho de
que sus mayores aportes tuvieran
lugar en las matemáticas. Esta
ciencia clásica opera con sistemas
en base a axiomas. Así, en el ámbito
de la Física podemos mencionar
a Arquímedes; en la Aritmética, a
Pitágoras; en la Lógica, a Aristóteles;
y en la Geometría, a Euclides.
Aristóteles es un hito en esta
concepción antigua de la ciencia.
Nos interesa centrarnos en sus
consideraciones en torno a la ciencia
física (2). Según Aristóteles, los entes
son de distinta índole dadas sus causas
o principios. El análisis aristotélico, en
el campo de lo físico, se centra en
los entes que son por naturaleza. La
definición aristotélica de naturaleza se
hace en términos de movimiento: la
physis es el principio de movimiento
que tienen en sí mismos estos entes
por naturaleza entendidos como
sustancias. Como paso previo para
explicar los usos del término physis
debemos describir los planteamientos
aristotélicos en relación con la ciencia
y el cosmos, que involucran nociones
como las de principio y causa,
importantes para entender el alcance
de la investigación de Aristóteles.
Además, una comprensión adecuada
del planteamiento aristotélico implica
entender el teleologismo inherente a
su teoría.
Es frecuente encontrar diversos
intentos de desmerecer la obra
aristotélica en este campo. Estas
interpretaciones, que ven en Aristóteles
un pensamiento contra científico
(anticientífico) o, en el mejor de los
casos, un ejemplo de rémora para el
avance científico, dejan de lado una
comprensión desde el propio horizonte
del pensamiento aristotélico, desde su
“marco de referencia” u “horizonte de
expectativas” al presuponer que una
teoría es rescatable si y solo si anticipa
respuestas plausibles a interrogantes
contemporáneas.
El objetivo de Aristóteles en el ámbito
de la physis es el estudio de los
principios de los entes naturales.
Este estudio constituye una ciencia,
dado que implica el conocimiento de
los principios de las cosas. Nuestro
acercamiento a los planteamientos
sobre la physis debe partir por delimitar
el objetivo que se propone Aristóteles
en toda investigación. Las actividades
intelectuales están dirigidas en diversas
direcciones y son entendidas como
virtudes intelectuales, así tenemos: el
arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría
y el intelecto. La ciencia como actividad
intelectual se dirige a lo necesario, es
decir, a lo que no puede ser de otra
manera. Lo necesario se vincula con
lo eterno, vale decir, con lo ingénito e
indestructible; por ello señala Aristóteles:
“cuando uno está convencido de algo y
le son conocidos los principios, sabe
científicamente” (5). En relación con
lo anterior podemos leer en la obra
aristotélica: “Creemos que sabemos
una cosa sin más, pero no del modo
sofístico, accidental, cuando creemos
conocer la causa por la que la cosa es,
que es la causa de aquella cosa y que
no cabe que sea de otra manera” (6).
Ahora podemos comprender el carácter
de necesidad que exige Aristóteles para
el conocimiento científico y que lo lleva
a señalar de entrada en la Física (1)
que la ciencia es el conocimiento de los
principios de las cosas.
Respecto de la ciencia aristotélica
cabe hacer una aclaración. Algunos
autores, al tratar temas de historia
de la ciencia, han considerado que
la ciencia aristotélica es de carácter
puramente empirista. Sin embargo, no
debemos perder de vista que la ciencia
aristotélica indaga por lo necesario y
lo eterno; por ello, es principalmente
esencialista y deductiva.
En conclusión, el indagar científico
aristotélico no se fundamentó
únicamente en la observación, sino en
un tipo de intelección. Este alejamiento
de la observación se debe al carácter
intelectualista de la doctrina aristotélica,
incapaz de conectar lo teórico con la
experiencia sensible (7).
El intelectualismo y el esencialismo se
aprecian, en mayor medida, al señalar
los presupuestos de la investigación
que nos permitirán conocer la manera
como Aristóteles abordó una clase de
entes (los “entes naturales”) teniendo
en cuenta que poseen una esencia que
los diferencia (recordemos los estratos
de género y especie) y que se puede
asir intelectualmente y comunicar por
medio del lenguaje (en un enunciado).
Con el sistema formulado por
Aristóteles, asistimos a la primera
tentativa de conseguir una teoría
unificada de la naturaleza y el cosmos,
una tentativa recurrente a lo largo de
la historia de la ciencia. Aunque en
el caso de Aristóteles no podemos
trazar una distinción o demarcación
estricta entre lo filosófico y lo científico.
La teoría aristotélica afirma un
cosmos único y finito, donde materia
y espacio son inseparables y donde
se niega el vacío. En un universo
finito, cerrado, esférico, estratificado
y ontológicamente diferenciado
(ordenado y jerarquizado), Aristóteles
coloca la Tierra inmóvil en el centro;
luego, superpone nueve esferas
transparentes y concéntricas a las
que están respectivamente unidos los
planetas. Todo lo que se encuentra en
el interior de la superficie en la que se
halla la Luna (la región sublunar) está
sometida a los “defectos” asociados al
cambio. Por el contrario, más allá de
la Luna (en la región supralunar) solo
se encuentra lo inalterable y el nodevenir,
lo constituido únicamente por
un quinto elemento: el éter. En otras
palabras: “abajo” yace lo temporal y
arriba lo “eterno”. La región sublunar
está totalmente ocupada por los cuatro
elementos: tierra, agua, aire y fuego.
Si se asumen las leyes aristotélicas
del movimiento y la ausencia de
empujes o atracciones exteriores,
dichos elementos se ordenarían
(perfectamente) en una serie de
caparazones concéntricos. De aquí
surge la noción de lugar natural: la
tierra, el elemento más pesado, se
encontraría naturalmente en la esfera
que constituyese el centro geométrico
del universo y que, como se puede
deducir, corresponde al centro de la
Tierra; el agua, elemento menos pesado
que la tierra, constituiría una envoltura
esférica alrededor de la región central
ocupada por la tierra; el fuego, el más
ligero de los elementos, se elevaría
naturalmente (espontáneamente) para
constituir su propia esfera justo debajo
de la Luna; y, por último, el aire
completaría la estructura formando
una esfera que llenaría el espacio
existente entre el agua y el fuego. Una
vez alcanzadas dichas posiciones, los
elementos permanecerían (en una
situación solo hipotética y perfecta) en
reposo manteniendo su pureza.
El cosmos aristotélico no está regido
por el azar y la coincidencia; por el
contrario, es un mundo ordenado y
jerarquizado en el que los entes se
desarrollan hacia fines determinados
por sus propias naturalezas. Este
cosmos implica un orden lógico afín al
pensamiento, una estructura inteligible
de la realidad. El orden queda
esbozado del siguiente modo: “Nada
hay desordenado en la naturaleza y
en lo que sucede según la naturaleza,
pues la naturaleza es causa de todo lo
ordenado” (1). De allí que el principio
guía de la concepción aristotélica de
la physis fuese de carácter teleológico:
todo cuanto ocurre (en tanto ordenado
lógicamente) está encaminado a cierto
telos (finalidad).
Aristóteles construyó toda una teoría
dinámica sobre el supuesto de una
naturaleza inteligente que funciona con
un designio deliberado, con lo que refuta
a aquellos filósofos que consideraban
a los fenómenos naturales como
producto de leyes mecánicas (los
atomistas, por ejemplo).
La ciencia moderna
La concepción aristotélica perduró por
muchos siglos y durante toda la Edad
Media. El cambio hacia la ciencia
moderna se da paulatinamente a partir
del Renacimiento. La ciencia moderna
busca la confirmación de sus hipótesis
en la experimentación, es decir, el
análisis controlado de los procesos
naturales a través de los experimentos.
Además, la ciencia moderna utiliza el
lenguaje matemático para expresar
cuantitativamente las leyes y teorías.
Esto permite interpretar el saber como
un medio para dominar la naturaleza y
ponerla al servicio del hombre.
Un personaje importante en esta ciencia
moderna es Galileo Galilei (1564-
1642). A él debemos la creación de la
nueva metodología científica hipotética
y deductiva. (9) Entre los presupuestos
del método destacan la pérdida de
valor de la autoridad de los antiguos;
la concepción de la simplicidad de la
naturaleza (o principio de economía
según el cual no debe multiplicarse
sin necesidad las cosas, sino que
debemos servirnos de los medios; y
la existencia en la naturaleza de un
orden natural y necesario, formulado
en términos matemáticos. En suma,
la naturaleza posee una estructura
inteligible de orden matemático que
puede ser descubierta por la razón
(10). Como apreciamos, a partir de
Galileo Galilei la ciencia abandona
definitivamente la consideración de
las esencias para concentrarse en
la descripción y comprensión de los
fenómenos.
Galileo Galilei no prescinde de la
experiencia, sino que su método
consiste en una coordinación de
experiencias sensibles y demostraciones
(matemáticas) necesarias. La experiencia
es el punto de partida, pero no la
experiencia vulgar, sino la experiencia
analizada por la razón, reducida a
elementos fundamentales e interpretada
matemáticamente. Del mismo modo,
los experimentos son realizados bajo
la dirección de la razón; además, se
emplean aparatos de medición.
Al respecto, es preciso recordar
que los antiguos griegos tenían
una maravillosa comprensión de la
estática, pero no tenían una buena
concepción de las leyes que gobiernan
los cuerpos que se mueven. Lo que
les faltaba era una buena teoría de
la dinámica, esto es, una teoría del
modo en que la naturaleza controla
el cambio de posición de los cuerpos
de un instante al siguiente. Parte de
las razones para la falta de una buena
teoría dinámica era la ausencia de un
medio suficientemente preciso para
medir el tiempo, es decir, de un reloj
razonablemente bueno. Por ello, la
observación de Galileo Galileo, en
1583, de que un péndulo podía ser
una forma confiable de medir el tiempo
tuvo para el desarrollo de la ciencia
moderna una enorme importancia (11).
El nuevo método científico de Galilei
puede ser divido en tres etapas. En
primer lugar, la resolución o reducción,
en la que se analiza el fenómeno
a estudiar y se lo reduce a sus
propiedades esenciales, es decir, se
opera una especie de abstracción en
el fenómeno dado. En segundo lugar,
la composición, cuando se construye
una “suposición hipotética” de carácter
matemático que enlaza los elementos
a los que ha sido reducido el fenómeno
para, a continuación, deducir
matemáticamente las consecuencias
de esta hipótesis. Por último, la
resolución, en la cual se pone a prueba
la hipótesis realizando experimentos
que comprueben la veracidad de
las consecuencias deducidas de
tal hipótesis. Lo que se comprueba
experimentalmente no es la hipótesis,
sino sus consecuencias; para esto se
construyen experimentos ad hoc.
La postura de Galileo Galilei se encuentra
equidistante entre el empirismo inductivo
de Francis Bacon (1561-1626) y
el racionalismo deductivo de René
Descartes (1596-1650). Estas son las dos
tendencias que marcan las reflexiones
gnoseológicas en la Edad Moderna.
Para Francis Bacon, la ciencia debe
tener un objetivo práctico: transformar la
naturaleza en beneficio del hombre, lo
cual supone conocerla bien. Por tanto, el
método que propone tiene una finalidad
práctica y teórica. No obstante, Bacon
ignoró la ciencia de su época y creó
un método inductivo que nadie llegó
a utilizar. Su mérito consiste en haber
luchado por la aplicación de la ciencia en
el desarrollo de la técnica y el bienestar
de la Humanidad.
El proyecto fundamental de Bacon fue,
como señaló en su Novum Organum
(12), aquel nuevo método propuesto
para reemplazar el método deductivo
aristotélico. Su fin era establecer
y extender el dominio de la raza
humana sobre el universo, lo cual
depende tanto de las artes como de las
ciencias, si se tiene en cuenta que no
podemos dominar la naturaleza sino
obedeciéndola.
René Descartes es el máximo
representante del racionalismo. Según
la postura racionalista, el conocimiento
solo se funda en la razón y esta es
la única manera válida de conocer.
Descartes planteó cuatro reglas para
su método. En primer lugar, la regla
de evidencia implica nunca acoger
nada como verdadero si antes no se
conoce que lo es con evidencia; esto
evidente, claro, distinto e indudable
se logra mediante el acto intelectual
de la intuición. La intuición se
autofundamenta y autojustifica, pues
es un concepto de la mente pura y
atenta, que nace de la sola luz de la
razón.
En segundo lugar, la regla de análisis
implica dividir todo problema que se
someta a estudio en tantas partes como
sea posible y necesario para resolverlo
mejor. Se trata de una fase preparatoria
esencial, puesto que para la evidencia
es necesaria la simplicidad que se
logra mediante la descomposición de
lo complejo. En tercer lugar, la regla
de síntesis implica conducir en orden
los pensamientos, comenzando por
los objetos más simples y fáciles de
conocer, para ascender poco a poco
hasta el conocimiento de los más
complejos, en la suposición de que
hay un orden. Se busca a través de
la síntesis recomponer los elementos
que ya no se pueden descomponer;
así se reconstruye un orden, creando
una cadena de razonamientos.
Por último, la regla de enumeración
y revisión implica efectuar en todas
partes enumeraciones tan complejas
y revisiones tan generales que se esté
seguro de no haber omitido nada. Se
trata de impedir toda precipitación: la
enumeración controla el análisis y la
revisión, la síntesis (13).
El problema de la inducción
Tanto la postura racionalista como la
empirista tuvieron sendos desarrollos
en la Europa continental y la insular,
respectivamente. Entre los más
importantes empiristas podemos
mencionar a David Hume. En relación
a este último, nos detendremos en el
problema de la inducción, puesto que
constituirá un tema de amplia reflexión
para los epistemólogos del siglo XX.
A lo largo de la historia de la ciencia
se ha aceptado la existencia de dos
procesos del pensar. Estos procesos
fueron analizados, por ejemplo, por
Aristóteles (6). A menudo se distinguen
dos problemas en lo referente a
la inducción: uno psicológico, que
interroga por el porqué de la creencia
en las inferencias inductivas; y otro, el
problema lógico, que perseguiría una
justificación lógica de aquella creencia
en la inducción.
Al problema de la inducción también se
le conoce como problema de Hume.
Si bien el análisis de este filósofo
empirista estuvo enfocado básicamente
al problema de la causalidad, las
conclusiones obtenidas por él en este
campo se pueden generalizar a la
inducción en general. Para entender su
pensamiento sobre la causalidad se ha
de considerar que, según Hume, lo que
percibimos son nuestros propios estados
mentales, y estos son de dos clases,
a saber, las impresiones (fenómenos
psíquicos actuales) y las ideas
(fenómenos psíquicos reproducidos).
Tenemos impresiones que son
producidas por la experiencia sensorial,
pero tenemos muchas más ideas; ahora
bien, la distinción entre estas no es
posible mediante la referencia a entes
externos. La última y verdadera realidad
son las impresiones (14).
La idea de causalidad se remonta a
la filosofía aristotélica y su teoría de
las cuatro causas: material, formal,
final y eficiente. Es esta última, la
causa eficiente, la que cobra mayor
importancia en la ciencia moderna. De
esta causa es de la que trata el principio
de causalidad, el cual afirma que todo
lo que sucede presupone algo como su
causa, a la cual sigue como su efecto.
La conexión entre causa y efecto está
representada regularmente de modo
que causas iguales en todo tiempo y
en todo lugar deben provocar efectos
iguales (15). La creencia en la validez
de este principio será rebatida por
Hume: cuando decimos que tal causa
produce tal efecto, se pregunta, ¿qué
impresión corresponde a ese producir
el efecto de la causa? La respuesta
que él mismo propone es la siguiente:
ninguna impresión corresponde a
esa idea, la idea de causalidad es
otra ficción como lo es también la
idea de “yo”, la de “existencia” y la de
“substancia”, propias de la filosofía
antigua y medieval (14).
La causalidad nos permitiría, teniendo
como referentes a los hechos, ir más
allá de los datos proporcionados por la
memoria y los sentidos, al establecer una
relación causa-efecto. El conocimiento
de dicha relación no se alcanza por
procedimientos a priori (antes de la
experiencia), pues si todo efecto es
diferente de su causa no podría ser
descubierto el efecto en su causa.
Entonces, al parecer, el conocimiento
de dicha relación debe surgir de la
experiencia. Ahora bien, para que se
origine en la experiencia, deberíamos
encontrar la impresión correspondiente.
Si relacionamos el problema inductivo
con el de la causalidad, podemos
apreciar que de nuestra experiencia
sensible no se sigue ninguna conexión
necesaria, así se halla observado dicha
relación millones de veces. Como
señaló Hume: “La proposición el sol no
saldrá mañana no es menos inteligible
y no implica más contradicción que la
proposición el sol saldrá mañana. Vano
sería, por tanto, nuestro intento de
demostrar su falsedad, pues, si fuera
falsa, implicaría una contradicción”
(14). De lo anterior se concluye que lo
contrario de un hecho, de un fenómeno,
siempre es posible y ninguna de
nuestras predicciones acerca de la
realidad puede ir acompañada de plena
o absoluta certeza.
Al recapitular lo expresado por
Hume, podemos establecer que,
desde su perspectiva, todos nuestros
razonamientos acerca de los hechos se
establecen bajo una relación de causa
y efecto. Además, que el fundamento
de nuestros razonamientos y
conclusiones acerca de esta relación
tendría que ser la experiencia. Pero, en
última instancia, las conclusiones de la
experiencia no se fundan en la razón.
Nuestros razonamientos en torno de la
experiencia se basan en la similitud de
los objetos naturales, y el fundamento
para este razonamiento no reside ni la
experiencia ni en la razón. Por tanto, el
principio que es la gran guía de la vida
humana es el hábito o costumbre.
Este es el denominado escepticismo
sobre la inducción planteado por
Hume: nunca tendremos seguridad en
nuestras expectativas sobre el futuro,
incluidas las leyes de la ciencia. Hume
brinda una salida práctica, pues si
dejamos a un lado la crítica filosófica,
nuestra naturaleza, la costumbre o
el hábito, acude en nuestro auxilio,
haciéndonos creer en la uniformidad
del mundo (16).
De esta manera, Hume soluciona el
problema psicológico de la inducción,
pero el problema lógico de la
inducción, vale decir, las razones, las
justificaciones para la creencia en la
inducción, caen en la irracionalidad del
hábito o costumbre.
CONSIDERACIONES FINALES
Se podría decir que pensamos
inductivamente tanto como lo hacemos
de forma deductiva, dado que estos
dos procedimientos serían la base de lo
que denominamos razón. La inducción
nos permite sobrevivir, ubicarnos en el
espacio y el tiempo, y poder predecir
acontecimientos futuros, actuar por
analogía en situaciones semejantes o
parecidas. Pero debemos considerar
que el proceder inductivo es falible. La
ciencia, el producto más elaborado y
útil de nuestra razón, se caracteriza, en
parte, por utilizar el método deductivo,
sobre todo en las ciencias formales, y,
ca 8 (2), 2011 133
Reflexiones en torno a la ciencia
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17. Da Costa N. Lógica inductiva y probabilidad. Lima: FCE, 2000.

José Eduardo Rosales Trabuco
Correspondencia: jrosalestrabuco@gmail.com

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