lunes, 28 de marzo de 2011

LA MEDICINA VETERINARIA Y YO (Patricio Berríos Etchegaray) Mi vida pre-universitaria

LA MEDICINA VETERINARIA Y YO

Mi vida profesional se ha desarrollado en el ámbito de la medicina veterinaria y específicamente en la especialidad de la virología animal proyectada a la investigación y docencia universitaria. En este anecdotario personal me referiré a Patricio Berríos Etchegaray, médico veterinario, doctor en filosofía (Ph.D), profesor titular de la Universidad de Chile, y a la medicina veterinaria, enmarcada en la investigación de los virus animales y la enseñanza de los virus y sus enfermedades.

Quisiera explicitar tres situaciones que fueron realmente importantes en esto de la medicina veterinaria y yo. Situaciones primordiales que se refieren a cómo entré a estudiar veterinaria, a cómo entré a trabajar en el área de veterinaria, y finalmente a cómo entré a la universidad a enseñar mi especialidad.

I.- De cómo entré a estudiar veterinaria en la universidad

La verdad es que nunca en mi vida pre universitaria había conocido a un veterinario, ni tampoco sabía lo que era la veterinaria... ni había oído hablar de veterinarios ni de veterinaria. Sin embargo, debo reconocer que había conocido a un médico cirujano actuar como veterinario, a mi papá lo vi actuar como veterinario cuando salvó a nuestro perro el Boby, un Setter Irlandés, adiestrado como conejero, aunque era perdiguero sin cola, el que había sido envenenado con estricnina, y estaba en las últimas. El Dr. Berríos, obstetra, le aplicó lentamente, con esa calma proverbial que tiene mi papá, por vía intravenosa, un anestésico que contrarrestó la acción del veneno. Por otra parte, mi papá controlaba el estado sanitario de las carnes faenadas en Curepto. No había veterinario en el pueblo, insisto. Las clasificaba en grado 1 y 2, si lo hacía en 2 llegaban los carniceros a reclamarle porque obviamente esas carnes grado 2 tenían menos precio... Incluso mi papá una vez diagnosticó rabia en cerdos en Hualañé. Todo un veterinario infectólogo.

Entré a estudiar veterinaria en forma circunstancial. Por una sumatoria de casualidades que no son más que parte del destino de cada uno, destino escrito desde que uno nace… No tenía excelentes notas en el secundario, y la verdad es que tenía más afinidad por las letras que por la biología...pero en el Bachillerato de aquel entonces obtuve un buen puntaje de 29 puntos sobre 35 como máximo. Lo que me animó a presentarme a medicina en la "U". No quedé. El último que entró lo hizo con 606 puntos y yo obtuve 602, pero... en el rango 602 y 606 puntos había unos 200 postulantes….

Con mi amigo Rodolfo Iglesias V., compañero de curso en el Instituto San Martín de Curicó, hijo de un ingeniero agrónomo apodado "el veterinario" porque trabajaba en conejos, a quien conocí en la Escuela Agrícola de Molina y en la de Romeral, nos presentamos a veterinaria de la "U" y quedamos aceptados. Recuerdo que el Sr. Palacios secretario de la Escuela de Medicina Veterinaria no nos quería inscribir por que teníamos puntajes demasiados altos para veterinaria… Gracias a un empujoncito del Dr. Lautaro Pinochet V. pasamos esa extraña barrera y fuimos admitidos en la “U”. Recuerdo que entramos a clases a fines de mayo, atraso debido a que la nueva construcción no tenía los vidrios puestos, se trataba de la nueva escuela de veterinaria, un moderno edifico que reemplazaba a la antigua escuela ubicada en la Quinta Normal.


II.- De cómo entré a trabajar en veterinaria, en fiebre aftosa

Parece ayer cuando empecé a trabajar en fiebre aftosa en el Instituto Bacteriológico, donde ingresé llevado por una sumatoria de casualidades. Habían pasado sus buenos meses sin encontrar trabajo, adonde iba a buscar pega me encontraba con murallas políticas que mi escasa vocación por alguna especialidad veterinaria no lograban sortear. Incluso, debo reconocerlo, estuve a punto de firmar por el Partido Radical ayudado por el Diputado radical Juan Martínez-Camps (guatemalteco, o sea de izquierda) padrastro de una amiga mía, don Juan era una bellísima persona muy culta, muy refinada, y a su vez empujado sutilmente por mi abuela materna, que se estaba muriendo de cáncer hepático, quien me dijo casi textualmente: Pato, si no firmas por un partido no vas a encontrar trabajo en Chile, hazlo y mantén tu manera de pensar. Siempre le agradecí a mi abuela sus consejos porque  era tan realista y práctica. Ella falleció un par de meses antes que yo entrara a trabajar...

Pero, en fin, no alcancé a firmar por nada, porque por una casualidad del destino ocurrió que un día fui al centro de Santiago a retirar unas fotos de mi mamá, cuando me topé con un compañero de curso ya recibido y que estaba trabajando en el SAG, quien al enterarse de que no tenía pega alguna, me comentó que en el Instituto Bacteriológico había algo a la pinta mía. Le contesté, medio amargado, que mis amigos del Instituto no me habían considerado, ni me habían llamado, ni nada. Ante esto mi amigo Gastón Ferriére B. me retó y me dijo que fuera inmediatamente a hablar, directamente, y que me moviera y no estuviera sentado esperando que la montaña viniera a mí. Le hice caso!

En el Instituto el Dr. Miguel Norambuena G. me pasó un libro de virología, Medical Virology, al que llamaban por el apellido de su autor o sea el Rivers, para que lo leyera y lo comentáramos el próximo lunes (era un día viernes). Lo leí con mi mal inglés, y el día lunes le contesté a su pregunta de cómo había encontrado el libro, diciéndole que la parte de las enfermedades virales del hombre como la viruela, la varicela, el sarampión y la poliomielitis, entre otras, las conocía porque mi papá era médico cirujano y él hablaba de esas enfermedades habitualmente... pero... que con respecto al capítulo de físicoquímica y bioquímica viral no había entendido nada, absolutamente nada, bueno …casi nada, consecuentemente me paré para retirarme expresándole, sin embargo, que me gustaban los virus desde que había hecho microbiología en la Escuela de Veterinaria. Ya me iba cuando el Dr. Norambuena grita, con su inefable vozarrón, traigan un delantal para el Dr. Berríos que se queda a trabajar con nosotros. Ante mi cara de extrañeza, me dijo que esto se debía a que yo había sido el único postulante al cargo que le había dicho la verdad. Así empecé a trabajar en el diagnóstico de la fiebre aftosa mediante la prueba de fijación del complemento. Así empecé en el extraño y apasionante mundo de los virus.

No duró mucho la afinidad con mi jefe, que al pedirme que usara corbata en el trabajo, yo le manifesté que no me gustaba usar corbata y menos en un laboratorio, en que estaba casi solo y con mecheros muy cerca. A la segunda que le dije lo mismo, me gritó ¡Póngase corbata Dr. y punto! Me la puse sin antes decirle: Por suerte Ud. es socialista! Hasta ahí no más llegó la empatía inicial. Nunca fui patero, ni adulador…

Duré 3 años y 3 meses en el laboratorio de fiebre aftosa, no sin antes haber viajado a Maracay Venezuela a un curso que trataba sobre Virus (aftoso) Vivo Modificado. En el intertanto me casé. La verdad es que en esa época no sabía mucho de virología ni de inmunología, menos de infecciosas, salvo algo de fiebre aftosa.


III.- De cómo entré a trabajar como docente en la Universidad

Por una gran casualidad ingresé a ejercer en la universidad. Iba un día caminando por un pasillo de los laboratorios de la Sección Microbiología Veterinaria del Instituto Bacteriológico cuando sentí, y no exagero, que todo mi cuerpo me decía alarmado, ¡no pierdas la oportunidad de irte a la “U”, recuerda que hay una beca para ir a estudiar virología a USA! Le hice caso a esa rara premonición, y al día siguiente me fui a hablar con el decano de veterinaria Dr. Ramón Rodríguez T, virólogo aftosólogo, internacional, quien, gracias a mis escasos antecedentes adquiridos en el diagnóstico de la fiebre aftosa, me propuso para un cargo de ayudante de Microbiología.

Así me hice veterinario, virólogo y docente universitario. Así me hice hombre, paso a paso, momento a momento, con algunas peripecias anecdóticas que luego pasaré a contar!


En los inicios de mi vida pre universitaria:

Yendo hacia atrás, bien hacia atrás, en los inicios concientes de la vida, recuerdo que en Santiago, al ir al kindergarten en la Escuela N° 20 de Recoleta, el primer día de clases llegué indignado a la caso alegando que ¡No me han enseñado nada! ¡No he aprendido nada! No cabe la menor duda que siempre he sido un inconformista.

Por otra parte, siempre me he reído de este cuento que contaba mi mamá, decía ella que al pasar por un colegio y ver salir a las niñitas yo decía: ¡Tantas chichillas mamá! ¡Tantas chichillas mamá! Desde chico igual...

Una cosa buena, contaba mi mamá que un día los dejé sin pan porque lo que había en casa se lo regalé a un hombre que andaba pidiendo pan. Sí, es cierto, siempre he sido así... El lado malo, cuando me daban rabietas sólo podían aplacarme tirándome un balde de agua fría en la cabeza, y listo... También me acuerdo de haberle robado un molinillo a mi tía Etelvina Mella en su propia casa, y sólo me pillaron cuando me saqué una chomba, y allí debajo estaba el pequeño molinillo. Sin comentarios. La última, con un amigo nos metíamos el brazo doblado en la manga de la camiseta, y sólo se veía el codo como un muñón, luego pedíamos plata en la calle como inválidos ¡Ja! Obviamente causando gran disgusto a mis papás...

En aquella época tuve tos convulsiva que casi me sacó de circulación, tan fuerte me dio que mi papá había considerado llevarme a volar sobre Santiago para que me mejorara por el aire limpio y puro de las alturas. Recuerdo unas tremendas jeringas (serían de 5 o 10 ml) con que me inyectaban algún medicamento. Antes que se me pasara la mentada tos convulsiva, quebré un termómetro en la cama, y mi papá armó un escándalo aseverando que el mercurio era tóxico. Yo jugaba con las bolitas de mercurio las que eran tan fluidas y corrían suavemente por las sábanas... Otra de enfermedades, siempre fui muy sensible de las vías respiratorias las que se me tapaban con extrema facilidad, por aquel entonces me dieron una gotitas de un descongestionante dulcecito, que me gustó mucho y en cuanto tuve la oportunidad me tomé todo el frasquito, por lo que dormí un día entero, despertando bien descansado y sin la molesta congestión nasal.

1.- Mi paso por Calbuco

De Santiago nos fuimos a vivir a Calbuco. Ya tenía dos hermanas. Seguramente nos fuimos en el tren que llegaba a Puerto Montt. De allí a Calbuco en barco, probablemente en el vapor Lemuy. Tengo un vago recuerdo de la pieza de la pensión Bellavista ubicada a una cuadra de la plaza del pueblo, y cuyo dueño era don Carlos Potoff junto a la Sra. Adela Potoff., por semejanza a la empleada y a su hijo les decía Ana Potoff y chino Potoff… Toda una familia alemana…

Dos cosas eran comunes en el Calbuco de aquel entonces, los piojos y los parásitos intestinales. Recuerdo que mi papá contaba que la Sra. Adela Potoff se frotaba (como una oveja con sarna) contra una pared para la picazón de los piojos, y ella decía que no eran piojos sino que garrapatas de la Patagonia. Yo no lo hice mal, un día en que andaba en la cancha de fútbol, sentí una molestia rara en el ano, pensé que me había hecho caca y me fui para la casa, mientras la molestia seguía y se movía. Mi abuela me bajó los pantalones y por el calzoncillo iba serpenteando un colorado ascaris que ni mi mamá ni mi abuela se atrevieron a tomar, por suerte, la empleada más acostumbrada a esos avatares parasitarios, lo tomó y lo botó… De aquella época no puedo ver a nada que serpentee, ni en los prácticos de Parasitología podía tomar un parásito, al parecer adquirí una suerte de fobia.

El mar de Calbuco era hermoso, de un azul bellísimo. Llovía siempre o casi siempre, y llovía con ganas, a cántaros, pero eso era lo normal para la zona. Recuerdo que cuando había sol corría el viento sur muy frío y penetrante. En esos días de sol la gente salía en botes a las playas vecinas de picnic. Así un buen día domingo asoleado se había quemado gran parte del pueblo, constituido casi totalmente por casas de madera con techos de madera de alerce. De ese incendio, ocurrido algunos años antes que llegáramos a vivir a Calbuco se contaban algunas anécdotas que impactaron la mente de un niño como yo, la más penosa se refería a una viejecita que al volver al pueblo todavía en llamas, preguntaba por su casa que se había quemado enterita, pero un vecino le informó que habían alcanzado a sacar todas sus pertenencias, lo que alegró mucho a la viejecita que al preguntar por su payasa (cama de paja) que no veía en ninguna parte, se dio cuenta que no la habían sacado por encontrar que no valía la pena, como le dijo un vecino; desgraciadamente allí tenía guardada toda su plata que se quemó y se fue en humo… La otra historia se refería al Hotel que estaba en la Puntilla, donde mismo está ahora el Hotel Calbuco, hotel grandote para la época que como estaba alejado del pueblo en llamas, mucha gente llevó a guardar sus pertenencias en el edificio que por su tamaño así lo permitía, hasta ahí todo iba bien hasta que un tambor de petróleo voló por los aires y cayo justo medio a medio del gran hotel quemándolo junto a los enseres guardados. Demás está decir que los incendios eran cosa seria en Calbuco. Los bomberos tenían una bomba de incendios sin motor, tirada por mismos voluntarios, y que tiraba agua con la fuerza de los bomberos que movían hacia arriba y hacia abajo una suerte de palos que actuaban como palancas. A propósito de incendios, tal era el pánico que causaban en los pobladores, por la cercanía de las casas, que cuando sonaban las campanas de incendio, todos salían a ver dónde era el siniestro. Yo recuerdo que cuando veníamos a Santiago y sentíamos sonar las sirenas de incendio, nos poníamos nervios igual, olvidándonos de lo grande que era Santiago y que generalmente los incendios eran bastante distantes.

Calbuco era una isla en aquel entonces. A puerto Montt se viajaba en lanchas a motor, recuerdo la Helvetia y la Mercedes, y los vapores Lemuy, Alondra, Villarrica, Chacao, Puyehue, Trinidad, Taitao, entre otros que he olvidado. Por supuesto que no había niño que no supiera remar, en cuanto a nadar, no sé, probablemente no porque los chilotes eran muy buenos marineros pero no sabían nadar, y cuando las famosas lanchas chilotas se daban vuelta de campana por el viento llamado weste, se ahogaban envueltos en sus mantas y dentro de sus lanchas… Yo remaba bastante bien. Un día de sol, salimos con mi tía Mariuja a andar en bote acompañados de la Alejandra, mi hermana mayor, cruzamos hacia San Rafael, y como el mar esta calmo y hermosamente azul, seguimos pegando hasta la isla Helvecia a la que circundamos por el lado este y de norte a sur. Todo bien, la mar en calma, azul y en partes de poca profundidad, hasta que enfrentamos el sur, y allí estaba el viento sur y las olas más o menos grandes que nos tiraron hacia la playa. Justamente había un asado o curanto de las autoridades del pueblo, que nos recogieron y nos llevaron a remolque a Calbuco. Demás está decir lo enojado que estaba mi papá con su hermana, porque en realidad fácilmente nos habríamos podido ahogar…

Un buen día de aquellos, antes de Pascuas se me ocurrió entrar al living y mirando por aquí y por allá, descubrí un montón de regalos detrás de un sofá. Allí estaban los regalos de Pascuas! Poco antes me había agarrado con un amigo que decía que el viejito pascuero no existía. Fue una verdadera pelea de perros callejeros, cerca de la plaza, que tuve la suerte de ver en una película que había tomado el curita holandés que ejercía en Calbuco. Una toma digna de verse…

Calbuco tenía varias fábricas conserveras. Había mucho pescado y mariscos. No olvido las centollas, esos arácnidos rojizos y espinudos que parecían arañas recién vestidas para la batalla, también recuerdo las ostras que costaba tanto abrirlas, los congrios y róbalos, todos juntos en grandes curantos con chapaleles y milcaos. Toda una gastronomía chilota de primer orden. Una anécdota: a mi papá le iban a vender congrios todavía aleteando a la puerta de la casa, pero, mi abuela se dio cuenta que cobraban el doble del precio que tenían en la playa, todo porque los pescadores decían y creían que mi papá tenía harta plata, lo que comparativamente era en parte cierto.

Un día que fuimos a Puerto Montt tuve unos terribles dolores de guata, y nadie me hizo caso; todos se fueron a escuchar a una banda musical dominguera y yo volví a una residencial que unos meses después se quemó… Meses después me volvió el problema harto doloroso, y mi papá diagnosticó apendicitis, por un poco mi mamá me mata al pensar darme un purgante… en la misma tarde me bajaron a la playa arriba de un caballo de carabineros y de ahí en lancha a Puerto Montt…en Angelmó me esperaba una ambulancia y al otro día me operaba el Dr. Ofnovicof o algo así. Por supuesto que me opuse a la anestesia y me saqué la mascarilla, pero minutos después dormía profundamente. Desperté con mucha sed. Al otro día desde un ventanal del Hospital veía como reflotaban al vapor Chacao que se había hundido al soltarse del dique que lo contenía…salió bastante oxidado, todo mohoso y de color café rojizo. Luego de ser reflotado volvió a servicio en los mares del Sur como si nada hubiera pasado. Anécdota colateral: el famoso Dr. que tuvo a bien operarme, era un jugador empedernido, cuentan que una vez apostó a su señora y la perdió, la verdad es que no se contaba nada más al respecto…

Teníamos un gatito plomo y bonito, apodado el Fan Fan, que un día se perdió. Alguien lo sintió maullar en el pozo negro en que se hacían las necesidades, al menos en esa casa calbucana de madera y con techo de alerce. Junto al gato había dos gallinas famélicas que se habían perdido días antes. Se sacaron con baldes, se lavaron y siguieron su vida como si nada hubiera pasado, incluso una de ellas constituyó el plato fuerte de una cena a la que había sido invitado mi profesor Don Dagoberto Barría B. ¡Mi mamá se escondió en la cocina porque le daba asco que se estuvieran comiendo la gallina que había estado sus buenos comiendo pura caca!...

En la Escuela Pública de Calbuco donde cursé segunda y tercera preparatorias y gran parte de la cuarta que terminé en Curepto, tuve algunos compañeros inolvidables, el Pancho Tarro con quien pintábamos barquitos que nosotros hacíamos; el Michi-michi a quien aposté que me tiraba del techo de la cocina de la casa en que vivíamos, le gané pero quedé muy adolorido de las piernas por el golpe que me dí al caer… Pedro Barría, el Peyuco, el mejor alumno del curso, yo era el segundo, Harold Guerrero Alcalde que ya en aquel entonces era un radical de izquierda, y no es chiste, Ayolis como le decían murió en el exilio en Venezuela…

Hay algo que nunca olvidaré de Calbuco de su mar trasparente y azul, fue un buzo que se veía clarito con su escafandra en aguas poco profundas. Hermoso espectáculo. Además el fondo marino estaba lleno de conchas de tacas (almejas) y de locos que resaltaban por su blancura en el lecho pedregoso. Por supuesto que no entendía cómo el hombre envuelto por el antiguo traje de buzo no se ahogaba…

Dejé para el final de mi paso por Calbuco el recuerdo de mi amiguita con quien fui paje de la reina de las fiestas de la Primavera de Calbuco, un día la fui a ver a su casa porque estaba enfermita, acostada, y en un momento de descuido se destapó, se bajó su pijama y… estaba piluchita…

De Calbuco que era una isla, ubicada en el Seno de Relocaví a unos 45 minutos de Puerto Montt en vapor, nos fuimos a vivir a Curepto, un pueblito agrícola ubicado cerca de Iloca a la costa de Curicó pero que en realidad pertenece a la provincia de Talca.

2.- Mi paso por Curepto

De Calbuco a Curepto, o de un pueblito rodeado de mar a otro rodeado de cerros. Vaya cambio. De los moscardones a los zancudos, de la arena a la greda, de las grosellas y murtas o murtillas a las zarzamoras. De los bosques de avellanos a los bosques de pino o eucaliptos; del mar a la erosión y dunas de arena… De los botes a las carretas y caballos… De los barcos a los trenes...En fin todo un cambio, la greda con que hacía cacharros me produjo alergia y se acabó mi vena artística, para que decir el litre alergénico, hasta que aprendí que hay que saludarlo tres veces y así no pasa nada…Y no llovía nunca. Un día cayeron unas gotitas de agua, nada que ver con los aguaceros del sur… y salimos de la casa a ver llover en Curepto…

Curepto era bien huaso! De dónde venís le preguntaron a un hombre de los cerros de Rapilermo, contestó, y adónde vay, a Cureuto, y que llevay ahí, sandillas, tumates, cirguelas y uraznos, y que vay a hacer en Curepto, voy al Espital… Cierto, ciertísimo, así hablaban los huasos, no como en Calbuco que lo hacían cantadito… y en muy buen español…

En Curepto había tres o cuatro automóviles y dos camiones… y el jeep del cura norteamericano de los Mericknoll; mi papá se compró un Ford 35 descapotable (convertible) patente XG 371 Ñuñoa (No lo olvido) …en ese autito aprendí a manejar solo. Bueno en Calbuco sencillamente no había autos ni nada parecido, en aquel entones…

Ahora recuerdo que lo más parecido a veterinarios eran los mariscales de carabineros, que atendían y herraban a los caballos de carabineros. Y harto que anduve en esos caballos, (mi papá era médico de carabineros). Nunca me caí en esos caballos, pero si en una yegua de gran alzada, corriendo en un fundo, frente a l fundo Lora, o sea al otro lado del Mataquito. Quedé inconsciente con el golpazo y rota la cara…

En Curepto vi matar gallinas apretándoles el cogote contra el brazo, matar cerdos con un cuchillazo en el corazón, y a los pavos de un hachazo en el cogote. Cosas del campo… Un buen día mi papá les aconsejó a unos huasitos que construyeran un pozo para hacer sus necesidades, y ellos contestaron que no porque qué iban comer las gallinitas…cosas del campo de los ´60. Tantas carretas chanchas (de rueda chica), tantos bueyes; trillas a yeguas, carreras de caballo a la chilena… recuerdo el olor a pasto seco en el verano, la clara agua del estero, y los cerros de la cordillera de la costa típicos… Y tanta fruta, sandías, uva que no había en Calbuco. Y las flores hermosas de Calbuco dalias y amapolas, y en Curepto las famosas camelias blancas y rojas! De mi mamá heredé el amor a las flores, y yo le dediqué mi amor a las flores silvestres como el dedal de oro (Scolcia californiana)…

Pero… a Curepto sólo lo conocí en vacaciones porque estuve interno en el Liceo de Hombres de Talca, donde terminé mis preparatorias y luego en el Instituto San Martín de Curicó, colegio donde terminé mis humanidades. Estas vivencias estudiantiles fueron fundamentales en mi vida pre universitaria. En ambos colegios tuve muy buenos profesores, a la antigua los del Liceo, y muy pero muy eficientes los “mochitos” del Instituto. Por recordar algunos, el barraco Mariano González, el pelao Carlos Marchant, la zorra Villarroel, monsieur Aguilera, el temblorcito Norrambuena, don Guillermo Solar Cruz, el señor Rubén Valdez, “topaze” Gastón Lagos Urbeta, entre otros. Y de los curitas, los mejores el “palmeras” hermano Pedro Estalisnao, el “micrón” hermano Hilario, y el hermano Cristóbal, viejito pero sabihondo; todos ellos exigentes y de primera, realmente eran buenos profesores, todos ellos.

Durante 4 años viajé en tren de Licantén a Curicó (tren de trocha angosta), y de Curicó a Talca, y los últimos años sólo de Curicó a Licantén. Una vez viajé solo a Santiago en tren, partí en tercera de Talca y llegué Santiago en primera clase. Nadie me dijo nada porque era chico...

Anécdotas de aquella época hay muchas, pero las dejaré para otra oportunidad. Valga recordar que una vez fui elegido representante de mi curso para asistir a un evento en el Liceo de Niñas de Talca, no olvido a las chiquillas con sus hermosos trajecitos, sus bailes y sus actuaciones… En el Instituto fui obligado por mis malas notas en música a ingresar al coro del colegio, lo que hice con gran gusto y con gran mala voz, incluso canté en la catedral de Santiago para un 8 de diciembre con la suerte que mi mamá que estaba en Santiago, asistió, y se dio cuenta que estaba yo porque según ella, el que desafinaba era su hijo… También recuerdo que en 6° Humanidades los alumnos de todos los cursos me eligieron como el mejor compañero del colegio. Una gran cosa para mi!!!

Volviendo a Curepto propiamente tal, recuerdo los velorios que duraban toda la noche, con comida y trago, y hartos chistes… recuerdo haber visto, cerca de mi casa, a una guaguita muerta, exhibida en una ventana y muy adornada con cosas de colores. Vi algunos muertos en la morgue del Hospital, a donde tenía entrada liberada... Recuerdo a una chiquilla totalmente azul, muerta por problemas cardíacos y a un ahogado en el río Mataquito que ya estaba verde…No olvido haber acompañado a mi papá a realizar una autopsia a un señor enterrado una semana antes. Le abrieron la cabeza y mi papá rápidamente dictaminó que había muerto por un golpe contundente…la verdad es que lo que no olvido es el hedor que despedía, terrible, espeso…

Un día en que andaba en bicicleta por el pueblo, por la calle Lien, vi un tumulto en una casa y me bajé a ver que pasaba, se había matado un señor de un balazo en la cabeza y todo estaba disperso, pegado en una pared… en eso estaba, medio espantado, cuando alguien me agarra de un brazo y me echa para afuera, era mi papá que junto al cura y al juez eran los primeros en llegar a constatar este tipo de macabros hechos… En Calbuco era algo parecido, recuerdo en un gran temporal, llegaron a buscar a mi papá para ir a ver un enfermo de una isla vecina, y él tenía sus dudas de embarcarse en un chalupón, pero lo convencieron al decirle que el cura ya estaba en el muelle… Ahora, me han contado que en esos pueblitos de no más de 3.000 habitante, hay 2 ó 3 médicos, con ambulancia y buenos hospitales, nuevos como el recientemente inaugurado en Curepto… Con buenos Liceos, por lo que me imagino que los cabros no tendrán que ir a estudiar a Curico o a Talca…

Un día me arranqué de mi casa, enojado y furioso, caminé unos 4 kilómetros hacia Licantén. No pensaba volver, pero, un camión con gente se paró cerca del puente donde yo estaba, y me subí pero volví a la casa... Algo de gatos, un día, en verdad en la noche, una de las gatas parió en mi cama sobre mis pies... toda una experiencia veterinaria. Otra: teníamos una gatita, la gatita alzada, que mi mamá se la regaló a una viejecita del campo la señora Peta (Petronila) que vivía lejos del pueblo. Echabá mos de menos a la gatita alzada tan dulce y bonita, pero brava, hasta que apareció de nuevo en casa, nunca supimos como lo hizo para volver, yo sí lo supe, en camión.

Vuelvo al Instituto curicano, cuando íbamos a jugar fútbol al Estadio La Granja, volvíamos al internado y nos pasábamos a tomar una cerveza al local de la Sra. Zenobia que estaba en la esquina enfrente del colegio… o cuando en 6° año íbamos a escuchar música en un Burlitzer que tenía un localcito cercano a la estación de ferrocarriles, por supuesto nos tomábamos 1 ó 2 cervezas, no más, hasta que unas señoras de cierta edad nos acusaron, porque nuestro uniforme nos había delatado como alumnos del Instituto San Martín el colegio más “high” de Curicó…y hasta ahí llegó nuestra incursión por la vida…

No cabe la menor duda que el Bachillerato de aquel entonces, marcó la transición de mis estudios de las humanidades a los de Medicina Veterinaria. Tuve mucha suerte en el mentado Bachillerato, en el sorteo de asignaturas a rendir me tocó francés, zoología y física. Obtuve 29 puntos distribuidos de la siguiente manera: un 6 en Comprensión Redacción (nunca bajé de 6 en los ensayos), un 5 en historia (no me acordé de quienes eran Los tres Antonios), un 6 en francés (con un artículo muy parecido al castellano), un 6 en Zoología (con atiparasitarios y cosas parecidas que conocía desde Calbuco), y un 6 en Física, en un examen oral en que pasé a la pizarra muerto de miedo, mi dictaron un problema y yo dije aquí estoy frito, pero era solamente una sumatoria sobre valores obtenidos por las leyes de Kirkov o algo así, con la trampita que había que manejar fracciones, y como yo sabía, obtuve un resultado concordante con el esperado. Con estos 29 puntos salí hasta en el diario La Prensa de Curicó, como los mejores puntajes de esa temporada junto a Benjamin Rodrigo Mellado V.

En ese mismo año mi papá se trasladó a Santiago, y yo empecé a estudiar veterinaria en la Chile, lo que en sí mismo es otro cuento… y desde allí empezamos realmente con la medicina veterinaria y yo!

2 comentarios:

  1. Mi vida en Calbuco y Curepto comprenden los mejores años de mi vida pre-universitaria en que conviví con los chilotes de Calbuco y los huasos de Curepto.

    Mis estudios en los internados del Liceo de Hombres de Talca y del Instituto San Martín de Curicó constituyen un hito importante en mi vida pre-universitaria con recuerdos imborrables de mis profesores y compañeros internos.

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  2. Patricio:
    Muy entretenida tu historia preuniversitaria, me he enterado de cosas que nunca contaste en el colegio.
    El local de las cervezas debe haber sido "La Guindalera" que si mal no recuerdo quedaba en la calle Prat esquina Rodriguez u O`Higgins.
    Tomás

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